Mitin de Compromís. Soleada mañana en Valencia, en el jardín del Turia, en la explanada del Palau de la Música. Ambiente festivo, con bandas de música y mucha gente portando prendas de color naranja (especialmente sombreros, útiles contra el sol) y banderas, también naranjas, del partido. Naranja y más naranja. ¿No nos habremos equivocado y será un mitin de Ciudadanos? Después de todo, también empieza por C y termina con S. Pero las similitudes acaban ahí.
La escenografía está completamente dominada por las banderas de Compromís. A fuer de buscar, me encuentro con una de Palestina y otra de la II República española. De 'estelades', ni rastro. Lazos amarillos... ¿eso qué es? Como malvada némesis pancatalanista de la derecha valenciana, hay que decir que Compromís deja bastante que desear.
Compromís sabe organizar un mitin. Espacio para los niños, lenguaje de sordos, una barra en la que sirven cerveza. El escenario es abierto, con los portavoces en el centro, en una tarima con forma de círculo, rodeados por las sillas del público. Unas 2.000 personas. No está mal, pero tampoco es la apoteosis para el mitin central de campaña.
Y es que el mitin ya no es lo que era: era un espectáculo televisado para salir en el telediario. Podía durar horas y horas, pero lo interesante ocurría en apenas un par de minutos: lo que duraba la conexión, en riguroso directo, con las televisiones, durante la cual el candidato colocaba su mensaje. Pero ahora la señal televisiva la proveen directamente los partidos, la tele tampoco hace tanto caso a los mítines y el público ya sabe que el mitin no está pensado para convencer a nadie, sino para cohesionar a los ya convencidos.
Los mítines tienden a ser bastante más cortos que antes, y con menos gente que antes. El mitin central de Compromís dura una hora y media, más o menos, para las mencionadas 2.000 personas. La capacidad de movilización es menor, cuesta mucho dinero y muchos esfuerzos mover a la gente (y más conforme venga de más lejos). Y tampoco es tan relevante montar un macromitin, a efectos mediáticos.
Un mitin sirve para dos cosas: por un lado, y como ya hemos dicho, para enardecer y entusiasmar a los suyos, y que crean en la victoria / sacar un buen resultado / no hacer demasiado el ridículo. Por otro, para escenificar la foto del éxito. En este sentido, lo único importante es llenar el espacio designado y que la foto con las banderas y el público dé esa sensación de llenazo. Coger un espacio abierto supone primar lo primero sobre lo segundo (en el mitin de Compromís, sin duda, había mucha gente, pero no llenazo). Comunicar entusiasmo y ambiente festivo para que la gente se vaya contenta a casa y con ganas de guerra.
Y en Compromís, teniendo en cuenta cómo han visto (con nocturnidad y alevosía) el miniadelanto de Ximo Puig, tienen muchas ganas de guerra, y se nota. Este mitin se celebra al principio de la campaña para movilizar a unas bases ya movilizadas y hacerles creer en la victoria en un entorno adverso. Para utilizar la campaña como mecanismo de respuesta al adelanto, a las encuestas, y a la preponderancia del PSPV. Y de eso va este mitin. Está claro que el enemigo es el bloque conservador, pero el adversario electoral es el PSPV, al que se aspiraba a superar en las elecciones autonómicas.
Compromís quiere ser decisivo, en la Comunidad Valenciana y en el Congreso de los Diputados, pero sobre todo quiere vender caros sus votos. En 2015 parecía que Mónica Oltra iba a por todas, pero al final se conformó con la vicepresidencia. Parecía un Gobierno paritario, o casi, con consellerias repartidas, mestizaje, una vicepresidenta con mucho poder... Pero, al final, el miniadelanto fue la demostración más palmaria de dónde residía el verdadero poder. Compromís busca desquitarse. Si el Botànic suma, el acuerdo no será tan fácil como en 2015. Suponiendo que el PSPV sea el socio mayoritario, tendrá que ofrecer más a Compromís para obtener su apoyo, en relación con el número de escaños que haya obtenido.
