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LOS DÍAS DE LOS OTROS

Diario del polo sur: La tragedia del imperio británico

13/09/2017 - 

VALÈNCIA. Siempre me he preguntado de dónde sacan las fuerzas todos aquellos aventureros -de la tierra y del mar- para escribir minuciosamente en sus diarios cada uno de sus logros y fracasos. Como si no tuvieran suficiente trabajo con sobrevivir. Este asombro me sobrevino hace muy poco al leer Diario del Polo Sur. El último viaje, 1911-1912de Robert Falcon Scott. Este libro, junto a Polo Sur, de Roald Amundsen, forman un perfecto y gélido díptico acerca de los confines de la tierra. Pero si la aventura de Amundsen salió del mejor modo posible -dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur-, la de Falcon Scott está repleta de misterio y tragedia: ¿qué sucedió para que este hombre y sus cuatro acompañantes fallecieran en una expedición tan preparada? 

Falcon Scott fue un oficial y explorador de la Marina Real Británica, el sucedáneo naval de las Fuerzas Armadas Británicas. Hasta la Segunda Guerra Mundial fue considerada la armada más poderosa del mundo y sus expediciones y misiones fueron esenciales para que el Imperio Británico se impusiera de la manera que lo hizo en el mundo durante tantas décadas. Scott, como explorador, dirigió dos míticas expediciones: la Discovery, entre los años 1901 y 1904 y la Terra Nova, entre los años 1910 y 1913. En ésta última escribió el diario que puede leerse en nuestro idioma gracias al trabajo de la editorial Interfolio. La suya es la historia de uno de los mayores fracasos de los aventureros del mundo. La Royal Geographical Society fue una institución británica fundada en 1830 bajo el mecenazgo del Rey Guillermo IV de Inglaterra. Su objetivo no era otro que desarrollar la ciencia geográfica y, qué duda cabe, extender hasta los confines el nombre del Imperio Británico como mayor potencia del mundo. 

Falcon Scott recibió el encargo de encabezar la expedición Terra Nova para demostrar que el Imperio Británico era el primero en alcanzar el Polo Sur. La razón oficial, sin embargo, apunta más bien a que la intención no era otra que recoger pruebas científicas de aquel territorio inexplorado. 

Miércoles, 1 de noviembre de 1911.- Supimos ayer que el poni Jehu había alcanzado la cima de Hut Point en cinco horas y media aproximadamente. 

 

Así comienza el diario del explorador que decidió comprar en Siberia ponis manchúes, unos animales que -según él- podrían soportar mejor que los perros los meses de aventura. Falcon Scott no registró en su diario la preparación para la expedición del año 1910. Fue en septiembre de aquel año cuando el noruego Roald Amundsen avisó a la expedición Terra Nova y, muy concretamente a Scott, que cambiaban de planes: en vez del polo Norte, su destino sería también el polo Sur. Esta noticia no fue muy bien recibida por ningún británico. Los noruegos estaban a punto de arrebatarles el logro de ser los primeros. 

Fue en la segunda fase de la expedición, cerca de Tierra Victoria, cuando el grupo formado por Scott y sus cuatro hombres -Scott, Edward A. Wilson, H. R. Bowers, Edgar Evans y Lawrence Oates- divisó el asentamiento noruego. Aunque sus hombres le pidieron que acelerara la estrategia de subida, Scott se negó. En su diario apuntó: 

(…) Lo adecuado, así como el camino más sabio para nosotros, es proceder exactamente como si eso no hubiera ocurrido.

Las cosas nunca empezaron bien: estuvieron veinte días atrapados en el hielo cuando hicieron el tramo de Nueva Zelanda hasta la Antártida. Veinte días esenciales para los preparativos previos antes del temido invierno polar. Por si fuera poco, uno de los trineos motorizados, tal y como explica Scott en el diario, se hundió en el mar. Una vez instalados en territorio polar y con varios días de retraso, el diario recoge en sus inicios algunas jornadas normales e incluso algún espacio para el optimismo:

(...) Después de la merienda continuamos en el orden regular indicado. No me gustan las comidas a medianoche; sin embargo, la marcha continúa agradable, sobre todo cuando, como hoy, el viento amaina y el sol se hace cada vez más cálido.

Incluso hay espacio para escribir un clima cálido:

Jornada sofocante. El aire irrespirable y el brillo de la luz, intenso. El aire irrespirable y el brillo de la luz, intenso. Impresión de verano; involuntariamente viene a la memoria el recuerdo de las calles soleadas y de abrasadores pavimentos. La temperatura, con todo, permanece baja (-1,1º). y hace apenas seis horas el frío me mordía los dedos.

 Apenas un día después, la temperatura era feroz:

Noche muy fría: ¡21º bajo cero! La brisa es cortante en el momento en que emplazamos el campamento. Nuestros caballos no gustan de tiempo semejante. Cuando escribo el sol brilla a través de una bruma blanca y el viento cesa. Las bestias pueden, pues, desenjaezarse bajo buenas condiciones.  

¿Cómo no enloquecer y cometer errores en este clima irrespirable? El agravamiento de las condiciones meteorológicas y los ponis cada vez más cansados hicieron que perdieran todavía más tiempo y, por consiguiente, consumieran más suministros. En aquel momento tuvieron que tomar una decisión difícil. Oates era el encargado de los ponis y le comentó a Scott la posibilidad de sacrificar a los animales para poder consumir su carne. Scott se negó y es probable que aquella fuera la primera de una larga sucesión de malas decisiones. Media docena de ponis murieron por frío. Otros fueron sacrificados para no detener todavía más la expedición.

Llegaron al polo Sur el 17 de enero de 1912, sí, pero sólo para comprobar cómo los noruegos, con Amundsen a la cabeza, habían llegado cinco semanas antes. Así vivió Scott la terrible noticia, según sus diarios:  

Lo peor ha sucedido (…) Todos los sueños del día se han evaporado (…) Dios mío, este lugar es horrible.

Pero todavía quedaba lo peor: la vuelta. Tras 21 días caminando llegaron al glaciar de Beldmore. La nieve estaba muy espesa y apenas quedaba comida. El ánimo todavía empeoró más. El fracaso les dominó por completo. El primero el morir por Evans que tenía una infección en la mano provocada por un corte. Aquel 17 de febrero de 1912, Scott escribía:

Dios nos ayude, pues lo cierto es que no podemos continuar con este esfuerzo. En grupo todos estamos de buen ánimo, pero ignoro qué siente cada hombre en su corazón.

 El día de su cumpleaños, Lawrence Oates, abandonó la tienda dejando un mensaje: "Voy a salir, quizá me quede fuera un tiempo". Y ya nunca más lo volvieron a ver. Pasaron dos días buscándole y no hubo solución. Reemprendieron la marcha y una fuerte tormenta desbarató el campamento donde guardaban los pocos víveres que quedaban. ¿El resultado? Ocho días aislados. Este es su último registro en el diario:

Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos. Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. Por el amor de Dios, cuidad de nuestra gente.

Un día después, Scott murió. Ocho meses después, el 12 de noviembre de 1912, los cuerpos de los integrantes de Terra Nova fueron encontrados por otra expedición. ¿Qué falló? ¿Por qué nadie obedeció la orden de Scott antes de su partida que pedía que si algo iba mal enviaran asistencia de trineos con perros? ¿Es la expedición Terra Nova un símbolo de la caída del Imperio Británico? Es posible. Lo cierto, sin embargo, es que los cadáveres de aquellos hombres fueron recibidos como héroes en Londres. Y así continúan. 

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