Con la aparición de dispositivos portátiles, el consumo de series se ha trasladado a cualquier parte del hogar y a los lugares públicos
VALÈNCIA. Todo comenzó con el televisor, ese aparato que decora nuestro salón desde que tenemos memoria. Muchos no lo vimos nacer. Tampoco fuimos testigos de la primera vez que causó furor hace justamente setenta años. Fue un domingo 15 de febrero de 1.959. Tres años después de su inauguración, Televisión Española revolucionaba Barcelona al retransmitir para toda la Ciudad Condal el primer partido de fútbol televisado. Era un Real Madrid-F.C. Barcelona. Imaginen. Hasta entonces la cobertura televisiva no alcanzaba más allá de Madrid y no había más que 600 aparatos. Según el testimonio del periodista Josep María Baget, durante los dos días previos a la emisión se vendieron casi seis mil televisores en Barcelona. Ahí tienen el verdadero origen del Black Friday y no en Amazon. El auténtico procés catalá.
Ahora los partidos de fútbol siguen generando el máximo interés aunque los aparatos son mucho más asequibles. Pero si algo ha cambiado radicalmente es la hegemonía del televisor. Ya no es el único. Ya no está solo. Tampoco nosotros contamos tanto con él como antes. Es como ese viejo amigo al que cada vez llamamos menos.
Si el parque de televisores en el hogar es casi total, con una media de dos aparatos por vivienda, el de teléfonos móviles es igual de rotundo. Según la CNMC hay 53.998.000 líneas móviles, una tasa de penetración de la telefonía móvil sobre la población del 115,7%. Con el dispositivo más pequeño del mercado vemos vídeos como segunda actividad más común. Lo asegura la última encuesta de Navegantes en la Red, publicada por la Asociación de Investigación de Medios de Comunicación. ¿Qué consecuencias genera este tipo de consumo audiovisual? El visionado deja de estar centralizado en el salón del hogar, ocurre en cualquier parte. Y en segundo lugar se convierte en un acto individual en vez de colectivo.
Si visitamos la calle, las cifras se evidencian rápidamente. Preguntamos, por ejemplo, a diversos estudiantes de grado medio en animación del CFP Progresa de València. Los alumnos tienen entres 18 y 23 años. Todos confirman ver series en sus móviles, además de tutoriales, youtubers y gamers. “Para largos trayectos en el metro” es la respuesta más repetida. Hay quienes lo combinan con el uso del ordenador o del portátil en su dormitorio, donde ven series solos o en pareja. Se reservan el uso del televisor para el ritual familiar, ese rato dedicado a compartir con sus padres alguna serie que les guste a todos. Se citan títulos como Estoy vivo o Modern Family para ver en familia. Stranger Things, Vikings, Juego de Tronos o Breaking Bad queda reservado para el placer privado. Su profesor, sin embargo, el realizador Rubén Soler Ferrer, confiesa ser un purista durante el visionado de series. La gran pantalla, es decir, el televisor domina sus preferencias.
Aunque es cierto que perdemos calidad de imagen y sonido, el visionado en cualquier lugar es ya un hábito totalmente instaurado. Según Netflix, un 78% de los usuarios españoles asegura haber visto series o películas en público en el último año. Los lugares más utilizados son los aeropuertos y aviones (48%), los trenes (47%), autobuses (42%), cafeterías y restaurantes (41%) y la playa (31%). No hay respuesta sobre si ocurre en el lugar de trabajo.
La tablet es otra de las pantallas aliadas. Ante la pregunta de ‘dónde ves las series’, Fernando, de 39 años, de profesión jefe de obra, confiesa haberse visto un capítulo de Vikings desde la tablet durante una tormenta en su lugar de trabajo. “Cuando llueve tenemos que dejar de trabajar y esperar a que escampe. Aprovecho y me veo un episodio para matar el tiempo”.
Mientras, los papás más jóvenes tienen el corazón dividido. Ven contenido bajo demanda, al igual que sus hijos pequeños, pero son conscientes de que necesitan tomar medidas con los más pequeños de la casa. Según el último estudio realizado por The Cocktail Analysis el 51% del consumo de los menos de 12 años es no lineal, lo que lleva a los adultos a adoptar mecanismos de control (estar delante, no permitirles dispositivos en su habitación, limitar al máximo el uso de los dispositivos, herramientas de control parental…).
Es el caso del presentador Eugeni Alemany. Sus hijos no tienen acceso al móvil ni a la tablet. Ven series infantiles, disponibles en Netflix y HBO principalmente, a través del televisor, donde están los adultos presentes. Lo curioso es que aunque los pequeños tienen un visionado “controlado”, su padre confiesa una adicción desaforada al llevarse el portátil hasta el cuarto de baño para no interrumpir el último episodio de Walking Dead. Muchos de los que han sido entrevistados para este artículo confiesan haber hecho lo mismo. Las series se ven incluso durante la micción.
La pareja del conocido presentador, sin embargo, continúa siendo fiel a la televisión lineal, la todavía reina del consumo. La radiografía del medio, sin embargo, está cambiando de forma acelerada. No ha pasado tanto tiempo desde el final de Farmacia de Guardia. En diciembre de 1995 más de 11.500.000 de espectadores vieron el final de la serie desde el hogar. Veintitrés años después, el pasado 2018, el capítulo más visto de una serie española por televisión lineal corresponde a Cuerpo de élite, de Antena 3. Congregó a 4.193.000 espectadores. Seis millones de espectadores menos que se han ido a otros canales, a otras plataformas, a otros hábitos. No van a volver. Ya está asumido.
Y es que en la actualidad hay contenido para todo y para todos. Cada vez quedan menos razones para que la población vea lo mismo. Es el caso de Fátima, de 65 años, jubilada, que cita entusiasmada su última serie favorita. Según la CNMC las mujeres son el segmento demográfico que más tiempo dedican a ver la televisión, con un promedio diario de 4:09 horas. Los mayores de 64 años suben a 6:04 horas.
El título de su serie favorita es Fatmagul, la telenovela turca que ha causado sensación en 2018. Su emisión en Nova fue récord, la telenovela más vista de la historia de Nova con un 6,2% (835.000 espectadores). Su grupo de amigas vieron también la serie, así que entre ellas la fueron comentando cada semana. No necesitaron ninguna red social o lugar de trabajo donde tener que epatar con la última serie de Netflix. Una plataforma que para ellas ni existe ni la necesitan. Para eso ya tienen la televisión.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos