VALÈNCIA. “Yo es que soy de letras”. Una sentencia empleada como salvoconducto para sortear nociones básicas de conocimientos científicos. Una frase que exime de los cálculos más simples y cotidianos. De estar en posesión de cuatro o cinco nociones básicas sobre la ciencia que incide en el día a día.
1996, la organización norteamericana National Science Education Standards definió el alfabetismo científico: “El alfabetismo científico significa que una persona puede preguntar, encontrar o determinar respuestas a preguntas derivadas de la curiosidad acerca de las experiencias diarias. Significa que una persona tiene la habilidad para describir, explicar, y predecir fenómenos naturales. Implica que una persona pueda identificar aspectos científicos que soportan las decisiones de tipo local o nacional y exprese opiniones al respecto sustentándose tanto científica como tecnológicamente". En oposición a esto, está el analfabetismo científico.
En Science Matters - Achieving Scientific Literacy, de James Trefil y Robert Hazen, se considera que el alfabetismo científico “constituye el conocimiento que una persona requiere para entender decisiones públicas. Es una mezcla de hechos, vocabulario, conceptos, historia y filosofía. No es el conocimiento especializado de los expertos, pero sí el conocimiento más general y menos preciso usado en los discursos políticos”.
El físico y novelista Juan José Gómez Cadenas —Premio de Física Fundamental en 2016, director del experimento NEXT (Neutrino Experiment with a Xenon TPC), prolífico autor de ciencia ficción y divulgación científica— considera que la brecha entre ciencias y letras “es unilateral. Conozco pocos científicos que no sean también personas cultas, interesadas por las letras, mientras que en España es corriente que personas de gran cultura humanística se interesen poco por la ciencia”.
La periodista de ciencia Mónica G. Salomone señala que pese a que se ha reducido la fisura entre ambos mundos y en el currículum de bachillerato se imparte la asignatura de Cultura Científica, persiste esta brecha. “No es tanto que sea un tema de ciencias o letras, es el interés. Es una consecuencia de la falta de cultura general, de esta falta deriva una falta de estructuras de bloques sobre lo que uno tiene que saber”.
Un apunte desde el lado de la neurología: en 2015, el estudio Brain structures in the sciences and humanities confeccionado por Takeuchi, Taki, Sekiguchi y su equipo, analizó las diferencias estructurales de una muestra de estudiantes de ciencias y de letras de la universidad Tohoku University. La investigación reveló que el alumnado de ciencias tenía más volumen de materia gris alrededor de la corteza prefrontal medial y el área frontopolar, mientras que los estudiantes de humanidades tenían más materia blanca cerca del hipocampo derecho. ¿Es este dato significativo? En cuanto a logro académico, velocidad de procesamiento y memoria de trabajo, no. Tampoco implica que por tener más sustancia gris, una persona pueda comprender fácilmente la teoría de las supercuerdas mientras que la que posee más volumen de blanca, se lea el Ulises de Joyce como quien lee los ingredientes de un brick de gazpacho.
Oihan Iturbide y Laura Morrón, fundador y directora de la editorial de divulgación científica Next Door, señalan que “Las ciencias y las letras se ocupan de campos muy distintos, aunque relacionados. Ambas disciplinas tienen sus propios códigos y hay personas que tienden a sentirse más cómodas con uno u otro. No obstante, esta diferencia se ha visto acentuada por el modelo educativo a lo largo de las últimas décadas, acotando nuestros propios perfiles personales, y lo que es más reduccionista (y preocupante), transmitiéndonos que únicamente podemos ‘ser’ de ciencias o de letras. El código que utiliza la ciencia se aleja más del lenguaje que usamos diariamente para leer, hablar o escribir, y creemos que ahí radica el motivo por el cual la gente, en general, piensa que la ciencia no es para ella. Consideramos que las ciencias se escriben con datos, es decir, estadística, fórmulas químicas y físicas, nomenclatura taxonómica, etc. Sin embargo, es posible generar distintos niveles de comunicación y ahí es donde entra la divulgación científica, cuyos recursos narrativos son más sencillos a la hora de exponer y desarrollar conceptos como la gravedad, la selección natural o la crisis del cambio climático”.