Lo mismo cabe decir del Congreso de los Diputados, donde el pagafantismo de Compromís ha sido mucho más acusado: intento de forjar un pacto de última hora (el "Pacto del Prado") para investir a Sánchez en 2016, apoyo a la moción de censura en 2018, apoyo al Gobierno socialista desde entonces, ... La sensación -y la realidad- es que el PNV, con sólo un escaño más que Compromís (cinco a cuatro), hace valer muchísimo más sus votos. Compromís quiere ser ahora un PNV valenciano, y que, aunque sólo tengan dos escaños, o uno, si son necesarios para gobernar su apoyo sea a cambio de cosas tangibles (la siempre escurridiza financiación, mantra recitado religiosamente por generaciones y generaciones de políticos valencianos, y que va camino de convertirse, a este paso, en una liturgia).
Compromís no es un partido, sino una coalición, y eso obliga a repartir los tiempos entre portavoces de los diversos partidos que la componen; y también por territorios. Los platos fuertes son Ribó, que abre el mitin, y Oltra, que lo cierra, además del portavoz y cabeza de lista por Valencia en el Congreso de los Diputados, Joan Baldoví, gran animador del mitin, emotivo y ocurrente (se refiere así a la votación de sus últimos decretos ley en la Diputación Permanente del Congreso: "¿Creéis si era importante que votara Baldo o votara Bildu? Lo importante es qué se vota"). Les acompañan los cabezas de lista en las Autonómicas por Alicante, Aitana Mas, y Castellón, Vicent Marzà, además de Juan Ponce en representación de los Verds, socio minoritario de Compromís.
Ponce menciona al "trifachito", nombre oficioso del tripartito de derechas. Los Verds en Compromís son un poco como ese tío solterón, simpático, un poco juerguista, que suelta inconveniencias y cae bien a los niños con sus chascarrillos: el resto de la familia se pregunta a veces por qué no podría ser un poco más normal, como los demás (por qué hay que darle al tío un escaño en puestos de salida, para entendernos); pero alegran el cotarro y caen bien.
En general, es difícil sacar grandes novedades informativas de un mitin. Se trata de reivindicarse y atacar al rival. Como en los medios, en Twitter, o en otro tipo de foros públicos; el discurso político se vuelve cada vez más mitinero, lo que, paradójicamente, vacía de contenido al mitin, fuente nutricia del discurso mitinero. Por eso, en el mitin lo más entretenido es lo que se sale de la norma (el "trifachito", Baldo y Bildu) y los ataques al rival. Y el rival de Compromís, como decíamos antes, no es la derecha, sino el PSPV, contra el que se suceden los palos: Ribó se extraña de encontrarnos en una campaña con muy pocos días hábiles, con la Semana Santa de por medio; ¡casi parece como si el convocante quisiera reducir la campaña a la mínima expresión!
Oltra le da caña al PSPV como partido insuficientemente de izquierdas, que no es fiable, que pastelea. Que, tal vez, ... ¡acabe pactando con Ciudadanos!: "¿Sabéis qué pasa cuando un partido socialista imita las políticas de derechas? Que al final la gente vota a las derechas, porque prefiere el original a la copia, como ha pasado en Andalucía". De eso se trata en esta campaña: de impedir, por todos los medios, que el PSPV esté en condiciones de pactar con Ciudadanos; aunque dicho pacto no se consumara nunca, tal eventualidad dejaría al PSPV en una posición mucho más desahogada frente a las exigencias de Compromís. Que serán muchas, si -como parece probable- el PSPV necesita a Compromís para gobernar. Aunque sólo sea para pasar la factura por el miniadelanto.
Si la memoria no me falla, hacía 23 años que no iba a un mitin electoral. Ha pasado el tiempo, han cambiado muchas cosas, pero los mítines siguen siendo lo que eran en los años noventa: animosos, pero un poco rollo, con discursos que ya hemos escuchado muchas veces. Como ver un partido Valladolid - Huesca sin ser de ninguno de los dos equipos, aunque puedan caerte mejor o peor cada uno de ellos (y les adelanto que no soy de ningún equipo en particular en esta contienda electoral, me crean o no; ¡estoy entre ese 39% de indecisos que señala el CIS!). Al menos, si va a ser un rollo, mejor que sea breve.