VALÈNCIA. Enfrentamientos míticos, jugadoras desconocidas, genios juveniles, vestidos de cuadros blanquinegros… ¿Tú también llevas desde noviembre encontrando por todas partes referencias al ajedrez? Si es así, estimada lectora, estimado, lector, tranquilos, no estáis solos. El éxito en Netflix de la miniserie Gambito de Dama, con cerca de 62 millones de visionados según la plataforma, ha supuesto un boom en el mundo de los peones y los alfiles: escuelas de ajedrez de todo el mundo han vivido un aluvión de solicitudes, las búsquedas en Ebay de tableros han subido un 250% y ha aumentado un 400% el seguimiento de partidas online a través del portal Chess.com. Esta inesperada pasión por la defensa siciliana no es sino la penúltima muestra de cómo los productos audiovisuales pueden influir en los hábitos de los individuos, de cómo las ficciones nos construyen y nos moldean, ya sea a la hora de probar nuevas aficiones o incluso cuando debemos elegir un sendero profesional. Esta vez ha sido el ajedrez, pero casi desde sus inicios, el celuloide ha hecho surgir vocaciones en ámbitos tan dispares como la medicina o la costura.
Bien lo saben en el pantagruélico Amazon cuya web vivió en 2012 un aumento del 135% en las ventas de máquinas de coser durante la emisión de El tiempo entre costuras, la serie que seguía los vaivenes de una joven modista y su taller de costura en Tetuán. De hecho, el mayor pico de adquisiciones se daba los lunes por la noche, coincidiendo con la difusión de cada capítulo. Y según la Universidad de Zaragoza, un 11 % de los alumnos consultados en el proyecto La decisión de estudiar medicina reconoció influencias de productos televisivos como House, Anatomía de Grey, Hospital Central o Urgencias a la hora de seleccionar su carrera.
“Desde que nacemos aprendemos a ser y estar en sociedad repitiendo roles y conductas que absorbemos de nuestro alrededor. Además de actuar por repetición, en algún sitio tenemos que proyectarnos y, de todas las artes, quizá el audiovisual sea el escenario más óptimo para hacerlo. Ha habido series que nos han acompañado como espectadoras durante décadas, algunas de ellas en momentos clave como el de hacerse mayor y configurar tus gustos o el de tener que elegir qué carrera estudiar. Es inevitable, entonces, que muchos de los roles que vemos en esas series queramos adoptarlos también en nuestras propias vidas”, explican Alexia Guillot y Adriana Cabeza responsables del podcast Las Entendidas. En la misma línea, Laura Pérez, secretaria técnica en Academia Valenciana del Audiovisual, manifiesta que en una sociedad “cada vez más digitalizada y en la que más que nunca se consume audiovisual de manera individual, pasamos más tiempo en la ficción que en la vida real. Vemos más a los personajes de nuestra serie favorita que a nuestra propia madre, y es lógico que tendamos a querer parecernos a ellos, a creernos que podemos llegar a ser como ellos, o a adquirir sus hábitos al verlos idealizados en la pantalla”.
Y es que, como recoge Héctor Gómez, director de la revista Luciérnaga y colaborador de publicaciones como L’Atalante o Cine Divergente, “por mucho que nos empeñemos en seguir creyendo que la ficción es un reflejo de la realidad, lo cierto es que llevamos ya muchas décadas de hegemonía del audiovisual como para que el camino sea precisamente el inverso. Nuestra forma de entender y relacionarnos con la realidad está mediatizada por la ficción. Otra cosa es ser consciente de ello, y ser consciente del abismo que muchas veces existe entre lo que vemos en la ficción y nuestras vidas reales. Y no identificarlo puede generar una frustración enorme”.
De criminalistas, reporteros y dinosaurios
En algunos casos, el auge de ciertas ficciones audiovisuales ha repercutido directamente en la oferta académica disponible. Así ha sucedido en la última década con la vertiginosa popularización de grados o másteres sobre Criminología a raíz del éxito de CSI. Ya fuera en la franquicia de Las Vegas, Miami o Nueva York, ya son varias las generaciones de estudiantes que descubren a través de Grissom y compañía su pasión por analizar la escena del crimen. Un fenómeno estudiado en tesis como La Televisión y la Idealización de la Criminalística. El Segundo Efecto CSI y sus Consecuencias en la Universidad, de Salvador López Bautista. La propia Laura Pérez comenta que una familiar suya está estudiando Medicina “y quiere ser forense por haber visto CSI en su casa hasta la saciedad”.
