VALÈNCIA. ¿Qué nos hace ser cómo somos? ¿Cómo se construye nuestra personalidad? Genética, azar, determinismo, libre albedrío, adaptación al medio. Desde siempre estamos intentando responder a estas cuestiones. Siglos de ciencia, de datos, experimentos, hipótesis y teorías que abordan la cuestión desde todos los ángulos: filosóficos, médicos, psicológicos, sociales, fisiológicos, antropológicos, históricos o culturales. Y siglos de arte, de obras de todo pelaje y condición, que expresan la naturaleza humana en toda su complicación y toda su incertidumbre. La ficción no deja de inventar constantemente mundos, personajes y argumentos que dan vueltas en torno a ese concepto tan huidizo pero imprescindible que es la identidad.
Una de las últimas que ha venido a sumarse a ello es Counterpart, la serie de Starz que puede verse en HBO y que va de espionaje y de universos paralelos. La podemos definir como una serie de espías que también lo es de ciencia ficción o quizá una serie de ciencia ficción que también lo es de espías. El caso es que al final no es tan importante la clasificación (nunca lo es) porque la pregunta que acaba haciéndonos desborda cualquier categoría: ¿Qué harías si te encontraras con una versión de ti que, siendo tú, porque eres indudablemente tú, ha tenido una vida diferente? ¿Dónde comenzó a separarse la vida de cada uno? ¿Fue una decisión, fue el azar? ¿Si sois el mismo, cómo es que os comportáis de forma distinta?
Todas estas preguntas se las tiene que hacer el protagonista, Howard, cuando descubre que existe un mundo paralelo con otro Howard que es él pero que no tiene su misma vida. Howard, que es un hombre tranquilo, reposado y cumplidor de las normas, tiene un trabajo gris y aburrido que no sabe para qué sirve, salvo el hecho de que es parte de un engranaje que desconoce, mientras que el otro Howard, su otro yo, es un hombre de acción, rebelde y cínico, que ejerce de espía. Porque resulta que el mundo, no sabemos por qué, se ha desdoblado y existe un universo paralelo que ha evolucionado de un modo distinto y en el que cada uno de nosotros existe con una vida quizá diferente, quizá igual. Afortunadamente, quien sí existe en nuestro mundo es el actor J. K. Simmons, que interpreta a ambos Howards y se merece todos los premios de mundo. Sin necesidad de disfrazarse o maquillarse para ser uno u otro le basta con la mirada y el gesto, inmediatamente sabes ante qué Howard estás. De hecho, las escenas y conversaciones que comparten ambos Howards son de lo mejor de la serie, te olvidas completamente de que estás ante un truco visual. En fin, que J. K. Simmons no es el esforzado Ewan McGregor en Fargo, donde nunca dejabas de ver al actor disfrazado en detrimento del personaje.
En realidad, pocos géneros son más adecuados para plantear esto de la identidad que el de espías. Al fin y al cabo que mejor para hablar de ella que alguien que se dedica a esconderla o a inventarla, como bien nos enseñaron John Le Carré o Graham Greene. De hecho, en Counterpart late la visión que ambos autores crearon del mundo del espionaje, en las antípodas de James Bond y sus gadgets, en obras como El espía que surgió del frío o El factor humano. Un mundo gris y funcionarial, de hombres oscuros y burocracia aburrida e inexplicable, también kafkiana. Son las cloacas del estado, donde impera el secreto y la información lo es todo. Donde se hace todo lo necesario para que las cosas no cambien, o sí cambien, en función de lo que el poder decida.
La acción transcurre en Berlín y la elección de esta ciudad es toda una declaración de principios. Berlín es esa ciudad que durante años fue dos ciudades separadas por un muro. El Berlín que tantas ficciones de espionaje ha protagonizado; el que, en la realidad, muestra su pasado terrible, con su muro, sus bunkers subterráneos y su check point, ahora convertidos en atracción turística. Todo en la serie, narrativa y estéticamente, remite al periodo de la Guerra Fría, solo que aquí los bloques están conformados por dos universos paralelos. Un mundo desdoblado como en un espejo. Visualmente la serie es gris, con muy pocos colores. La arquitectura tiene una gran importancia en la imagen, especialmente el edificio geométrico y brutalista donde trabajan los protagonistas. También ayuda a transmitir la inestabilidad de ese espacio escindido y de la identidad mediante jugando con la diferencia de escala entre los seres humanos y la arquitectura y mediante planos generales de encuadre descentrado.
Como toda buena narración de espías, el miedo a los infiltrados, al enemigo en casa, a quien no es lo que aparenta centra gran parte de la acción. La paranoia reina, en este caso de forma mucho más perversa que en otros relatos de este tipo gracias al componente de ciencia ficción, porque el infiltrado, el traidor, puede ser tu doble y, por lo tanto, puedes ser tú mismo. Si el otro que soy yo es capaz de hacer eso, yo también lo soy, puesto que somos el mismo. Esto añade un componente trágico interesantísimo, que afecta al personaje central pero también a otros y que, sobre todo, hace que como espectadores estemos todo el rato proyectando nuestras propias dudas e inseguridades. Howard y el otro Howard se preguntan ¿por qué somos distintos? ¿Dónde se empezó a separar nuestra vida? ¿En qué momento, en qué decisión o en qué combinación azarosa dejamos de ser iguales? En fin, la pregunta esencial ¿quién soy yo?
Probablemente todo lo escrito les ha recordado a dos grandes series como Fringe y The Americans. Es inevitable. El universo paralelo, la presencia de los dobles, el debate sobre la identidad nos retrotraen a Fringe, esa serie que no debemos olvidar, aunque lo que se cuenta es bastante distinto. Por otra parte, la paranoia, los espías durmientes, los infiltrados nos hacen evocar The Americans, que está emitiendo ahora su última temporada, y que ambientada en los ochenta y más allá de la acción de espionaje, incide en todas estas cuestiones de la identidad de forma constante.
Por supuesto, Counterpart no es la primera producción audiovisual que mezcla la ciencia ficción con otro género ni será la última. Sin movernos del mundo de las series, ahora mismo tenemos otro ejemplo notable, aunque mucho más efectista y aparatoso en Westworld, donde la ciencia ficción convive con el western. Pero también lo hemos visto en Leftovers, en el que el elemento fantástico es el soporte para construir un melodrama, aunque esta magnífica serie entra en la categoría de rareza imposible de clasificar. En Counterpart, al principio el componente de ciencia ficción sorprende y capta toda nuestra atención; luego la narración de espías se va desplegando de forma impecable. El resultado final muestra una simbiosis verdaderamente eficaz entre ambas. La serie no se centra en explicar qué ha sucedido y por qué el mundo se ha desdoblado. Pero el elemento de ciencia ficción, el universo paralelo, es un escenario imprescindible que determina la vida de los protagonistas y conforma la esencia de la serie, ese quién-soy-yo que nos interroga desde la pantalla.
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Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos