VALENCIA. Hasta el 29 de enero se puede visitar en el IVAM la exposición FAKE. No es verdad. No es mentira, que en palabras de su comisario artístico, Jorge Luis Marzo, “repasa algunos de los camuflajes, infiltraciones y sabotajes emprendidos por artistas en todo el mundo desde que Orson Welles hiciera creíble un ataque marciano para poner en evidencia el poder manipulador de los medios en una sociedad cada vez más constreñida a ciertos formatos de veracidad”. Una amplia muestra de intervenciones de muy diversa índole, que va del falso reportaje periodístico al sutil sabotaje televisivo, pasando por la invención de artistas exóticos o de vanguardia cuya obra ha logrado engañar a las élites críticas. Estrategias creativas cuyo fin último es el de cuestionar la verdad y los cánones académicos. Provocar, pero también reflexionar sobre los medios de masas, la industria del arte y la sociedad en que se circunscriben.
La exposición, de visita obligada, parece pedir a gritos un apéndice cinematográfico. O, al menos, un ciclo de películas (el IVAM posee sala de proyección) que complemente la visión del fake por parte del séptimo arte, tan prolija como repleta de títulos imprescindibles. “Originalmente el proyecto incluía un programa de cine, pero hubo varias razones que nos hicieron desistir: muchas productoras pedían cifras muy altas por los pases”, admite Marzo. También había otros inconvenientes. “Estaba el tema de las traducciones al castellano o valenciano, dado que son películas relativamente raras”, comenta. Además, “no tenía mucho sentido hacer un programa de cine y no contextualizar apropiadamente las obras con alguna presentación, introducción o charla: yo vivo en Barcelona y no me podía desplazar tan a menudo para presentarlas”. Finalmente, “los presupuestos del IVAM son los que son y no llegaban a muchas de estas partidas, por no decir a ninguna, como hubiera sido traer a algunos autores o especialistas para que las presentaran”. Seguimos, pues, instalados en el precariado cultural. Eso sí, con flamante Plan Estratégico, responsabilidad del equipo de Pau Rausell, el hombre en Valencia que lo hace todo, como dirían Astrud. Y lo hace en latín.
Marzo añade también otras cuestiones prácticas. “La razón de querer presentar obras fílmicas en un formato separado del expositivo también se me hicieron obvias: la duración de todo el material podía hacerse eterna. Además, algunas de las obras requieren verdaderamente ser vistas en el formato original cinematográfico si no queremos falsear las intenciones de sus autores”. Sin embargo, aclara, “la exposición no se circunscribe a ‘formatos’. En realidad, hay referencias constantes al universo cinematográfico, como en las obras de Lucas Ospina (Comando Arte Libre S-11, 2007), Peter Jackson y Costa Botes (Forgotten Silver, 1995) u Orson Welles”. La mejor manera de integrarlas en la exposición ha sido el excelente catálogo editado por el museo, que amplía ostensiblemente los casos de estudio e incluye ejemplos directamente relacionados con el cine. Por tanto, mientras que en el interior del espacio expositivo es posible disfrutar de los inteligentes montajes perpetrados por el colectivo Luther Blissett, el fotógrafo Joan Fontcuberta o el escritor Max Aub, el catálogo recoge también casos como el de Fills de puta (de Víctor Serna, Sofía Tatay y, sí, Pau Rausell), de importante resonancia en Valencia (provocó un cruento enfrentamiento entre sus autores y el diario Levante-EMV) o, efectivamente, diversos falsos documentales cinematográficos.
Mentiras arriesgadas
Welles ostenta un merecido protagonismo en la exposición por la célebre emisión de 1938 en que aprovechó la psicosis colectiva estadounidense para hacer pasar por real su versión radiofónica de La guerra de los mundos, pero no es su única conexión con la materia. En 1974 realizó el documental Fraude (F for Fake), donde dejaba al descubierto la falsedad que se mueve alrededor del mundo del arte. El film tomaba como protagonistas a Elmyr de Hory, un famoso falsificador, y a Clifford Irving, su biógrafo, para plantear una recreación en torno a los “grandes falsos” de la historia, desde el magnate Howard Hughes a sí mismo (de nuevo, el pánico creado a partir de la obra de H.G. Wells), que deriva en un discurso acerca de qué es el arte, en qué consiste y dónde se encuentra la línea que separa el “arte real” del “arte falso”. Es, por supuesto, una de las películas que ha estudiado Jorge Luis Marzo. “Hay mucho material y de lo más interesante, con todas sus variantes (ficción verité, docuficciones, parodias, etc). A título personal, y aparte de los clásicos que se explican por sí mismos, como Fraude o El juego de la guerra (The War Game, Peter Watkins, 1965), y de las docuficciones que cuestionan el potencial de los formatos de ciertas imágenes, me interesan mucho las obras que exploran la veracidad en clave de sinceridad y confianza”.
En ese sentido, Marzo considera que “al desvanecerse los instrumentos tradicionales de autoridad, los términos adheridos a la subjetividad radical del capitalismo liberal, como la sinceridad, son los que están marcando el debate sobre la veridicción: los formatos que utilizamos para determinar lo que es plausible y lo que no. No deja de ser interesante que el Oxford Dictionary haya elegido el término “posverdad” como palabra del año, en relación a lo ocurrido en los relatos políticos recientes en Europa y EE UU”. Por eso, añade, “trabajos como I’m still here (Casey Affleck, 2010) o el cortometraje …No Lies (Mitchell Block, 1975) me parecen inteligentes formas de tratar la cuestión del simulacro de lo sensible como nueva vía de autoridad, pero al mismo tiempo como nuevas formas críticas de investigación sobre temas delicados, como el fracaso, el olvido o la violencia sexual. Por otro lado, por ejemplo, Stolen Art (Simon Backès, 2008) me sugiere un sutilísimo modo de analizar la responsabilidad del arte a la hora de fijar la originalidad o la autoría como formas de autenticación, impidiendo la posibilidad de pensar lo imaginario como formas colectivas de expresión y reflexión”.
