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De la violencia taleguera a la violencia deportiva; 'Mear sangre', la bio de Dum Dum Pacheco

En los años 70, cuando el boxeo era uno de los deportes más populares de España, Dum Dum Pacheco fue uno de los púgiles más importantes. Su leyenda no venía solo del ring, había sido un delincuente juvenil y había pasado por la cárcel. Por eso en 1976, solo con 27 años, ya tuvo material para publicar un libro de memorias donde relataba la violencia extrema de su infancia y de la cárcel, entre violaciones masculinas y ajustes de cuentas, hasta que logró destacar en los gimnasios.

28/06/2021 - 

MURCIA. Crecer en el confort de la clase media significa vivir sin sobresaltos. No es ningún secreto ni ningún fenómeno autóctono que a quienes gozan de estas condiciones se les suela despertar un interés morboso o excitante por las vidas, hazañas o literatura de los que están en una situación mucho peor. Gente a la que se le pueden poner muchos nombres y eufemismos, pero que se trata al fin y al cabo de quienes sobreviven en la adversidad.

En 2005, el fanzine Mondo Brutto dedicó su número 33 a un "especial macarra". Entre los artículos, había uno sobre el boxeador Dum Dum Pacheco. "Mear sangre y otras victorias de este español ejemplar", decía la portada. El personaje lo tenía todo, una infancia delictiva, estancias en la cárcel, dedicación a un deporte violento y una estética setentera. El libro en el que se basaba parte del texto, Mear sangre, era su autobiografía. La portada era espectacular, con goterones cayendo del título. Sin embargo, por aquellas fechas costaba entre 250 y 350 euros y no estaba disponible en bibliotecas públicas. Era un oscuro objeto de deseo... hasta hoy. La editorial Autsaider en su "División Sesuda" lo ha reeditado.

En los capítulos relativos a su infancia, el texto ofrece un cuadro de la vida en las periferias urbanas de mediados del siglo pasado y sus consabidas dinámicas. Adultos que se matan a trabajar, madres abnegadas y chavales que crecen en libertad absoluta, es decir, bajo la ley del más fuerte, y solo pueden desenvolverse a través de la violencia hasta que se convierten en delincuentes adolescentes. Una pequeña muestra:

"...un gitano llamado Leandro, que traía una gaseosa, le dije: "Oye... haz el favor de darme un trago que tengo mucha sed". Esto se lo dije con buenas palabras, y el muy imbécil no solo no me dio sino que empezó a hacerme rabiar dándose él buenos sorbos. Yo le contemplaba y el muy idiota me miraba como si tuviera en sus manos algo de mucho valor. Entonces llegó el momento de mi furia. Cuando se puso a beber otra vez, le di un manotazo en la parte trasera de la botella y... ¡plaf! Le rompí por lo menos cuatro dientes. Aquí empezó el odio hacia mí. Fueron a mi casa unos diez o quince gitanos, iban también mujeres con tijeras. Mi madre al oñir los gritos y os ruidos de las piedras que tiraban contra el tejado, salió. No la dejaron ni decir una palabra. Se lanzaron hacia ella cogiéndola de los pelos y dándola manotazos..."

Tras ver a algún amigo morir electrocutado en los equipamientos urbanos de la época, Pacheco no tardó en empezar a dar tirones con una banda de delincuentes de su edad e ir a parar a la cárcel con dieciséis años. Aquí la violencia que le rodeaba fue aún mayor. Los centros penitenciarios hasta bien entrados los ochenta eran mucho peor que incluso la peor versión que intentaron mostrar de ellos las películas. Basta ver escenas de hemeroteca de algún motín, o de las frecuentes noticias sobre su masificación, para hacerse una idea. Los vídeos que grabaron entre 1985 y 1987 Adolfo Garijo y Javier Anastasio en Carabanchel, recogidos ahora en un documental sobre Tele Prisión ya mostraban un lugar insalubre donde los que salían no se alegraban solo de recuperar la libertad, sino de seguir vivos tras haber pasado por ahí.

Pacheco en este aspecto relató peleas entre bandas y violaciones masculinas de toda clase. Según dice, los chicos guapos lo tenían muy difícil porque se convertían en el objetivo prioritario de grupos de violadores. También contó el infierno de las celdas de castigo, donde procuraba colar una hoja de periódico que leía una y otra vez durante horas y horas, o en caso contrario no le quedaba más remedio que contar las baldosas de la celda. Todos los líos en los que, inevitablemente, se metía ahí dentro no le servían para más que alargar su estancia por mala conducta. En un momento, lo explica: "Hay que ponerse en mi puesto para comprender esta rabia que a veces nos viene en algunos momentos en que estamos privados de libertad".