¿Qué gacetillero empedernido no ha soñado con gritar en algún momento eso de ‘¡Paren las rotativas!’ mientras se ajusta el sobrero de ala, se arremanga la camisa y se dispone a redactar esa noticia que hará tambalearse a la ciudad? No en vano, si hay un universo profesional que ha sido retratado en incontables series de películas de distintas épocas es el del periodismo. Eso sí, con unas cuantas dosis de romantización y épica desatada. La realidad, ya tal. Claro, resulta bastante más atractivo para la pantalla mostrar a un reportero dicharachero desvelando escándalos de corrupción que merendando rosquilletas mientras busca sinónimos para una crónica. The Newsroom, Periodistas, Spotlight, Buenas noches y buena suerte, El año que vivimos peligrosamente, Primera Plana o Todos los hombres del presidente son solo un puñado de ejemplos, pero hay cuatrocientas toneladas más de títulos que bucean entre reportajes, portadas y exclusivas.
Por ejemplo, en su pieza ¿Y si la culpa la tuvo Carrie?, la redactora de Vogue Patricia Moreno abordaba la influencia de la protagonista de Sexo en Nueva York en su propia vocación como periodista de moda. E igualmente, Lorenzo Mejino reflexiona en su blog Series para gourmets sobre el papel de Lou Grant en la vocación periodística de los jóvenes de finales de los 70 y principios de los 80. Han pasado ya varias décadas desde el estreno de esa ficción, pero las películas o las series sobre periodistas “continúan proyectando una imagen –divertida, heroica o degradada, pero en cualquier caso apasionante, intensa, libre de rutinas y dependencias– que ha nutrido en parte la vocación de una generación educada ante las pantallas de la televisión”, explica Mª Ángeles Pastor en su artículo Quiero ser periodista: tras las motivaciones de la profesión periodística. Así, la investigadora indica que gran parte de los estudiantes de Periodismo consultados señalaban como una de las principales motivaciones en su elección curricular “el atractivo que continúa ejerciendo el estilo de vida de los periodistas, cuyos rasgos están conectados con la imagen del periodista como personaje cinematográfico”.
Con permiso de Habla pueblo, habla y Vota centro, vota Suárez, vota libertad, si hay una melodía que quedó marcada a fuego en la corteza gris de los ciudadanos durante la Transición esa es la sintonía de El hombre y la Tierra, la serie documental de Féliz Rodríguez de la Fuente que estuvo en el aire de 1974 a 1981 (Sí ahora tienes la musiquilla de entrada de cada capítulo en la cabeza y con ella vas a estar las próximas horas, lo siento muchísimo). De rapaces esteparias a cigüeñas, del macho montés al lobo, de los roedores a los cervatillos, miles de espectadores aprendieron a conocer y respetar el patrimonio natural a través del divulgador. Es más, según una encuesta realizada en 1983 por el naturalista Joaquín Araújo, presidente de Proyecto Gran Simio en España, el 70% de los estudiantes de Biología decían hacer la carrera por influencia de Félix Rodríguez de la Fuente".
La arqueología y la paleontología son dos campos que también vieron multiplicarse sus adeptos a partir del éxito en pantalla. La primera, acompañando a Indiana Jones en búsqueda de reliquias (y luchando contra los nazis, que, como estamos viendo últimamente, nunca está de más); la segunda, en cada visita a los dinosaurios de Parque Jurásico. Dos ejemplos que ahondan precisamente en una visión de la vida laboral como un carnaval de emociones fuertes, un sinfín de aventuras (látigo o diplodocus incluidos). “La ficción suele representar los aspectos más viscerales que tienen que ver con la condición humana: la pasión, el peligro, la muerte... Por eso hay tantas ficciones sobre médicos, periodistas, bailarines, policías o abogados, pero ninguna sobre torneros fresadores o registradores de la propiedad (aunque ojalá)- sostiene Héctor Gómez-. Al final se trata de representar el pathos, de poner a los personajes en situaciones límite, por mucho que se sacrifique la verosimilitud. Lo que la mayoría de espectadoras demanda es esa suspensión de la credibilidad, ese ver a ‘personas normales’ haciendo cosas extraordinarias”.
En este momento, Elisa Hernández introduce una derivada al señalar que en el caso de vocaciones laborales a la idealización de la profesión en cuestión se suma la idea, “terriblemente extendida”, de que si a uno le gusta su trabajo “entonces el trabajo no ha de sentirse como un trabajo. Y no, el trabajo es trabajo: la venta de la propia fuerza de trabajo, del propio cuerpo o del propio tiempo a cambio de los medios necesarios para sobrevivir (a duras penas en muchos casos) en un sistema capitalista”.
¿Si no está en la pantalla existe realmente?
