Frases como ‘Cuídate’ reflejan el espíritu de este tiempo que algunos detestamos en la intimidad. Ese ‘Cuídate’ resume la filosofía de Ikea, es decir, el ‘Hazlo tú mismo’, y la de nuestro triste Gobierno cuando nos anima a hacernos emprendedores. Nos están diciendo que, si vienen mal dadas, estamos solos, sin la ayuda de nadie
Conozco a Vladímir de mis tiempos de voluntario en una parroquia de Campanar. Él acababa de llegar a España con su madre y su hermano pequeño. Eran los años más duros de la crisis. Entonces era un adolescente despierto que llamaba la atención por sus modales correctos. El día en que lo conocí llevaba un brazo en cabestrillo. Se lo había roto jugando al baloncesto. Ya era muy alto. Como no sabía ni una palabra de español, quiso venir a mis clases. Yo, que no tengo ni idea de Lengua, había aceptado colaborar con la parroquia porque nadie se atrevía a impartir nociones básicas de castellano.
Como les sucede a muchos inmigrantes del Este, mi amigo aprendió pronto a manejarse con nuestro idioma; no sólo lo hablaba sino que también lo escribía. Su curiosidad por la gramática, sus constantes preguntas sobre cómo escribir sin faltas de ortografía, más de una vez me pusieron en un aprieto. Hoy estoy orgulloso porque pienso que, aun con mis carencias, algo debí de contribuir a que Vladímir hable y escriba perfectamente el castellano; sólo su acento ruso lo delata como extranjero.
Después de aquel curso de español para inmigrantes nos hemos visto con asiduidad. Al principio venía siempre con algún manual de Fernando Lázaro Carreter; tal era el interés que mostraba por la lengua castellana, lo que debería avergonzar a muchos españoles que la maltratan cuando no la desprecian, ignorantes como son. Después cambió a Lázaro Carreter por los clásicos, y comenzó a leer La Celestina, El Quijote —que se le resistió— y La Regenta.
La última vez que nos vimos fue en El Patio de Ruzafa, en la sede de la Unificación Comunista de España en València. Quería sorprenderlo con este pintoresco lugar que hay en Literato Azorín. El largo pasillo que lleva al bar, en el que se puede contemplar una exposición sobre el centenario de la Revolución rusa, despertó su curiosidad. En una de la foto se ve a Lenin bajando del histórico tren; en otra tapándose su calva con una peluca, anticipándose a lo que haría otro comunista, en este caso español, para no ser identificado por la policía franquista.
A Vladímir le gustó la exposición. Como mi amigo pertenece a las juventudes del partido político de Putin, temí que llevarlo a un local comunista le pudiera resultar incómodo pero enseguida dio muestras de sentirse a sus anchas, lo que prueba el respeto que todo nuevo nacionalista ruso siente por el comunismo y por la grandeza de un imperio que Putin, tan nostálgico, está empeñado en reconstruir.
Esa tarde no pudimos salir al patio del bar, lo que me extrañó. Es lo mejor del local. Pregunté al camarero por qué no había mesas en la terraza interior pero no quiso o no pudo decirme lo que había sucedido. Puede que algún vecino se haya quejado del ruido ocasionado por los clientes. Dentro hacía calor; cerveceamos todo lo posible para refrescarnos. Vladímir había venido sin libros esta vez pero mantenía su curiosidad intacta por seguir aprendiendo castellano.
—Javier, desde que llegué a España me ha llamado la atención la de veces que he oído repetir la frase Cuídate.
Le di la razón. Ese verbo, que incluye un pronombre, dicho en un tono exhortativo, es moneda común en muchos finales de conversación. Se utiliza como despedida.
—En realidad, ¿qué quieren decir al afirmar Cuídate?
SI ALGUIEN TIENE EL BUEN GUSTO DE LEER ESTE ARTÍCULO, LE ROGARÍA QUE NUNCA SE DESPIDIERA DE MÍ CON UN “CUÍDATE”. SI LO HACE ES QUE NO LE IMPORTO LO MÁS MÍNIMO
“No lo tengo muy claro”, vine a decirle. En todas las lenguas hay expresiones o palabras que comienzan a circular con sorprendente velocidad, de la misma manera que otras dejan de pronunciarse. La lengua, le cuento, es algo vivo. La gente, en el ejercicio de su libertad, decide qué vocablos siguen viviendo porque les son útiles para comunicarse, y cuáles mueren. Cuídate ha hecho fortuna. Raro es el día que alguien, con independencia del trato que nos una, no me lo suelte. En otro contexto, lo mismo sucede con Es lo que hay, la frase que resume mejor la resignación a la que la crisis nos ha llevado a la mayoría.
Vladímir, convencido con mis explicaciones, prometió no abusar de esa expresión porque “me parece un tanto superficial”. Así es, le comenté. Decir Cuídate es una manera de salir del paso, no nos compromete. Expresiones como esta reflejan el tiempo que nos ha tocado en suerte y que algunos detestamos en la intimidad. Cuídate resume la filosofía de Ikea, es decir, el Hazlo tú mismo, y coincide con la de nuestro triste Gobierno cuando cada día un ministro nos invita a hacernos emprendedores. La razón es sencilla: como la batalla del empleo digno la dan por perdida, nos animan a hacernos empresarios. Así creen que se quitan el problema de encima.
Por si alguien tiene el buen gusto de leer este artículo, le pediría que nunca se despidiera de mí con un Cuídate. Si lo oigo salir de sus labios es que no le importo lo más mínimo. Llegado el caso, lo mismo me diría si le comunico que he perdido mi trabajo o que me han detectado un cáncer de colon. “Cuídate, Javier”, es decir, vela por ti mismo, sin la ayuda de nadie, porque este mundo, el Estado, la sociedad, esa sociedad a la que le gustan tanto los discursos en los que se combinan vanas palabras como solidaridad y empatía, no lo van a hacer por ti. Porque estás solo, y lo sabes.