Por fin libre -que al salir, por cierto, le inspeccionan el recto para ver si llevaba "notas o algo por el estilo"- pudo dedicarse al boxeo. Una vocación innata, ya desde que tenía cuatro años posaba en guardia cuando le hacían fotos. Tan pronto como comenzó a destacar, se le fue promocionando como un ex presidiario. Es ya un cliché la historia de los jóvenes descarriados que se redimen con el boxeo. Hasta la intelectualoide The Wire recurría al tópico, aunque difícilmente el machote de David Simon lo podría aderezar con un detalle como la Legión española, que es el cuerpo en el que Dum Dum hizo el servicio militar. Aquí también hubo violencia, pero con naturales de Ceuta. La experiencia militar, para el protagonista, fue lo mejor que le había pasado en la vida.

Antes del final, también conocemos al Dum Dum amante. Sus romances fueron tempestuosos, con maltrato incluido. Hoy, llaman la atención sus filosofadas sobre el amor, como cuando dice que la mujer no basta con que sea "buena", porque "tiene que valer en la cama" para que "se la pueda considerar perfecta". Puntos de vista cotidianos y corrientes hace cincuenta años, ahí está el famoso vídeo del Fary para corroborarlo, que leídos hoy tiembla el misterio por el contraste. Aquí una muestra:

"No soy ni por ensoñación mariquita, pero entrenándonos juntos y duchándonos uno al lado del toro no tengo más remedio que fijarme en el aparato que tiene y parece una manga riega. Nos fuimos a nuestras camas y al rato me puse encima de la chica y le dije a Perico 'Esta no va a poder decir ni Pamplona' Perico soltó una carcajada. Entonces me llegó el momento de demostrar a la china lo que era un hombre español. De repente empezó a gritar porque le hacía daño. Me eché a reír muy fuerte, ya que si con mi aparato normal le hacía daño, me imaginaba a Perico, con lo bruto que es, intentando ventilarse a la china a toda costa..."

Más interesantes son sus visiones sobre la gente a la que se refiere como que "han nacido con el pie derecho", contra los que no tiene nada, pero detesta que "lancen la piedra y escondan la mano" o "abusan y explotan la suerte de nacer con todo hecho". Aquí sí que no ha habido un afortunado cambio de esquema de valores, como ha ocurrido con la mujer gracias al feminismo, y este fenómeno sigue siendo bastante frecuente. En otras facetas de la vida, un boxeador de extracción humilde lógicamente estaba completamente alienado por el entorno, pero para estos detalles de clasismo muestra una lucidez apreciable.

La obra concluye con la consecución del campeonato de España. El libro se publicó en 1976 y parece evidente que se trataba de una maniobra comercial para darle volumen a la figura del nuevo campeón. Tenía entonces 27 años y, tal y como recuerda en una entrevista realizada para esta reedición, el libro desaparecía de los quioscos. Estaba en mitad de su carrera, luego un accidente en 1982 torció las cosas. Tampoco viene en esta biografía, pero es destacable, para redondear el personaje, que cuando era una celebrity consolidada se pasase por los actos de Fuerza Nueva a dar su apoyo, junto a otros famosos como Alain Delon, Florinda Chico o Rafaela Aparicio.

En la citada entrevista se reafirma en este punto cuando asegura que sus ídolos son Franco, Hernán Cortés y Elvis Presley. De hecho, su mítica imagen con el gorro de la legión sobre el ring, se debió, según confiesa, a que Vicente Gil, médico del Caudillo antes de que estuviera en manos del Marqués de Villaverde, y presidente de la Federación de Boxeo, le trasladó los deseos del dictador, que había sido legionario en Melilla y le hacía ilusión verle con él puesto. Perfecto colofón para un libro que a los mayores de cuarenta nos hace gracia por lo grotesco de algunos pasajes o anécdotas como esta última, pero que sería realmente interesante ver cómo lo digiere la chavalería actual, que es muy sufrida para ciertas cosas que, graciosamente, no suelen ser las relacionadas con la pobreza.

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