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La nave de los locos / OPINIÓN

Cristina y los anarquistas subvencionados

La desconocida Cristina Morales ha ganado el Premio Nacional de Narrativa de 2019. Tras conocerse el galardón, respaldó los disturbios en Barcelona. Le gustó ver la ciudad en llamas y con tiendas cerradas. Pero no renunciará a los 20.000 euros de un premio concedido por un Estado que detesta. Su anarquismo está financiado con ayudas públicas

4/11/2019 - 

Durante estos días de enfermedad me consuelo leyendo a Enrique Jardiel Poncela y su desternillante novela Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, recreación del mito de Don Juan. Leyendo esta obra deliciosamente misógina, que tiene al galán Pedro de Valdivia como protagonista, se me hacen más llevaderas las horas de cama, dolor  y tedio. ¡Para qué luego digan que la literatura no sirve para nada!

De Jardiel Poncela leí La tournée de Dios hace años. En mi biblioteca me aguarda ¡Espérame en Siberia, vida mía! El escritor madrileño, que murió olvidado y en la ruina en 1952, es un maestro del humor inteligente. Perteneció a la otra generación del 27, la formada por Miguel Mihura, Ramón Gómez de la Serna, Tono y Edgar Neville, entre otros. Eran escritores de derechas y como tales merecen ser olvidados.

Jardiel, que como todo humorista era un moralista, recurre a la risa para desnudar las mentiras sucias de su tiempo, que siguen siendo las nuestras. La novela que leo en mi convalecencia fue publicada en 1930, pero es mucho más moderna que la mayoría de los tostones narrativos de hoy.

Jardiel Poncela fue un anarquista de derechas. El franquismo lo toleró, pero a una prudente distancia, porque su vida privada no casaba con la moral pacata impuesta por el régimen con la ayuda de la Iglesia (hoy tendría las mismas dificultades con los catequistas de la igualdad de género y la memoria histórica).

Una anarquista de izquierdas

Anarquista es también la escritora Cristina Morales, anarquista de izquierdas en su caso. La joven granadina (34 años), licenciada en Derecho y Ciencias Políticas, ha sido distinguida recientemente con el Premio Nacional de Narrativa de 2019 por su novela Lectura fácil. El jurado destacó de esta obra que era “una propuesta radical y radicalmente original”, y añadía, entre sus grandes virtudes, “la recreación de la oralidad” en el lenguaje empleado. Lectura fácil narra la historia de cuatro discapacitadas intelectuales que viven en un piso tutelado de la Generalitat. 

A Cristina Morales, afincada en Barcelona, la concesión del premio le pilló en Cuba, adonde había acudido con una ayuda de la Agencia Española de Cooperación. Desde allí hizo unas declaraciones en las que manifestaba su apoyo a los autores de los disturbios sucedidos en Barcelona. Dijo: “Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas”.

Enseguida le llovieron críticas. Eminentes columnistas cuestionaron la idoneidad del premio y arremetieron contra la novela, probablemente sin haberla leído. Yo tampoco he leído Lectura fácil; por tanto no pudo afirmar si merece o no este galardón dotado con 20.000 euros, aunque pienso hacerlo cuando me acabe todas las novelas de Georges Simenon.

Si el Estado español tiene las manos manchadas de sangre y mierda, ¿por qué aceptas, Cristina, los 20.000 euros que salen de oprimir a las clases populares

Si de verdad la obra de Cristina Morales es una propuesta innovadora y arriesgada, ya era hora de que alguien elevase el nivel mortecino de la narrativa española actual, que oscila entre las novelas de intriga (los putrefactos thriller) y los relatos onanistas, es decir, la peste bubónica de la autoficción. Cuesta recordar un par de títulos de esta década que vayan a perdurar. 

Quien censura a una escritora, un músico o un cineasta por su ideología, para así desacreditar la calidad de sus obras, es un analfabeto cultural, dicho de una manera piadosa. Da rubor recordar, como si estuviésemos en una clase de párvulos, la diferencia entre la persona y el artista. Ha habido excelentes personas que escribieron pésimas novelas (José Luis Sampedro) y canallas que publicaron grandes novelas y poemas memorables como Céline, Neruda, Alberti y J.D. Salinger. 

Los comentarios de Cristina Morales sobre la violencia en las calles de Barcelona —una estampa de ira y fuego— no menoscaban la ambición de su obra, en caso de tenerla.

Coge el dinero público y corre

Si hay que criticar a la novelista granadina es por otra razón: por su incoherencia al admitir el dinero de un premio concedido por un Estado que representa todo lo que odia: el patriarcado, la desigualdad, el poder de las oligarquías frente a los humildes, la represión policial, la ausencia de democracia real, bla, bla, bla.

Si ese Estado español (por supuesto franquista) tiene las manos manchadas de sangre y mierda, la mierda secular de los pobres, ¿por qué aceptas, Cristina, los 20.000 euros que salen de oprimir a las clases populares? ¿Por qué admites otro premio del Instituto de la Juventud y una beca de una universidad pública, sufragados con dinero público? Si juegas a ser niña antisistema, deberás cambiar el bolígrafo y el cuaderno por los adoquines y los cócteles molotov. Sigue el ejemplo de tus vecinos catalanes. 

Es lo de siempre: los hechos se resisten a seguir el curso de las palabras. Pero no todo el mundo es igual de caradura. En 2012 Javier Marías rechazó el mismo premio con su dotación correspondiente, por estar en desacuerdo con el Gobierno del PP, al que reprochó, y no sin razón, su inquina contra la cultura. Podría haber añadido que era un Gobierno corrupto y compuesto por gente ciertamente deleznable, y tampoco se habría equivocado.  

Marías podrá ser un entrañable y recurrente cascarrabias, al que seguimos con deleite desde su primera novela Los dominios del lobo, pero tiene algo que le falta a la señorita Cristina, y es vergüenza torera, que es algo así como obrar según tus palabras.

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