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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Cuatro años recordando

5/05/2019 - 

VALÈNCIA. El tiempo pasa cada vez más deprisa a medida que este se va acumulando en la vida de uno. Por más que sea consciente desde hace meses que en mayo esta serie iba cumplir su cuarta temporada, no deja de sorprenderme estar aquí ahora hablando de esto. Cuatro años equivalen hoy a mucho más tiempo de lo que hubiese sido dos o tres lustros atrás. Los recuerdos escritos han ido alimentando estos artículos desde el 3 de mayo de 2014, que fue cuando debuté contando una historia tan absurda –haber asistido a un acontecimiento musical histórico, la reunión por sorpresa de Velvet Underground, en representación de Canal 9 y que te prohiban emitirlo porque a no se sabe qué directivo le pareció inapropiado- que parecía más una pieza de ficción que otra cosa. A partir de ahí, piezas sueltas y reflexiones de mi trayectoria profesional y vital. Encuentros con estrellas del rock, con personajes importantes y no tan importantes, entrevistas de todo tipo  realizadas en todas las circunstancias posibles. Textos que también hablan de apostar por ciertos asuntos cuando era arriesgado hacerlo; y de errar en su momento, de saber reconocer que fue así y pedir disculpas a quien corresponda y de paso a mí mismo.

Los recuerdos no pueden esperar es un título fetiche para mí –una canción de Talking Heads- del cual mi madre dice que es muy bonito porque parece de un melodrama de los años cincuenta. David Byrne, me temo que nada puede imponerse a la lucidez de una madre. También es un título tramposo porque, en mi caso, los recuerdos pueden esperar bastante. Son recuerdos perezosos, sin prisa por nada. Teniendo en cuenta que he olvidado muchísimas cosas –algunas de ellas importantes- y que mi archivo de casetes, transcripciones, revistas, fotos y souvenirs es un desastre, supone un alivio ver hasta dónde he sido capaz de llegar. Cuatro años. Cuando hablé por teléfono con fulano y cuando me senté delante de mengana. Cuando escribí aquello y cuando hice esto otro que mira tú ahora qué risa. Las reflexiones sobre aquellos que se han marchado, no las olvidemos. Las puntualizaciones sobre eso llamado movida, que viví muy de cerca y que ahora, gracias a ciertos intentos por denostarla, vuelve a estar de moda. Recuerdos de aquella València de finales de los setenta y primeros de los ochenta, donde viví mis primeras experiencias en diversos campos, y que se parecen mucho a las primeras experiencias de muchos paisanos de mi edad porque comparten escenario.

Cada domingo aparecen en las redes sociales comentarios acerca de estos artículos. Hay quien dice que forman parte ya de sus domingos, lo cual me honra muchísimo por lo que esto significa. Teniendo en cuenta, sobre todo, que los domingos son siempre días incómodos,  toda ayuda para sobrellevarlos siempre resultará poca. También veo que, likes y datos de tráfico al margen, estos recuerdos han animado a que algunos compañeros pierdan el miedo a la subjetividad y se lancen a contar las cosas de otra manera. Este escribiente, humilde sólo a ratos, hace tiempo que considera que el periodismo musical es una cosa yerma si se empeña en seguir contando lo mismo de siempre a los mismos de siempre de la misma manera. Con esa falta de conexión con la vida, con esa pesadez que conllevan las etiquetas en inglés que ya no transmiten prácticamente nada, con ese desinterés por elevar este tipo de textos y ayudar a que trasciendan su propia naturaleza. Me alegro pues de haber contribuido a inspirar lo contrario y para quienes ahora mismo estén pensando que qué me he creído, contestarles diciendo que hace tiempo que dejé de confiar en la generosidad ajena. Varios de mis textos, cuando el contexto lo pide, quieren ser cartas de gratitud a personas de la cual he aprendido o que de una u otra manera me han ayudado. No basta con ser agradecido en privado, hay que expresarlo en público, y más ahora con la cantidad de mierda vanidosa y egoísta que supuran las redes sociales.

Estos cuatro años han supuesto un valioso aprendizaje. Los recuerdos no pueden esperar  me ha permitido pasar a formar parte del equipo de colaboradores de una cabecera, que tuvo un efecto dinamizador en el periodismo de mi ciudad cuando ésta más lo necesitaba. El compromiso de entregar un texto semanal de estas características me ha permitido ejercitar una parte de mi escritura que llevaba años soterrada. Gracias a estos artículos he conseguido articular, al fin, eso que se llama una voz, que es lo más preciado que puede tener un escritor o un periodista porque es la clave para interpretar lo que ves dentro y fuera de ti. El ejercicio de esa voz, a golpe de artículo por domingo, durante 208 semanas –un poco menos si restamos los domingos de agosto que he descansado- ha resultado ser beneficioso también a nivel personal. Esta dinámica ha sido determinante para que pudiera acabar de una vez la que fue mi primera novela y que, a su vez, esta novela fuera como yo consideraba que tenía que ser. Gracias siempre a Valencia Plaza y a su equipo por esto también.

Durante  cuatro años he hablado aquí de temas muy diferentes. Las muertes de Lou Reed y de Bowie, de mis padres, de los periodistas musicales que me inspiraron de jovencito, de las tiendas de discos que frecuentaba de adolescente, de los Pegamoides, Ana Curra, Carlos Berlanga, Fangoria. Glamour, Brillante, Barraca. De temas de actualidad como Rosalía –fue pasmoso comprobar cómo ciertos temas suscitan rechazos que van más allá de toda lógica- o la censura en forma de corrección política. En dos o tres ocasiones me han propuesto recopilar algunos de estos textos en un libro. Fue una idea que me planteé seriamente durante un tiempo y que finalmente he descartado. Puede que con el tiempo cambie de idea, pero ahora mismo, creo que estos artículos pertenecen exclusivamente a este formato. El formato gaseoso de los artículos online. Que no está tan alejado de los artículos impresos en la prensa diaria, que un día son comentados, aplaudidos o criticados y al siguiente han sido completamente olvidados. Pienso que todo lo escrito aquí durante estos cuatro años no es más que una acumulación de chispazos efímeros que apenas alguien recuerda al día siguiente. Los recuerdos son lo único que tenemos, dice Nick Cave, pero coleccionarlos no es un fin en sí mismo, es solamente una manera más para seguir adelante.

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