VALÈNCIA. El Diario de Katherine Mansfield recoge parte de las poco más de tres décadas de su existencia. Esta autora nació en Wellington (Nueva Zelanda) en 1888 dentro de una familia de origen colonial compuesta por sus padres, sus hermanas y dos tías muy jóvenes. El padre de Katherine era un banquero que llegó a presidir el Banco de Nueva Zelanda. Cuando Mansfield tenía apenas cinco años marchó con su familia a un pueblo en el que nacería su hermano Leslie. Katherine recordaría siempre esta infancia repleta de felicidad. Solo cinco años después, cuando apenas contaba con diez, vuelve a la ciudad, a Wellington y publica su primer relato en una revista del colegio. Sería el comienzo de una carrera brillante.
Con apenas 13 años se enamora perdidamente de su profesor de música pero éste le da calabazas. Algo le sucedía a Katherine con su lugar de origen. Se sentía rechazada y diferente a sus vecinos, a los supuestos amigos que debería tener. Es por ello que demandó a sus padres que le dejaran marchar a Londres. Tras alguna discusión que otra, se marchó con sus hermanas, al Queen’s College de Oxford. Este lugar supuso un punto de inflexión en la vida de Katherine pues allí conoció a la que sería su amiga, su amante y su pareja: Ida Baker. Ella estaría presente en su vida, aunque Katherine vivió otros romances: se quedaría embarazada de un chico llamado Garnet Trowell pero los padres de éste no aprueban la relación. Después se enamora de otro profesor, George Bowden. Se casa con él pero en la noche de bodas lo abandona. Baker era el motivo de todo ello. La madre de Katherine decide recluirla en un balneario de Baviera y allí pierde de forma natural al bebé que esperaba. Volverá a Londres y continuará con su tumultuosa vida sexual al mismo tiempo que iba devorando los relatos de Chéjov y siendo consciente de su propia voz como escritora.
En el año 1911 comenzaría su relación con el editor John Middleton Murry con quien se casaría en 1918. Se trataba de una relación abierta que compartía con Baker. Katherine se vería afectada de gonorrea y esto le provocaría una artritis aguda hasta el día de su muerte. En medio de ambos amores, Mansfield se marchará a vivir a Francia con otro hombre. La relación no salió bien. Cuando vuelva a Londres tendrá que enfrentarse a su peor noticia: su hermano Leslie morirá en el frente de la 1ª Guerra Mundial. Justo en esos años empezará Mansfield a escribir unos diarios que nacieron con una vocación menos consciente de la que ella supuso. Fue su marido el que decidió publicarla tras su inesperada muerte. En medio de aquellos años ya se percibía una desazón notable en su vida:
1914
1º de abril. Pasé otro día espantoso. Nada me ayuda o podría ayudarme salvo una persona que pudiera adivinar. Fui a dar un paseo y tuvo cierta vaga alegría que me dieron unos niños y el ruido del agua como olas que se elevan.
1915
1º de enero. […] Para este año tengo dos deseos: escribir, ganar dinero. Consideremos. Con dinero podríamos marcharnos como queremos, tener una casa en Londres, ser libres como lo deseamos, y ser independientes y orgullosos con todos. Es sólo la pobreza la que nos mantiene unidos. […]
Podría marcarse 1916 como el año en el que Katherine ya es plenamente consciente de sus posibilidades literarias, de su vocación. Comienza entonces la lucha de escribir, de hacerse leer y de combinar la vida literaria con su pasión amorosa.
1916
22 de enero. [Villa Pauline, Bandol.] Ahora, realmente, ¿qué es lo que de verdad quiero escribir? Me lo pregunto. ¿Soy menos escritora que antes? ¿Es menos urgente la necesidad de escribir? ¿Aún me parece tan natural buscar esa forma de expresión? ¿La ha satisfecho el habla? ¿Pido algo más que relatar, recordar, asegurarme?
Hay veces en que estos pensamientos casi me asustan y casi me convencen. Me digo. Estás ahora tan realizada en tu propio ser, en estar viva, en vivir, en aspirar a un sentido mayor de la vida y un amor más profundo, que lo otro ha desaparecido de ti.
Katherine, pese a su juventud, era una mujer que sabía a ciencia cierta que su talento literario era absoluto, que era cuestión de tiempo que saliera a la luz de modo definitivo. En sus relatos se percibe el gusto por el más mínimo detalle: "Todo artista se corta una oreja y la clava en la puerta para que los demás le griten en su interior". Mansfield escribía con la misma clase de pasión con la que amaba. Con arrebatos y a ráfagas. Después de horas dedicadas a la minuciosidad literaria quedaba tan exhausta que tardaba semanas en volver a ponerse delante de una página en blanco. La obra de la neozelandesa contiene títulos brillantes con muchos tintes autobiográficos: En un balneario alemán, Preludio, Felicidad, Fiesta en el jardín, El nido de la paloma, Algo infantil. En todo ese tiempo, además, escribió su diario:
Y, por último, deseo llevar una especie de libro de pequeñas notas, que se publique algún día. Eso es todo. Nada de novelas, nada de historias con problemas, nada que no sea simple, abierto.
Los dos últimos años de su vida fueron una auténtica lucha contra el dolor atroz que sufría por su tuberculosis.
1920
19 de diciembre.
Sufrimiento
Deseo que se acepte esto como mi confesión.
(...)
La vida es un misterio. El dolor que atemoriza se atenuará. Debo dedicarme a mi trabajo. Debo poner mi agonía en algo, cambiarla. “La pena se convertirá en alegría”. (…) Vivir… vivir… eso es todo. Y dejar la vida sobre esta tierra como la dejaron Chéjov y Tolstoi.
La mala salud de Mansfield se agravó por una enfermedad venérea. Se marchó a un balneario cerca de Fontainebleau. Allí, a principios de 1923 le visita Murry. Katherine quiso convencerle de que estaba mucho mejor y subió de una sola vez unas escaleras. Esa misma tarde sufrió una hemorragia pulmonar que le costó la vida. Tenía solo 34 años. Apenas tres años después Murry publicó toda su obra y pudimos conocer cómo era la mujer que se escondía detrás de algunas de las obras más deslumbrantes del siglo XX.
1922
Octubre. Importante. Cuando podemos empezar a no tomarnos en serio nuestros fracasos, significa que estamos dejando de tenerles miedo. Es de suma importancia aprender a reírnos de nosotros mismos.