Amelia Ortiz Gil es Coordinadora Nacional de Divulgación de la Oficina de Divulgación de la Astronomía (OAO) de la Unión Astronómica Internacional en España, además de astrónoma del Observatorio Astronómico de la Universidad de València. Uno de los programas en los que trabaja es el Aula del Cel, una iniciativa que mediante talleres y visitas al observatorio, acerca esta ciencia a distintas capas de la sociedad, en especial a estudiantes de primaria. También imparten formación dirigida a docentes, en la que se les da las claves para enseñar contenido relacionado con la astronomía.
Para Amelia, “no existe ninguna diferencia entre ciencias y letras, es todo cultura y conocimiento. El conocimiento tiene diferentes ramas, la cultura científica es tan cultural como la arquitectura. Respecto a la astronomía, creo que es de las más agradables para el público en general”. La Universitat de València cuenta con un programa de visitas públicas al Centro Astronómico del Alto Turia (CAAT) en Aras de los Olmos y al centro del campus de Burjassot.
Mila Martínez es responsable de la Unidad de Comunicación y Documentación, y la UCC+i de la Fundación Fisabio, explica que con los programas de la fundación buscan erradicar la brecha de género “y hacer visible el trabajo de nuestras investigadoras y que las jóvenes puedan verse reflejadas en ellas, y por supuesto, generar vocaciones científicas desde edades tempranas, generando entusiasmo e interés por la actividad científica y la profesión de científico/a. Para ello, hemos desarrollado un proyecto de divulgación científica que incluye eventos como Científicas y Artistas’, el Concurso de Vídeos ‘De major vull ser com…’, que organizamos junto con Las Naves, ‘Ciencia y Cañas’ en colaboración con La Fábrica de Hielo, o la ‘Noche Mediterránea de las Investigadoras – Mednight’”.
“Recomiendo una iniciativa valenciana, ‘Exploradores de la Ciència’, de la Associació Ciutadania i Comunicació –ACICOM, y cuyas autoras son las periodistas valencianas, Anna Gimeno Berbegal y Remei Castelló Belda, que recoge información y materiales didácticos sobre 27 científicas actuales, la mayoría de la Comunitat Valenciana. Un valioso material educativo que ya está a disposición de la comunidad educativa gracias a la colaboración de la Conselleria Conselleria d’Educació de la Generalitat Valenciana”.
“Por un lado, vivimos en una civilización que se define por sus logros tecnológicos y científicos y, sin embargo, el mundo está lleno de tierraplanistas, negacionistas y teorías pseudocientíficas. Algunas de estas teorías se apoyan en el argumento de que la Ciencia también está plagada de lagunas y errores (al igual que los dogmas que plantean estas pseudociencias). La Ciencia es crítica, no acepta dogmas, existe una revisión por pares que, aunque a veces tenga fallos, suele ser muy efectiva. No es una cuestión de fe, es un saber acumulativo donde lentamente se van cerrando puertas y abriendo otras nuevas. La sociedad, y los poderes políticos y económicos, deberían entender que el proceso científico siempre es a largo plazo, no hay atajos. Los científicos y los medios de comunicación tienen que hacer una labor importante para transmitir y divulgar los logros y métodos científicos. Y no se hace tanto como debería. Es necesario que la sociedad, la política y la empresa entiendan que invertir en ciencia es fundamental para el desarrollo económico y el progreso social. Y esto pasa por ofrecer más contenido científico adaptado”. Estas palabras de Rafael Honrubia van acompañadas de una reflexión sobre qué espacio se le concede a la divulgación científica dentro del periodismo. “Al contenido científico le pasa lo mismo que al resto de contenidos periodísticos pero multiplicado. Un buen tema periodístico suele tener una relación directa con la cantidad de tiempo que le ha dedicado el periodista. Si a esto le sumamos la complejidad de ciertos temas científicos, que suelen necesitar varias lecturas y una documentación muy exigente para poder ser veraz, pero también para ser capaz de establecer analogías, buscar puntos de vista alternativos, etcétera, que ayuden a hacer amigable el tema… nos encontramos con un muro infranqueable: la falta de tiempo, una patología que afecta a muchas redacciones”.
“Se pueden hacer trabajos de divulgación científica como freelance, pero las cantidades económicas percibidas suelen ser bastante pobres si tenemos en cuenta las horas empleadas. Hay un problema estructural en este sentido”. Si le otorgamos al periodismo la misión de deglutir conocimientos y entregarlos al lector de forma comprensible y sintetizada —cosa que se ha puesto en relevancia con la pandemia del coronavirus— habría que revisar esta situación de demanda informativa ansiosa que roza el incumplimento de las reglas del método científico.