No descubrimos la sopa de ajo si comentamos que para que los lectores o espectadores se sientan capaces de alcanzar ciertas metas es crucial que cuenten en las ficciones con referentes con los que puedan sentirse representados. Si tu ídolo puede hacerlo y se parece algo a ti, quizás tú también puedas. Si no encuentras un eco en las pantallas, probablemente sientas que ese no es tu lugar. Para muestra, un botón galáctico: como apuntan Encina Calvo y Amelia Verdejo en su trabajo Cine e perspectiva de Xénero en Física e Matemáticas, Mae Carol Jemison, la primera afroamericana en viajar al espacio aseguró que su vocación “no venía de la historia de la Ciencia, sino de la ciencia ficción: su heroína era la Teniente Uhura, oficial de comunicaciones a bordo del USS Enterprise en la serie Star Trek”. En esa misma línea, el director de Luciérnaga resalta que para que una actividad tenga éxito es imprescindible su representatividad, “ya que la sociedad solo legitima las aficiones y vocaciones cuando parece que están suficientemente representadas”.
A no ser que vivamos 350 años, seamos millonarios y contemos con una máquina del tiempo (en Culturplaza tenemos lectores de todo tipo, así que no debemos escartar ningún supuesto), el lenguaje audiovisual es en muchos casos el único medio que tenemos de acceder a profesiones, situaciones, realidades o lugares “que en principio no encontraríamos en nuestra vida diaria. Así, por ejemplo, Los Soprano es lo más cerca que muchos de nosotros hemos estado nunca de saber cómo funciona la mafia -indica Elisa Hernández, doctora en Comunicación Audiovisual-. Esto no quiere decir que estos productos audiovisuales representen estos ámbitos o personajes a la perfección ni mucho menos, pero cuando necesitemos localizar información sobre alguna cuestión, es posible que el único contenido en nuestra memoria provenga de la ficción”.
Y resulta que no te pagaban las horas extra
En ocasiones una se lanza a intentar emular en la vida real las andanzas laborales de sus referentes de ficción y, spoiler, sale mal. Resulta que ese trabajo que en pantalla resultaba trepidante, es en realidad un agujero de explotación salvaje en el que en lugar de grandes emociones lo que se viven son palazos de horas extras a cambio de una palmadita en la espalda y tareas repetitivas hasta decir basta. Ni grandes reportajes que cambian el mundo, ni sentencias que crean jurisprudencia ni pacientes con enfermedades misteriosas que pongan a prueba tu perspicacia diaria. Mucho excel, poco sueldo y ansiedad a raudales. Ups, ¿pero qué ha pasado, si en esa serie estaban todos exultantes con la vida? Raudas y veloces, vienen Las Entendidas para recordarnos que el empujón que a veces proporcionan las series a la hora de elegir una carrera, “es engañoso”. “No debemos olvidar que esa parte laboral que vemos ficcionada en la pantalla suele ir unida a la sentimental del personaje. Quizá tú lo que quieres es la vida de Carrie Bradshow, pero no ser columnista. Te gusta el éxito que refleja en su carrera profesional, pero no los años que pasa estudiando o lo que se tarda en llegar”, explican Alexia Guillot y Adriana Cabeza. Así, señalan que al rodar ficciones sobre ciertas profesiones “se dejan fuera - por economía narrativa- las horas muertas cara al ordenador, la rutina que pueden acumular ciertos oficios, o la precariedad latente ahora mismo en muchos de ellos. No se consigue arrastrar a la pantalla a demasiado público si lo que se muestra es una existencia anodina”. Y, sin embargo, creen que si surgiera ahora otra hornada de series sobre médicos, abogados o policías “no se podría dejar fuera de su trama la precariedad que atraviesan, pesa demasiado en el ánimo general y no estaríamos dispuestas a perdonarles a estas series algo así”, apuntan.
Por su parte, para Pérez defiende que “el audiovisual lo hace todo atractivo, excitante y emocionante. Quizá más de uno se ha dedicado a la medicina porque se pensaba que los hospitales son todos como el de Anatomía de Grey. La culpa se la podemos echar a los estadounidenses, que hacen espectáculo hasta del más aburrido de los bufetes. Pero, en general, hay que ser consciente -y espero que lo seamos-, de que lo que vemos es ficción y que no necesariamente tenemos que alcanzar el éxito en la vida como lo hacen los personajes en las series o pelis americanas”. Y todo esto sin olvidar que todos somos más que nuestro trabajo, más que nuestro sueldo y mucho más que nuestra jornada laboral. Precisamente en ese plano, Hernández denuncia como “muy problemático” que se representen ciertos puestos de trabajo “por ejemplo, el clásico horario de 9 a 5 en una oficina, como desmoralizadores o lo habitual que es en productos audiovisuales que el total de las relaciones sociales de los personajes tengan lugar en el espacio de trabajo (en Ally McBeal, entre muchos otros), fomentando la idea de que la realización personal ha de llevarse a cabo única y exclusivamente en el entorno laboral. Esto tiene que ver directamente con el fomento de la autoexplotación del individuo”.
Bueno, venga, sacad rápido los tableros que hay que echarse unas partidas antes de que Netflix decida cuál va a ser la actividad o la profesión de moda en 2021. ¿Quesera? ¿Limpiadora de acuarios? ¿Florista? ¿Jugadora profesional de parchís? Próximamente en vuestras pantallas.