VALÈNCIA. Conocimos su sufrida vida y su asesinato en cuenta atrás por goteo mediático. Protagonizó lo que viene en llamarse la crónica de una muerte anunciada. Anna Politkóvskaya (Nueva York, 1958 - Moscú, 2006) fue una periodista íntegra, que se entregó a la denuncia en el diario Novaya Gazeta de las atrocidades cometidas tanto por el gobierno ruso como por las autoridades locales en la Segunda Guerra de Chechenia (1999-2009). Y lo hizo sin amagar. Cargó contra Vladimir Putin, cargó contra los dirigentes chechenos pro rusos Ajmat y Ramzán Kadýrov, y tampoco obvió las críticas contra los separatistas de la república rebelde, Aslán Masjádov y Shamil Basáyev.
“Nos estamos precipitando de nuevo al abismo soviético, a un vacío de información que aleja a la muerte de nuestra ignorancia. Todo lo que nos queda es Internet, donde la información todavía está disponible gratuitamente. Por lo demás, quien quiera trabajar de periodista es servil a Putin o puede pagar su activismo con la muerte, la bala, el veneno o el juicio - cualesquiera que nuestros servicios especiales, los perros de guardia de Putin, consideren adecuado”, escribía ocho días después de ser envenenada durante un vuelo a Beslán.
Por su incansable tozudez fue torturada, amenazada y, finalmente, acribillada a tiros en el ascensor de su casa. Su ejecución coincidió, macabramente, con el cumpleaños de Putin, como si de un regalo de aniversario se tratara. Se había acabado con una enemiga del régimen, “una mujer no reeducable”, como así se la calificó en una circular interna del gabinete presidencial del Kremlin, donde se dividía a los opositores entre aquellas que se podían devolver al redil servilista y aquellos que daban por imposibles, por incorregibles, y contra los que “el Estado, pues, ha de utilizar todos los medios a su alcance para eliminar”.
Teatro de urgencia
Su gesta trágica sube al escenario del Teatro Rialto el 10 de junio, dentro de la programación del festival Tercera Setmana. El texto es obra de Stefano Massini, director artístico del Teatro Piccolo de Milán, y una de las voces más contundentes de la dramaturgia contemporánea europea. El italiano también es autor de Lehman Trilogy, sobre la caída del banco de inversiones Lehman Brothers, y de Creoenunsolodios, un monólogo sobre la vida cotidiana en la franja de Gaza, que en 2015 interpretó Rosa María Sardà en el Teatre Lliure de Barcelona.
Tanto aquel espectáculo unipersonal sobre el terrorismo islámico como el dedicado a la periodista víctima del terrorismo de Estado fueron dirigidos en forma de díptico por Lluís Pasqual, que quedó conmocionado tras su lectura. Otro tanto le sucedió a la actriz Míriam Iscla, que da vida a Politkóvskaya, Premio Olof Palme y Vázquez Montalbán de Periodismo Internacional. El día que el director del teatro le entregó el texto, no pudo conciliar el sueño.
“Vivimos un momento peligroso. La prensa libre está hoy día vilipendiada. Se la aparta, no interesa. Y no solamente en EE.UU., donde Trump niega preguntas a los periodistas, sino en cualquier sitio, en nuestra casa. Nosotros denunciamos que en el siglo XXI, una periodista ha sido asesinada por ser objetiva y contar la verdad, así que hay una gran necesidad de dar a conocer sus historia”, sostiene la actriz.
Massini escribió su retrato de la activista rusa pro derechos humanos un año después del crimen. Como describen desde el Lliure, de boca de Iscla vamos conociendo los horrores advertidos por la autora de La Rusia de Putin: la vida en una democracia fallida: “las cabezas cortadas de los guerrilleros colgadas de los gasoductos, restos humanos hechos volar con granadas, competiciones entre los militares para llevarse el recuerdo de violaciones, atentados suicidas en el centro de Grozni, episodios de profunda corrupción camuflados por una propaganda al son de la ficción televisiva, por no hablar de la carnicería del teatro Dubrovka de Moscú y de la escuela de Beslán”.
El escudo es un plato de macarrones
La obra, Premio Butaca 2016 al Montaje de pequeño formato, adopta el ritmo de un thriller y la didáctica de una clase de periodismo. Pero es un thriller relativo, porque todo el mundo sabe el final. Anna está muerta. “No estás en tensión porque no sepas cómo va a terminar. Termina mal. Lo que pasa es que a pesar de ello, la gente está pegada a la silla, viviendo el horror que ella vivió”, describe Iscla.
Los espectadores replican el viaje que la periodista realizó, desde la observación. Y en ese descenso a los infiernos, la audiencia repara en el valor extraordinario de Politkóvskaya, en cómo siguió ejerciendo su profesión con rigor y objetividad, sin huir de los riesgos y las represalias. A lo que asisten desde sus butacas, es al relato minucioso de un sacrificio por la libertad de expresión.
“Es como si vieras las noticias. La diferencia es que cuando estamos en casa podemos seguir comiendo, pero en el acto teatral no existe una pared. No hay filtro ni plato de macarrones. No hay dónde esconderse. Yo le cuento a la gente lo que está pasando, no hago un soliloquio conmigo misma. Hay una humanidad y una direccionalidad muy bestias”, describe la actriz, fundadora de la compañía T de Teatre,
Cuando asumió el reto de relatar el horror vivido por la periodista rusa, Míriam decidió, de acuerdo con Luís Pasqual, no imitarla ni mimetizar su aspecto. Trabajaron desde la empatía. Querían saciarse de la indignación que la colmaba. “He llegado a entender cómo, a pesar de todo, siguió viviendo en Rusia, por qué no huyó de las amenazas y continuó luchando por explicar la verdad, sabiendo que la iban a matar. Ese nivel de ser consecuente con lo que crees y lo que haces me ha dado un crecimiento –reconoce Iscla-. Yo creo que no sería capaz de morir por una causa, pero sí trato de ser coherente con lo que pienso, y esa pequeña lección de integridad también alcanza al público”.