Para la editorial Next Door “Los medios de comunicación tienen una deuda con la información científica. Cualquier actividad humana que implique o interpele a la sociedad es susceptible de interés. Lo político, económico, social, el ocio, ¡las esquelas!... ¿Cómo es posible que la ciencia no cuente con espacios exclusivos para transmitir la información que genera? Nuestros impuestos sostienen la mayor parte de la investigación, no tiene ningún sentido que sea opaca. Por otro lado, el sector editorial necesita vender, está regido por las normas del mercado y eso supone que los criterios a la hora de publicar sean más económicos que sociales. Si tenemos una sociedad a la que se le está diciendo que la ciencia no es noticia, que no tiene nada que ver con su bienestar o con su malestar, ¿por qué íbamos a comprar libros de divulgación científica?”.
G. Salomone remarca que “A los periódicos no les puedes pedir que sean adalides de la investigación si no les reportan beneficios. ¿Cómo conseguir que sea beneficiosa esta información? La comunidad científica se tiene que vender a sí misma. El conocimiento científico debería difundirse por TikTok, que tiene huir de la barrera de lo arduo”.
La ciencia empieza al abrir un libro. Estas son las recomendaciones de las libreras de València y dos de los entrevistados en esta entrevista para adentrarse en la divulgación científica desde todos los palos y las ramas del conocimiento:
Honrubia sugiere la lectura de La vida maravillosa de Stephen Jay Gould y Los dragones de Edén de Carl Sagan. “Recientemente, me he reído muchísimo con ‘La vida contada por un sapiens a un neandedertal’ de Millás y Arsuaga. Es un libro que le gustaría a todo el mundo, te interese la paleoantropología o no”. Gómez Cádenas cita tres imprescindibles. “Cada uno muy distinto del otro, pero igualmente magníficos: Los tres primeros minutos del Universo; Los sueños de Einstein; El corazón de las tinieblas”.
Lucía Romero de Bartleby, recomienda “Dos de los primeros libros de divulgación científica que leí y que me marcaron, fueron Primavera silenciosa, de Rachel Carson y Longitud, de Dava Sobel. El primero aborda uno de los principales problemas del siglo XX y de la actualidad como es la contaminación de la tierra. Longitud es una fascinante historia sobre la astronomía y el arte de fabricar relojes. No querrás que se acabe nunca. Añado, porque es necesario, La tierra herida, Miguel Delibes de Castro”.
El equipo de Bangarang levanta la vista al cielo con sus recomendaciones: El libro de la Luna, de Fatoumata Kebé, El Universo en tu mano, de Christophe Galfard y Todos estos mundos son vuestros, de John Willis. Tres obras que se asoman al cosmos desde el rigor científico, las creencias populares y la historia. Tres obras para alejarse del antropocentrismo y sus problemas y acariciar cuerpos celestes. O extraterrestres.
“Nosotras, que estamos especializadas en pensamiento crítico y tenemos mucho material sobre anarquismo, recomendamos dos títulos muy interesantes de Alekseievitx Kropotkin porque nacen de una teoría biológica que ha afectado mucho a las concepciones políticas. El primero es El suport mutu, que está editado por Virus editorial en catalán y por Pepitas de calabaza en castellano. El segundo es Fijaos en la naturaleza. En estos libros se explica, desde una visión más compleja, más rica y más variada hacía el darwinismo, que la defensa de que solo sobreviven los más fuertes parte de una visión individualista. Lo que hace Kropotkin es reivindicar que hay especies que a través del soporte mutuo son más fuertes que los individuos más fuertes.”, aportan desde La Repartidora.
Fiona Songel, de La Primera, recomienda Atención radical, la obra de Julia Bell publicada este año en Alpha Decay. “Se trata de un ensayo muy personal que observa cómo se comporta la atención de los usuarios en la era de la tecnología portátil y la sobreinformación". También El nuevo orden verde, de Pedro Fresco. La editorial valenciana Barlin Libros publicó en 2020 “un ensayo que define, desde un punto de vista social, qué es el proceso de transición energética”. También hay espacio para la narrativa con Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. La obra de Labatut es un ejemplo de género híbrido en el que datos científicos reales se entremezclan con ficción.