La lista de títulos que Marzo ha manejado en sus investigaciones sobre el fake cinematográfico es extensa, e incluye ejemplos como Ocurrió cerca de su casa (C’est arrivé près de chez vous, Benoît Poelvoorde, Rémy Belvaux y André Bonzel, 1992), Guns on the Clackamas: A Documentary (Bill Plympton, 1995) o Medio ambiente frío (Medium Cool, Haskell Wexler, 1969), así como los mockumentaries musicales clásicos This Is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984) y Fear of a Black Hat (Nina Blackburn y Rusty Cundieff, 1993) o films en la estela de Este perro mundo (Mondo Cane, Paolo Cavara, Franco Prosperi y Gualtiero Jacopetti, 1962), como Uomini e Squali (Bruno Vailati, 1976) y Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, Ruggero Deodato, 1979). La selección obliga a lamentar nuevamente la ausencia del preceptivo ciclo en el IVAM y, por el contrario, recuerda el que la Filmoteca dedicó en 1999 al falso documental y el metraje encontrado, donde también había producciones españolas como La seducción del caos (Basilio Martín Patino, 1992), Gaudí (Manuel Huerga, 1987) o el estupendo corto Manualidades (Santiago Lorenzo, 1991).
Engaños locales
El difuso espacio de mestizajes e hibridaciones donde se enmarca el fake y otras manifestaciones recientes del documental y la no ficción también ha sido terreno abonado tanto para el cine de terror reciente como para certámenes especializados y publicaciones. En 2001, la editorial Glénat editaba Imágenes para la sospecha, un volumen colectivo coordinado por Jordi Sánchez-Navarro y Andrés Hispano y publicado en colaboración con el festival de Sitges. Poco después, en 2004, era el festival de Las Palmas de Gran Canaria el que encargaba a Antonio Weinrichter un libro titulado Desvíos de lo real, donde el crítico planteaba una cartografía de esa extensa zona que se extiende entre el documental tradicional, la ficción y lo experimental, un cine fronterizo donde encuentra acomodo el fake. Y al año siguiente era Documenta Madrid el festival que patrocinaba la publicación de Nada es lo que parece, nuevo volumen sobre el tema, coordinado esta vez por María Luisa Ortega.
Weinrichter es quien más ha continuado investigando la cuestión, incluso poniendo en marcha (junto a Josetxo Cerdán) una serie de programas que, bajo el título de D-Generación (en alusión a su condición de trabajos relacionados con la generación digital), han tratado de aglutinar lo que ha calificado de “experiencias subterráneas de la no ficción española”. El ciclo, que contó con el apoyo del Instituto Cervantes y recorrió diversas capitales europeas, se componía de diversas sesiones en las que trabajos de cineastas profesionales como Isaki Lacuesta, Ramón Lluís Bande, León Siminiani o Andrés Duque compartían protagonismo con obras de carácter más periférico o amateur, entre ellas Amadeo. Una historia real (2004), un cortometraje de quien suscribe (si se nos permite la inmodesta inserción publicitaria) que buscaba utilizar el formato documental canónico con objeto de engañar. Sí, un fake.
Las fascinantes posibilidades del género han tendido sombras de sospecha por doquier en los últimos años, tanto en televisión (baste recordar Operación Palace, de Jordi Évole) como en cine. Uno de los casos más llamativos es el de Grizzly Man (Werner Herzog, 2005), sobre la que Jordi Costa escribía: “Quizá sea un síntoma revelador de la enfermedad de los tiempos: lo real adquiere acentos tan grotescos y está tan intoxicado por las leyes del espectáculo que espolea constantemente nuestras sospechas y es sometido a la perpetua cuarentena del descreimiento. Grizzly Man, en este sentido, es una perfecta película de hoy, del mismo modo que es una perfecta película de Herzog. Tan perfecta que parece falsa: un documental que se diría mockumentary (o falso documental)”. Sobre el film, uno de los más hermosos y enigmáticos del presente siglo, Álex D’Averc comentaba también: “El cinematógrafo, nos explica Herzog, es el más poderoso espejo que tenemos los hombres para mirarnos e interrogarnos, pero el sentido de lo que nos dice es intraducible”. Una reflexión que se puede extender a otras formas de arte y que conecta con la que propone la exposición del IVAM.
En similares términos fue acogida Exit Through the Gift Shop (2010), la película firmada por el artista urbano y agitador Banksy, que bien podría considerarse la versión actualizada y enfocada al street art del Fraude de Welles. Alejandro G. Calvo la definió como “una comedia-documental lo suficientemente amena y divertida para que nos dejemos engañar como tontos con una sonrisa de satisfacción atravesada en la cara”, en alusión a la facilidad con que el artista (que continúa preservando el anonimato) juega con el espectador hasta el punto de hacerle poner en duda unas imágenes en las que se mezcla la información real con la falsa y los personajes auténticos con los inventados, pero que, sobre todo, ponen en solfa el institucionalizado mundo del arte. Quizá su discurso no diste mucho del que surgió a principios de los ochenta, cuando los grafiteros del entorno hip hop neoyorquino acabaron exponiendo en las galerías más chic de la ciudad, pero nunca está de más cuestionar los mecanismos (muy a menudo perversos) por los que se rigen la cultura y los medios de comunicación de masas. Es lo que propone, entre otras cosas, FAKE. No es verdad. No es mentira. No se la pierdan.