VALÈNCIA. Poesía visual, juegos de diseño, ejercicios de documentación y memoria… En el paraguas del libro de artista se refugian todo tipo de creadores que emplean el papel y sus periferias como formato para dar rienda suelta a la inspiración. El resultado es un arte encuadernado que puede ser reproducido y distribuido en museos, centros académicos, bibliotecas o incluso reposar en las estanterías de domicilios particulares. En este cosmos bibliófilo se adentra la exposición Text [no text], una muestra comisariada por el profesor de la UPV Antonio Alcaraz que puede verse en La Nau hasta el 12 de enero. A lo largo de la travesía se intercalan obras de Yoko Ono y Joan Brossa; de Andy Warhol y Anette Messeguer; del movimiento Fluxus y de la editorial Beau Geste Press… y así hasta llegar a cerca de 80 artículos seleccionados de entre los más de 1.400 ejemplares que componen la Colección de Libro y Publicaciones de Artista de la Universitat Politècnica de València.
Dos ejes marcan esta exposición: el primero, como su propio nombre indica es la incorporación, o no, del elemento verbal en cada volumen: así, encontramos piezas basadas en la palabra y otras que renuncian a ella ciegamente. La segunda condenada fundamental es la ruptura temporal, pues según apunta el responsable de la muestra, “hasta los años 60 se trabajó mucho el concepto de libro ilustrado, con gráfica original: grabados, litografías… Son volúmenes de tirada extremadamente limitada y muy cuidados. La segunda tipología dentro del libro de artista surge a partir de la segunda mitad del siglo XX, aquí hablamos de obras de edición masiva, con precios más económicos y una distribución mucho mayor. En esta categoría, el artista prescinde a menudo de la figura del editor y actúa con mayor libertad”. La exposición parte pues de esas obras europeas y estadounidenses que supusieron un cambio de paradigma a partir de los años 60 y 70 y llega hasta la actualidad.
Según explica Alcaraz, estos libros concebidos en calidad de objetos de masas y no de artefactos únicos e irrepetibles “permiten llegar a una audiencia mucho mayor…y eso lo cambia todo. La idea era distribuir mucho y que no hubiera problemas en volver a hacer una tirada nueva si se vendía la anterior, que se reeditara igual que sucede con la literatura estándar”. Se presenta así una diferencia “abismal” respecto a la idea de pieza única que sólo puede ser observada en la visita a un museo concreto. “Una de las ventajas que ofrece el libro frente a otros formatos radica en que puede estar presente en más colecciones, más museos, más espacios…”, señala el docente de Bellas Artes. Entre los referentes en esta democratización bibliófila aparece Xerox Book, de Ian Burn. Se trata de una pieza publicada en 1968 y confeccionada a base de fotocopias “con el objetivo de que el producto fuera más económico y resultara más accesible para el gran público, que el libro fuera la exposición y se pudiera trasladar de un lugar a otro sin ningún problema”, subraya el comisario, quien reconoce que en España “no se han hecho muchas exposiciones de este tipo, a pesar de que es un ámbito que actualmente está muy en boga, se está recuperando”.
Para centros culturales de pequeña o mediana envergadura exhibir cuadros de grandes figuras internacionales resulta casi una quimera, “pero sí pueden acceder a sus libros. Y sea un cuadro o un libro, un Warhol original sigue siendo un Warhol original. En ese sentido, es muy interesante ver cómo los museos utilizan estas publicaciones de apoyo en sus exhibiciones para complementar el resto de las piezas y reforzar la documentación ofrecida”, reflexiona Alcaraz.
Algunos obreros del libro de artista lo apuestan todo al texto ya sea “desde el ámbito conceptual”, seleccionando frases o haciendo listados de términos concretos, o bien desde el campo de la poesía visual, donde juega Joan Brossa. La construcción con palabras adquiere así los ropajes de técnica artística experimental. Es el caso de Daniel Spoerri con An Anecdoted Topography of Chance, volumen en el que va describiendo metódicamente cada objeto que encuentra en su habitación de hotel de la parisina rue Mouffetard hasta crear un inventario subjetivo en el que “prescinde de todo elemento visual. El documento redactado es la pieza de arte”. También en el reino de las palabras se engloba la pieza Isidoro Valcárcel Medina 2000 d. de J.C. (1995-2000). Al deslizar sus páginas nos asomamos a una enciclopedia personal en la que el premio Nacional de Artes Plásticas 2007 “va narrando acontecimientos que él considera relevantes”.
Pero en Text [no text] también encontramos a Sol LeWitt, Bruno Munari y otras figuras que renuncian al componente verbal y se centran en las imágenes apelando al diseño y la composición, a los juegos de líneas, planos y colores. Por otra parte, hay quienes se lanzan al collage. Así sucede con la Revista UNI-vers(;),promovida desde el exilio por el latinoamericano Guillermo Deisler a partir de material que le enviaban otros artistas por correo postal. La muestra también incluye algunas publicaciones que recogen las fases de una performance. En ellas, apunta el comisario “el artista documenta sus acciones mediante imágenes y el volumen se convierte en la única memoria tangible que queda de ese instante”.
En esta galaxia de la bibliofilia ocupan un papel esencial las piezas que ejercen de archivo visual a través de la recopilación de imágenes, por ejemplo, de álbumes familiares de desconocidos. Una de las incursiones que hace Text [no text] en este campo se realiza a través del trabajo Bernd y Hilla Becher, un matrimonio alemán que en 1958 comenzó a documentar fotográficamente todo tipo de edificios de arquitectura industrial hasta crear una tipología propia. El resultado se publicó en 1977 en un volumen que recoge incontables instantáneas en blanco y negro y de enfoque “estrictamente frontal”. “¿Qué mejor medio que el libro para documentar un proceso así? Para esos artistas que trabajan con el concepto de archivo, este formato se adapta perfectamente a su lenguaje y cada uno se lo lleva a su territorio y sus intereses. Es mucho más importante el concepto que el tipo de papel utilizado o la forma de encuadernar, aunque sí que se puede ver una gran evolución en la arquitectura del propio libro”, señala el docente. Entran aquí en juego títulos como Every Building on the Sunset Strip de Edward Ruscha, un desplegable de siete metros de largo publicado en 1966 que documenta paso a paso las distintas edificaciones del mítico Sunset Boulevard.
Si en cualquier concurso televisivo un concursante de a pie tuviera que nombrar disciplinas artísticas, no parece demasiado arriesgado aventurar que la pintura o incluso la performance brotarían al instante de sus labios. Sin embargo, ¿cuántos incluirían cualquiera de los libros ya mencionados entre su enumeración? O dicho de otro modo, más allá de los ya iniciados ¿estas publicaciones ocupan el lugar que merecen en el imaginario colectivo de la práctica creativa? “Para el gran público se trata de un formato mucho menos conocido que, por ejemplo, la escultura, así que muestras como esta, por una parte, son una forma de reivindicar este tipo de prácticas y, además, permiten también difundir el trabajo de los creadores que las exploran”, subraya Alcaraz, quien, además, ve en este vacío una oportunidad para generar nuevas audiencias: “Creo que para los espectadores puede ser sorprendente descubrir que grandes figuras cuyas obras admiran también han indagado en esta disciplina de forma paralela al resto de su producción”. No en vano, cualquier bibliófilo que se precie sabe hay muy pocas cosas que un buen libro no pueda conseguir.