En su último libro, el criminólogo Vicente Garrido recorre los antecedentes literarios y cinematográficos del fenómeno del 'true crime' y analiza sesenta películas, series documentales y podcasts de un género que crece de forma exponencial, y cuyas principales consumidoras son las mujeres
VALÈNCIA. El criminólogo Vicente Garrido insiste en que no debemos avergonzarnos de que nos guste ver, escuchar o leer historias de crímenes reales. El morbo es, en su opinión, un argumento circular y simplista que deja fuera del análisis cuestiones mucho más interesantes desde el punto de vista psicológico. No cabe el sentimiento de culpabilidad, nos dice, porque “es necesario y conveniente que el ser humano tenga presente la existencia de la maldad en el mundo”.
Este catedrático de la Universidad de València, autor del libro True Crime: La fascinación del mal (Ariel, 2021), confiesa que ha vivido con emoción el auge relativamente reciente de este subgénero, caracterizado por la reconstrucción y el análisis detallado de un delito real, pero utilizando recursos artísticos y aplicando una perspectiva particular que puede no coincidir con el relato oficial de los hechos. En este último libro, Garrido nos lleva de la mano desde los orígenes del true crime en los años cincuenta del siglo pasado hasta la actualidad.
La recreación literaria de hechos criminales reales tiene un antecedente claro en A Sangre Fría (1965), novela en la que Truman Capote narró el caso de un homicidio múltiple con una vocación lírica y una visión estética que nada tenía que ver con el relato necesariamente funcional e inmediato de la crónica periodística. Otras novelas como La canción del verdugo, publicada por Norman Mailer en 1979, y películas como Serpico (Sydney Lumet, 1973) se incluirían también entre las obras precursoras de un género que ha encontrado su máximo esplendor en el siglo XXI. Al menos en lo que atañe a su influencia en la cultura popular y su creciente peso en la industria audiovisual.
En su origen, esta revitalización del true crime -que tiene mucho que ver también con la llegada de las plataformas de streaming y con la extraordinaria expansión del podcast en todo el mundo- puede atribuirse sobre todo dos títulos. Uno de ellos fue el podcast Serial (2014), en el que la periodista Sarah Koenig exploraba el asesinato en 1999 de una chica de dieciocho años en Baltimore. Su impacto fue inédito; convirtió a millones de oyentes en pequeños Sherlock Holmes, obsesionados en la tarea de resolver con nuevas pistas ese caso judicial que consideraban que se había cerrado en falso.
Otro título esencial para comprender el crecimiento exponencial del género fue la serie Making a Murderer, lanzada por Netflix en 2015. Este true crime, que sigue durante diez años a un hombre de Wisconsin que había pasado 18 años en prisión por la agresión sexual e intento de homicidio a una mujer, añadió un nuevo elemento de interés: transgredió cualquier convención al influir directamente en la realidad. La sospecha de que la policía había preparado una encerrona a Steven Avery propició la reapertura del caso (lo que, obviamente, dio para una segunda temporada). Netflix tenía tan claro desde el principio que tenía oro entre las manos, que de forma excepcional emitió el primer capítulo simultáneamente en Youtube y en la plataforma de streaming. Ocurrió también algo muy similar con The Jinx (El gafe), emitida en 2015 también, pero en HBO. La combinación de sabiduría narrativa y el dramatismo añadido que supone el tratamiento de hechos reales resultó ser una mina.
“Los true crimes son una parte muy interesante de la cultura popular -opina Garrido-. No nos fascina el mal porque somos morbosos, sino porque hay razones muy poderosas para que nos guste. Los actos de violencia injustificada están enraizados en nuestro ADN, y además están presentes en toda nuestra cultura. Fíjate en Ricardo III, Lady Macbeth, Otello…. todo son traiciones, baños de sangre, psicópatas asesinos”. “En los crímenes reales -añade- se reflejan con nitidez situaciones extremas que ponen a las personas en el límite de sus valores morales. Por eso son una herramienta muy útil para indagar en cuestiones esenciales del ser humano. Habla de nuestros miedos y esperanzas, de nuestras virtudes y debilidades. Además, yo defiendo que los true crimes son la herramienta de critica social y política más completa y penetrante que se hace hoy en día. Nos hace reflexionar sobre el funcionamiento del sistema policial y los órganos de justicia; nos permite acercarnos al sufrimiento de la víctima o a entender por qué algunos grupos sociales están más predispuestos a sufrir la violencia”.
