Documentos TV emitió esta semana un documental sobre los proyectos de reconciliación postconflicto en los que los familiares de la víctima se entrevistan con su verdugo, un programa que se ha aplicado en todo el mundo, incluida Españ
BARCELONA. Esta semana ha surgido la polémica en Bosnia porque The Economist ha publicado los chistes que se cuentan en este país sobre Srebrenica. En Balcanes, el humor se distingue por ser negro. De hecho, la tragicomedia, hay quien dice que por influencia judía, es el género dramático por excelencia. Películas que te hacen reír por no llorar. En España, el ilustre valenciano Luis García Berlanga nos obsequió con una cinematografía cien por cien homologable a la Balcánica.
Los chistes que han circulado siempre por las calles de Sarajevo sobre la guerra y sobre el genocidio de algún modo han servido para desdramatizar lo que ocurrió. No porque no se considere grave, sino como un dique para impedir que la lluvia fina de la infamia te corroa el alma. El chiste que cita el Economist en el primer párrafo no banaliza la tragedia, sino que introduce los tradicionales chistes de Mujo y Fata, que suelen estar casados y ella es un poco casquivana, en el contexto del conflicto.
Incluso si miramos el cine, son frecuentes las obras que abordan con humor el conflicto. Go West, en 2005, del musulmán Ahmed Imamovic, contaba la historia de un musulmán gay enamorado de un serbio. Antes de que empezase la guerra, cuando se la veían venir, su pareja le sugiere escapar a su pueblo. Allí, se verá atrapado en la posterior República Srpska donde, para que no descubran que son gais los elementos más recalcitrantes nacinalistas serbios que pulularon por aquellas guerras, se tiene que hacer pasar por mujer. Una hilarante comedia.
En el lado serbio tardaron menos. Lepa Sela Lepo Gore, de Srdjan Dragojevic, en 1996, un año después del final de la guerra, ya hacía dantescas escenas videoclip de cómo los serbios saquearon y quemaron las casas de los musulmanes. El mismo autor, años más tarde, filmó Parada, sobre el desfile del Orgullo Gay en Belgrado en el que hubo mil heridos por los enfrentamientos con ultras nacionalistas homófobos. Era una tragedia, pero también desde el humor. Los gais habían contratado un séquito de seguridad formado por criminales de guerra de todas las nacionalidades que, en realidad, eran todos amigos. Como los criminales de guerra en La Haya, y esta vez el dato no pertenece a la ficción, que cenaban juntos en prisión.
No parece casualidad que la Palmera de Oro de la XXV Mostra de Valencia (2004) recayera sobre Pjer Zalica, director bosnio de Gori Vatra. Una película que recordaba a Bienvenido Mr Marshall por los cuatro costados. En este caso, en un pueblo dividido por la guerra, bosnios y serbios tenían que fingir llevarse bien en el postconflicto ante la inminente llegada de Clinton en visita oficial, lo que vendría acompañado de millones para diferentes proyectos e inversiones.
Es imposible no mencionar La vaquilla, del aludido Berlanga, que trascendía el enfrentamiento de la guerra civil española entre republicanos y fascistas. Una película postconflicto que le hizo cosechar no pocas críticas, pero que podría adherirse a estas corrientes. Berlanga, además, tuvo que ir a la División Azul como voluntarioa, al frente más cruento de la II Guerra Mundial, a salvar el honor de su republicano padre, y pasó el resto de su vida lidiando con la censura. ¿A él le iban a explicar lo que supuso el franquismo?
Esta semana en Documentos TV hemos tenido un reportaje que ha abordado, sin humor ninguno esta vez, la psicología postconflicto con unas iniciativas que rompen todos los tabúes y nunca gustan a quienes viven de perpetuar enfrentamientos civiles. Está disponible online hasta el 1 de noviembre. El título es muy elocuente: Más allá del bien y del mal, historias de justicia y olvido.
La gestión de un postconflicto no es una ciencia exacta. Los profesionales de ONG y organismos internacionales que trabajan este campo actúan bajo dos dilemas ¿Deben las próximas generaciones pagar las consecuencias de lo que hicieron las generaciones anteriores en términos de heredar un conflicto o de mera convivencia? y ¿Pueden olvidarse los crímenes contra la humanidad?
En esa difícil tesitura, este documental refleja un ejercicio habitual en este tipo de situaciones. Las conversaciones entre víctimas y verdugos. Es algo que hemos visto en España con los presos de ETA. Se actúa con esas dos preguntas que se contradicen, pero parece que a veces ocurre que son las víctimas y los verdugos los que arrojan la respuesta a ambas a la vez tras los encuentros.
Las conversaciones, que se reproducen en el documental, son duras de escuchar. Un terrorista del IRA admite, tras conocer a la hija de una de sus víctimas, que gracias a esas conversaciones comprendió que la persona a la que había matado era también un ser humano.
Los encuentros transcurren por Palestina, donde un padre cuenta cómo perdió a su hija pequeña por la bala de un soldado. También hay un israelí en idénticas circunstancias. Es el palestino el que explica al entrevistador que seguir por el camino de la rabia solo lleva a crear más víctimas. "Es un bucle en el que llevamos metidos cien años".
Para el padre israelí, todo cambió cuando empezó a ir a reuniones de familiares de víctimas y descubrió que muchos abogaban por el diálogo en lugar de por el odio. Ahí empezó a ver que los palestinos eran personas como él, "con la misma carga y mismo sufrimiento".
Las entrevistas más impactantes son las de Ruanda. Una víctima explica que cuando vio, al ir a entrevistarse con el verdugo de sus familiares, a aquel hombre, al principio sintió aún más odio, pero luego, al verle temblar, le dio lástima. Gracias a su testimonio, al menos supo cómo murió toda su familia y dónde estaba enterrada para poder darles una sepultura digna.
La conclusión del documental es palmaria. Es del escritor Denis Bradley: "Cuando se dejan a un lado los extremismos, cuando se va más allá de la historia hasta que lo único que queda son las personas, es donde empieza a haber reconciliación, perdón, un vínculo afectivo, incluso amor".
Mejor que cualquier serie de Netflix o HBO son las entregas del programa Imprescindibles de RTVE y, en su plataforma, hay como doscientos episodios listos para ser vistos. Uno de los últimos, sobre Carlos Tena, nos descubre a un periodista musical difícil de ver hoy. Enfrentado con y contrario a los dictados del mercado, abierto de mente y ecléctico, con interés en lo antiguo tanto como en lo moderno. Un personaje singular que puso su granito de arena para que la explosión musical española de finales de los 70 fuese como fue