VALÈNCIA. Comienza fuerte la serie francesa En la sombra. Con el asesinato del presidente de la República, nada menos. A partir de ahí se suceden intrigas del poder, gobiernos que mienten, chanchullos y tejemanejes entre políticos, las cloacas del estado y, sobre todo, el trabajo de los hombres (y mujeres) en la sombra (ese es su título original: Les hommes de l’ombre), muy especialmente el de los asesores de comunicación, los llamados spin doctors, que manejan las relaciones de políticos y gobiernos con la opinión pública.
En la sombra (2012-2106) es una serie francesa que acabó hace dos años, pero que ha llegado ahora a España a través del canal Sundance. Con tres temporadas de seis capítulos cada una, ofrece una mirada bien interesante y bastante realista sobre la alta política, que, las más de las veces, es más bien de baja estofa. Las temporadas son bastante independientes entre sí, aunque sigamos a los mismos personajes, y cada una de ellas se centra en algún grave acontecimiento con el que deben lidiar los representantes de la patria y su equipo de confianza, los fontaneros de la política. Tiene algunos grandes nombres de la cinematografía francesa al frente, como Nathalie Baye y Carole Bouquet, aunque el personaje central es Simon Kapita, muy bien interpretado por Bruno Wolkowitch, un experto en comunicación lúcido y más bien cínico, un poco harto de su trabajo y de los chanchulleos políticos, aunque no lo suficiente como para dejarlo.
No hay idealismo en En la sombra, esto no es El Ala Oeste de la Casa Blanca. Aquí mandan el pragmatismo y el tacticismo. La ideología es algo que posiciona más o menos en la izquierda o más o menos en la derecha, pero que puede perfectamente plegarse al ansia de poder o a la necesidad de sacar rédito de algo o de figurar y no perder presencia política. Está tal vez un poco más cerca de Borgen, la gran serie danesa, pero la francesa hace un retrato más cínico y menos empático. Es más descarnada. Aquí no hay quijotes que luchan contra la injusticia ni nadie que se rebele contra los tejemanejes. Los personajes no se parecen a la protagonista de la serie. No se enredan en disquisiciones morales ni en batallas éticas que no dejan dormir. Tampoco es House of cards. No hay grand guignol ni supermalvados inverosímiles a lo Frank Underwood, ni pretende desplegar su sentido del espectáculo. Todo es más bien práctico, por más que sucedan acontecimientos trágicos y giros de guion. Es gente pragmática la que puebla el Palacio del Elíseo y sus aledaños. La hay lista, tonta, brillante y mediocre (de esta hay mucha, como en la realidad de cualquier país). En cualquier caso, poca grandeur.
La primera temporada de la serie se centra en la construcción de una candidatura, en este caso la de una mujer, el personaje de Nathalie Baye, y es realmente interesante. Aquí formaría un buen tándem con The good wife, esa serie poliédrica, donde veíamos de hecho varias campañas electorales y contábamos con un personaje inolvidable, el de Eli Gold, fontanero y spin doctor de lujo. Aunque, como en el caso de las otras series USA que hemos citado, hay menos melodrama y menos espectacularidad. Todo es deliberadamente más romo, menos brillante, más corriente, porque la mirada que lanza sobre la política carece de glamour y de fascinación. Es una visión creíble y verosímil, que se nos antoja bastante cercana a la realidad.
La negativa de Baye a continuar con la serie obligó a modificar lo previsto y la segunda temporada, que está un poco por debajo de la primera aunque sigue teniendo interés, implicó la entrada de Carole Bouquet en un personaje nuevo. En este caso los capítulos se centran más en la vida en el entorno presidencial, dentro del Elíseo, y en algunos aspectos de política internacional. Por su parte, la tercera temporada, que acaba de comenzar su emisión el canal Sundance y que cuenta prácticamente con el mismo elenco que la anterior se enfrenta a uno de los grandes desafíos actuales, el auge de la ultraderecha. Será interesante ver el modo en que lidian con ella el resto de partidos y el trabajo interno que los hombres en la sombra van a desarrollar.
La política que muestra, ya desde su título, En la sombra, es sucia y nada glamurosa, pero también hay comportamientos decentes y honestidad en algunos personajes, por supuesto. Tienen escrúpulos, solo que es más bien una cuestión de grado y una siente que tiene poco que ver con los valores y más con el cálculo de las posibilidades de éxito; hay quien tiene su línea a no traspasar, y algunas están cercanas mientras que otras no se ven de lo lejos que están, y hay quien no la tiene. Naturalmente, el pragmatismo supone lucidez y comprensión acerca de la naturaleza humana y ese es un saber imprescindible para un asesor de comunicación. El protagonista, y no solo él, mantienen cierta brújula moral, lo que no le impide poner su experiencia y su conocimiento al servicio del poder, bajo la denominación enmascarada de “hago esto por Francia”, cuando en realidad solo se trata de sacar de apuros al político de turno.
Lo que la serie transmite de forma muy clara es la percepción de que todos ellos forman parte de una lógica y de un modo de actuar que les arrastra y no les deja cuestionarse la ética o el alcance de sus acciones. Están en un lugar y en una posición en la que han perdido la perspectiva. Se dejan llevar. Es la plasmación de esa sensación que tenemos con los políticos, sobre todo los de ese nivel, de que no pisan tierra, de que están en otra esfera, en otra órbita, que no es solo la lógica de los partidos (que ya es). Es otro orden de cosas en el que han perdido todo contacto con la realidad. Un mundo endogámico que se retroalimenta. Una maquinaria que tiene su propia e implacable lógica. Solo que, desgraciadamente, tiene grandes consecuencias sobre la vida de las personas.
Porque lo único que importa es el poder. Alcanzarlo o mantenerse en él. Tener el poder no implica necesariamente utilizarlo en beneficio propio, quiere decir poder hacer cosas, poder modificar el mundo y cambiar algo. El problema es que incluso el altruismo, que, según se mire, puede ser una forma de egoísmo, acaba entrando y plegándose a la forma de funcionar de ese ecosistema de partidos, cargos y servidumbres del poder. Requiere entrar en la maquinaria y mancharse.
Lo otro que importa sobre todas las cosas, además del poder, es la opinión pública, solo que esta es maleable y manipulable. Se le puede lanzar carnaza para morder y señuelos para despistar de lo verdaderamente importante (perdón, ¿alguien ha dicho tesis? ¿lazos amarillos?). Siempre es atractivo, y muy pedagógico para la ciudadanía y los votantes de a pie, ver el modo en que se fabrica esa opinión pública, cómo actúa la prensa y la forma en la que trabaja la fontanería de la política para inventar la realidad. Y eso va desde ocultar algo vergonzoso de un cargo público, hasta mentir acerca de un atentado terrorista. Como ven, nada que no veamos todos los días.
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