Por último, afirma, el true crime nos enseña estrategias de supervivencia al enseñarnos cómo piensa un asesino y a evitar situaciones que podrían costarnos la vida. Garrido vincula este argumento al hecho de que las mujeres sean las principales consumidoras de true crime. Cita un estudio llevado a cabo por profesores de la Universidad de Illinois en 2010, en el que se concluía que las mujeres eligen con mucha más frecuencia (hasta un 74%) libros basados en crímenes reales; mientras que a los hombres les van más las historias bélicas. En este estudio, las mujeres entrevistadas habrían explicado que la razón principal de su interés por el género era aprender técnicas de supervivencia. Otro estudio reciente realizado con la red social Reddit reveló que el 70% de la audiencia del podcast true crime se compone de mujeres.
Nos cuenta Garrido que una de las claves del éxito de los true crimes está en la clave dramática que aportan directores y guionistas; su capacidad para manipular las emociones del público utilizando con sabiduría las herramientas básicas de la novela negra o policiaca: el suspense, el misterio y la sorpresa. La información se jerarquiza, se ordena, e incluso se retiene en determinados momentos, con el objetivo de mantener la atención del espectador ¿Qué margen de manipulación en beneficio del suspense es aceptable?
“Esto no es algo que ocurra solo hoy en día -responde Garrido-. Truman Capote ya introducía los datos del caso del asesinato de los Clutter de forma muy habilidosa y con gran exigencia estética. En mi opinión, si se utiliza sin trampa es legítimo. Hay que distinguir entre la verdad fáctica, que es el relato objetivo de hechos reales, y la verdad simbólica, que es la verdad fundamental de la obra”. La impronta personal del autor -su margen de subjetividad y sus licencias artísticas- es del todo legítima si no altera la verdad fundamental de los hechos. Y toma como ejemplo Mindhunter (2017), serie televisiva que adapta con bastante fidelidad las entrevistas llevadas a cabo en los años setenta por agentes de la entonces novedosa Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI, que revolucionó las técnicas para estudiar las mentes de los asesinos en serie. “Si contrastamos la serie con la realidad punto por punto, vemos que el personaje de la psiquiatra es lesbiana y trabaja en la misma unidad del FBI, cuando no fue así. Tampoco es cierto que uno de los investigadores tuviese un hijo autista. Son licencias dramáticas, pero ¿acaso alteran la verdad fundamental de los hechos? No lo creo”.
El formato audiovisual de la serie documental es idóneo para estos relatos de terror extraídos de la realidad: mucho metraje y una importante batería de recursos (imágenes de archivo, fotografías de escenarios del crimen, música, recreaciones de hechos, entrevistas, etc.) Sin embargo, el podcast, a pesar de carecer de imagen, es un medio especialmente interesante para el true crime. “Tiene una ventaja importante sobre la serie documental: la inmediatez. Puedes permitirte hacer un podcast a la semana siguiendo casi en vivo un caso, mientras que cualquier producto para la televisión lleva al menos dos años”. Garrido -que habla en su libro de diversos podcasts del género, destacando Una novela criminal (Mona León Siminiani, 2018)- nos recuerda que el true crime es en sí mismo un producto “muy radiofónico”. “Puedes introducir dramatizaciones, declaraciones de testigos, lecturas de análisis forenses… no es tan completo como el formato televisivo, pero es más ágil”.
A lo largo de sus más de 600 páginas, el libro de Vicente Garrido explora hasta sesenta productos culturales true crime, aportando información sobre el contexto histórico de la obra y analizando con ojo de criminólogo cinéfilo el perfil de todo tipo de impostores, asesinos en serie, personajes corruptos, sectas, así como de casos judiciales polémicos. Y no solo se centra en Estados Unidos -principal proveedor de dramas-; también incluye series documentales españolas, como El Palmar de Troya o El caso Asunta. ¿Es posible que este aluvión de true crime haya incidido en el número de matriculaciones universitarias en estudios de criminología? “En realidad, no lo creo -afirma Garrido, basándose en su propia experiencia como profesor-. Tuvieron un impacto más grande en este sentido series de pura ficción como CSI, Bones o Anatomía de Grey, en las que no hay mucho realismo. Más de uno se habrá metido en estos estudios con la idea equivocada” (ríe).