La autora israelí de cómics Rutu Modan viajó a Polonia para averiguar por sí misma cómo era el lugar del que tuvieron que huir sus abuelos en los años 30. Un país en el que una nueva legislación prohíbe acusar a Polonia de haber participado en el Holocausto. Modan mostró los contrastes del postconflicto, con escolares israelíes que tienen que viajar a ver los campos de concentración mientras piensan en ligar y en cosas propias de su edad, los turistas que van al Gueto de Varsovia a recrearse con el dolor y la tragedia ajena y los polacos, que muchas veces se sienten molestos porque ellos se consideran también víctimas de la II Guerra Mundial
VALÈNCIA. El mes pasado, el Centro para la Investigación del Holocausto de los Judíos de Polonia hizo pública una investigación que cifraba en dos tercios de los judíos que se escondieron de los nazis en su país no sobrevivieron a la guerra. Fundamentalmente, por culpa de sus vecinos no judíos. Es una obra que recopila los datos de 9 de las 13 regiones polacas en dos volúmenes de 1600 páginas. A partir de este trabajo, serían medio millón de judíos los que murieron en Polonia a manos de polacos no judíos. Los nazis exterminaron a cuatro millones en este país.
El informe ha aparecido tres meses después de que el gobierno de Polonia aprobase una ley que castiga culpar a Polonia de crímenes nazis. La medida entra dentro de un sentimiento muy común en el Este de Europa con respecto a los nazis y al comunismo. Muchas personas se sienten doblemente víctimas, de los unos y los otros, y su estatus no es reconocido. Es un motor de los sentimientos nacionalistas.
Si hubiera que recomendar un cómic que lidia con la complejidad de esta situación ese sin duda es La propiedad (Sins Entido, 2013) de Rutu Modan. De la autora israelí hablamos recientemente en alusión al resto de su obra y su inteligencia corrosiva. En su obra, hasta el momento, ha mostrado diferentes gamas de ácido. Puede ser surrealista, hiriente y mordaz hasta límites de cómic underground de los 70 como en Jaimiti y otras historias (Astiberri, 2016), puede armar un argumento extenso, con su comedia romántica y su realismo, como en Metralla (Astiberri, 2015), ilustrar un reportaje periodístico sobre la guerra de Gaza o, directamente, dibujar para niños. La cena con la reina (Fulgencio Pimentel, 2017).
En La propiedad, que quizá sea su obra más aclamada hasta la fecha están presentes los ingredientes que hicieron de Metralla una novela gráfica de referencia. Es una obra realista y humana. Si antes Modan tocaba los problemas cotidianos de Tel Aviv, con especial obsesión por la familia como institución, en La propiedad seguían los mismos temas pero trasladados a una historia relacionada con la tragedia del Holocausto.
Como en todo lo que firma esta autora, las cargas de profundidad están en los pequeños detalles. Por ejemplo, cuando las protagonistas, una abuela y su nieta, acuden a Varsovia en busca de una propiedad confiscada, lo que más llama la atención es la explotación comercial y turística del Gueto de Varsovia que se encuentran.
No lo critica expresamente, pero lo deja caer. Aparecen un grupo de turistas ataviados con una estrella amarilla en el pecho, a los cuales un grupo de actores disfrazados de nazis les obliga a subir a un camión y se los lleva. Una performance.
La directora de explotación del concepto "gueto", que no es judía, aparece como una persona sentimental, exagerada, que trata por todos los medios de sacarle partido a lo que sucedió allí. Se lamenta de que la vida siga, de que se derriben edificios antiguos, de todo lo que haga que se borre el recuerdo del lugar tal y como era en aquel momento, pero fundamentalmente porque ha ligado su vida a gestionarlo.
La atracción turística, con grandes posters con rostros de judíos, tal y como ella la dibuja, sigue planteando algunos quebraderos de cabeza al visitante con un mínimo de sensibilidad. Cuando se acercan a ver los cuatro ladrillos que quedan en pie de lo que fue aquello, se encuentran en mitad de la vida cotidiana de los habitantes del barrio.
En estas viñetas, se transmite cierta tristeza, muy elegante y sutil, a la hora de trasladar el impacto que le produce a un descendiente de las víctimas que aquello haya quedado reducido a una atracción turística. Ya en las primeras páginas, cuando emprenden viaje hacia Polonia, en el avión la gente planifica sus visitas a los campos de concentración como si fuese a Disneylandia. Se trata de estudiantes israelíes que tienen que hacer estas visitas periódicamente para no olvidar, pero ellos, pasadas tantas décadas, están más pendientes de ligar con quien tengan al lado que de otra cosa.
En una especie de meta-narración, la autora también reparte a los artistas. Un personaje polaco que pasa por allí, que dibuja cómics sobre la insurrección del Gueto de Varsovia, cuando conoce a la pareja que de israelíes que busca su piso perdido en la guerra, está deseando estar con ellos, compartir tiempo. Todo para dibujar un cómic. Es la maldición de escritores y artistas que no han tenido experiencias singulares en la vida, necesitan vampirizárselas a otros.
Modan, sin embargo, se basó en su propia familia y en su propia experiencia, viajó a Polonia, como las protagonistas del tebeo, para terminar su obra. La abuela de La propiedad está inspirada en su propia abuela. Pasó horas hablando con sus tíos para recopilar anécdotas y vivencias que describieran el carácter de esa mujer. Una personalidad singular donde las haya, no solo por ser de la generación que sobrevivió a las guerras y las posguerras -incapaz, por ejemplo, de tirar una botella de agua llena cuando pasa el control de seguridad del aeropuerto porque le parece un derroche innecesario- sino por ser judía. Para ella, dibuja Modan, solo existen los judíos y si son médicos o ingenieros, el resto del mundo que no es eso son o locos o ladrones. Detalles de la personalidad que ha tomado de la forma de ser de sus familiares.
Aparte de una reconstrucción de su abuela fallecida, para el resto de la documentación ella misma viajó a Polonia. Un país que solo conocía por las películas de Kieslowski. Allí se relacionó todo lo que pudo y le tomó el pulso a la sociedad polaca con la cuestión judía. Sus abuelos venían de Polonia por lo que entendió este trabajo como una forma de reconciliarse con su pasado. Una manera de tratar de entender algo.
El dibujo es el más elaborado de toda su trayectoria. Realista, con colores planos, sin tramas. Y el espíritu que inunda la obra es el de la estupefacción. No hay dramatismo ni mártires. Simplemente, Modan se sumerge en la normalidad polaca de la que sus abuelos fueron expulsados, sus congéneres exterminados y sus propiedades confiscadas, aunque haya leyes que las restituyen. La calma del postconflicto, aunque hayan pasado sesenta años, con las corrientes subterráneas que comporta para que estuvo entre los perdedores. Sin tópicos, solo con inteligencia. Una obra educativa.