LA VIDA ES UN BALÓN: LECTURAS PARA UN MUNDIAL (V)

Critchley-Toussaint: "Quizá la analogía más cercana a la intensidad de la experiencia futbolística sea el acto sexual"

15/07/2018 - 

ALICANTE. El mundial de Rusia entra en la recta final. A la hora de escribir estos párrafos, ya se saben las dos escuadras que se jugarán el título, en uno de los campeonatos más justos con el fútbol de las últimas convocatorias. Inglaterra se jugará la honra del tercer y cuarto puesto contra Bélgica, unos meses después de que el filósofo Simon Critchley (Hertfordshire, Inglaterra, 1960) viera publicada la traducción de su obra de 2017 What We Think About When We Think About Football, por la editorial Sexto Piso, como En qué pensamos cuando pensamos en fútbol. Milo J. Krmpotić (Barcelona, 1974), hijo de argentinos y nieto de croatas, escritor y futbolero, ha sido el encargado de verter al castellano el original inglés, un trabajo agradecido, no exento de retos y vericuetos.

En esta quinta entrega de literatura futbolera con el pretexto del Mundial de Rusia, última durante la competición, aunque toda lírica tiene una coda, y esta no va a ser menos, nos hemos encontrado en Milo a un interlocutor idóneo para hablar de la filosofía futbolística (y vital) de Simon Critchley, de los sudores de la traducción, de los sudores del hincha, del fútbol de Croacia, de los Balcanes, de Florentino y de los adagios futboleros, generadores de una magnífica colección de ejemplos de esa figura retórica llamada tautología.

“El fútbol también puede ser otra cosa, algo diferente a todo lo demás. Toussaint sugiere, desde un cierto gesto libertino muy propio de los belgas, que quizá la analogía más cercana a la intensidad de la experiencia futbolística sea el acto sexual”, escribe Critchley, forofo del Liverpool, sufridor de la selección Pross, haciendo referencia del escritor y cineasta Jean-Philippe Toussaint (Bruselas, 1957), no sin haber desmontado previamente la filosofía futbolística del belga. Visionario Critchley, aportando a la previa del partido por el tercer y cuarto puesto, estas filosóficas declaraciones mourinhistas.


—¿Qué piensa un traductor futbolero cuando le llega una propuesta como la del libro de Crichtley? ¿Dice que sí con la boca pequeña?
—Con total honestidad, futbolero o no futbolero, como traductor digo que sí al 98% de las propuestas que me llegan, y lo hago con la boca bien abierta porque hay que comer y hay que pagar el alquiler. Ahora bien, hay libros que te ilusionan más que otros, y los hay que reclaman más de ti que otros. El de Critchley cumplió con esas dos opciones: el tema me apasionaba pero nunca había traducido un ensayo filosófico. Así que fue un proceso placentero, por reconocerme una y otra vez en sus ideas, a la vez que una empresa que tuve que masticar constantemente. Un ejemplo: cuando Critchley habla de un filósofo en concreto usa la versión inglesa de su terminología, pero ese filósofo es a menudo francés o alemán. Así que el proceso era buscar la equivalencia entre el inglés y el francés o el alemán, y a partir de esa versión original buscar la versión española. Sudé más que Camacho cuando era seleccionador.
 
—¿Qué tipo de artefacto literario-filosófico es En qué pensamos cuando pensamos en fútbol?
—Este libro es la constatación de algo que veníamos sospechando desde hace tiempo: que el fútbol y la “alta cultura” no tienen por qué estar reñidos (y, de paso, que la alta cultura puede ser sumamente disfrutable). Critchley alterna la anécdota personal con el análisis filosófico y sociológico, se sirve de diversos pensadores para estructurar lo que no deja de ser una invitación a la reflexión. Es casi imposible que el fan del fútbol deje de proyectar sus vivencias y emociones sobre este libro. Que acto seguido reflexione sobre las mismas. Y que acabe encontrando tantas respuestas como preguntas subsiguientes. Este libro provoca más dudas que André Gomes, pero son dudas gozosas.
 
—En libros como La vida es un balón redondo, de  Vladimir Dimitrijević, la nostalgia ocupa un lugar central en cada texto, mientras que en Crichtley sólo hay algunos destellos. ¿Carácter inglés?
—En realidad, yo diría que el carácter inglés es eminentemente nostálgico. Pero se trata de una nostalgia asumida, digerida; a partir de ahí, los hay que aceptan la inevitable decadencia y los hay que votan al UKIP. Quizás tu impresión se deba a que Critchley apenas indaga en el fútbol de patio de colegio o de plaza, aquel en el que nos formamos casi todos, cuando soñábamos con goles por la escuadra pese a la ausencia de dicha escuadra, porque el alto de la portería cambiaba según el portero. Y habrá ayudado que el Liverpool de sus amores haya tenido su cuota de éxitos recientes y, sobre todo, que disponga de un entrenador que invita a vivir el futuro con optimismo. En cualquier caso, el fútbol es siempre, siempre, siempre la nostalgia de un “haber sido” o de un “podría haber sido”. Eso, curiosamente, igualará dentro de una década a Messi y a Romerito.  

—Después de traducir a Crichtley, ¿cómo has vivido el Inglaterra-Croacia?
—Viví el Inglaterra-Croacia con gastroenteritis, con un dolor de cabeza digno de Paul Gascoigne resacoso y con un crío de veintiún meses que no tuvo su mejor tarde-noche. Y disfruté como CR7 en una fábrica de espejos. Me encantó la clase de Inglaterra cuando creyó en sí misma, que es algo muy británico. Y me encantó también la cara de tiburón que se les puso a los croatas cuando olieron sangre, que es algo muy balcánico. Al final, no obstante, la cosa se decidió gracias a un cabezazo azaroso y a una dentellada del típico delantero acostumbrado a buscarse la vida. Un detalle que escapa a cualquier pizarra, a cualquier rasgo cultural, puro fútbol de toda la vida.    
 
—Croacia en la final. Hay gente que frunce el ceño por causas "no futbolísticas" que ejercen de efectos colaterales. ¿Hay una poética del fútbol croata ("ex-yugoslavo")?
—El fútbol balcánico ha tenido mucho más talento que títulos. Eso, sin duda, aboca a una melancolía y, por tanto, a una lírica. Sobre la primera parte de la pregunta, Critchley lo aclara bastante bien: ser amante del fútbol te obliga a taparte la nariz a menudo (desde el nacionalismo desatado hasta los tejemanejes de la FIFA, o que tu equipo se gaste millonadas en fichajes en vez de formar jugadores: los Florentino, Abramovich y ese aprendiz mediocre de ambos que es Bartomeu han hecho mucho daño). A la vez, ¿qué nación no resulta insoportable cuando triunfa? ¿Acaso una victoria de Inglaterra no hubiera dado alas a los brexiteers? Pero también es algo muy propio del signo de los tiempos, eso de exigir una rectitud moral y política a artistas y deportistas. Mira, viví parte del Mundial del ’98 en Croacia. Habían pasado muy pocos años desde la guerra y encima quedaron terceros (los eliminó Francia, precisamente, en semifinales). Y te confieso que el despliegue de banderas y de autoafirmación nacionalista me dio miedo. Han pasado dos décadas. Me consta que las cosas se han relajado, aunque no faltan puntos oscuros. La cuestión es que todo eso forma parte del fútbol por extensión. Las simpatías son otra extensión y ahí cada cual es dueño de las suyas. Pero lo importante es lo que suceda el domingo sobre el césped. A veces simplemente hay que quedarse con la interpretación más simplista del axioma de Vujadin Boskov: “Fútbol es fútbol”.  

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