CASTELLÓ. No hay semana con menos de diez bandas actuando en Castelló, y fuera de ella. La agenda cultural está colmada de conciertos. Solo hay que pasarse unos minutos al día por Facebook- donde se refleja buena parte de la parrilla musical- para darse cuenta de la densa programación que hay. Sin embargo, Rubén Agramunt, miembro de Razón de Odio, lanzaba hace semanas una pregunta en su portal El Rock de Castellón que nos hacía reflexionar sobre si ahora el público se informa mejor, o peor, que en aquellos años en los que solo un cartel pegado en la misma sala de conciertos o en cualquier bazar del barrio valía para saber cuál sería la próxima actuación de tu grupo preferido. “¿Se sobreentiende que todo el mundo usa las redes sociales y que, si las usa, les interesa lo que sucede culturalmente?”, exponía el músico en su portal de Facebook. La respuesta para el mismo parecía ser clara: “Hoy en día estamos más informados, pero menos activos a la hora de asistir a los eventos”.
Rubén Agramunt cree firmemente que parte de la culpa de este bajón lo tienen las plataformas digitales "que por una parte democratizan la música haciéndola accesible, pero por otra han conseguido quitar valor a este arte. Y digo quitar valor porque eso es lo que se consigue con la gratuidad". Además, es especialmente complicado el momento por el que pasan las agrupaciones de rock que ven como sus followers se les escapan. "Los gustos han cambiado, como ocurre con cada generación y el rock está en decadencia. Se puede ver en los conciertos de bandas locales donde acuden como mucho 60 o 100 personas. Los jóvenes prefieren otros sonidos y los no tan jóvenes (35 - 55 años) prefieren grupos de versiones y tributos a las 18h de la tarde. El famoso Tardeo", explica el músico.
Las salas no se llenan, ya lo analizó hace un par de días este diario, "se van cerrando poco a poco y sino sobreviven a duras penas". "Quizá sea por la oferta masiva de conciertos que ha habido en la última década", o porque "se detectan pocas bandas de rock nuevas y de gente joven". La cuestión es que mucho ha cambiado la escena musical castellonense. No solo de público y de gustos, es interesante preguntarse también cómo montaban las bandas antes sus shows cuando su celebración no se extendía como la pólvora por Facebook o Twitter. Ese 'eco' que más tenía que ver con el boca a boca.
Cuenta Agramunt, quien también ha tocado en agrupaciones como Harry Kane, Nonexistence y Agnusdey, que los primeros conciertos en Castelló eran bastante "amateurs". "Sin apenas medios actuabamos donde podíamos; en las collas de las fiestas de la Magdalena o entre la barra y el baño de algún bar, pero poco más. Además lo hacíamos con pequeños amplificadores que no tenían la suficiente potencia para ofrecer un buen espectáculo", recuerda. El interés musical en la ciudad lo generaron la apertura de locales como Ricoamor, Voodoo o Dr. Slump. "El público comenzó a darse cuenta que había una programación continua en estas salas pero la única forma de estar atento de la agenda cultural era acudir a los pubs de la ciudad. Allí podías ver posters en las paredes que cambiaban cada pocas semanas. Dicho de otro modo si no salías no te enterabas de lo que iba a ocurrir."
Fue de este modo que los grupos locales empezaron, cada vez, más a organizar conciertos en salas preparadas para ello. Un cambio de paradigma que se se acrecentó con la llegada de las primeras bandas de rock nacionales. "Podíamos abrir para ellos. Ya era otro nivel. Un concierto era como el día de tu cumpleaños. Una fecha muy especial donde debías demostrar lo que en tantos ensayos preparabas puertas adentro". Tanto era el fervor que los músicos "compraban partituras" de sus bandas favoritas "porque era la única forma de aprender canciones y mejorar", relata el castellonense.
Otra cosa era la promoción que se hacía de las actuaciones. Narra Carlos Vargas, músico con larga experiencia, que para dar salida a sus actuaciones hablaban con otros grupos y "llevaban maquetas y cassettes a los pubs y locales" donde les parecía que su propuesta podía cuajar. "Además de eso, hacíamos fotocopias de cualquier papel en el que se hablara del grupo y lo estructurábamos en un dossier al que le añadíamos algunas fotos e información sobre lo que íbamos grabando". Un buen escaparate musical era por entonces Radio 3, y es que pasar por la emisora nacional les podía llevar a "actuar en otras provincias e, incluso, ir a Madrid". Aunque, sin duda, lo que funcionaba -y funcionará siempre- es el boca a boca. "Se creaba una cierta expectación alrededor del grupo, un círculo de personas, de amigos, que nos seguían a donde actuábamos y eso generaba un mayor interés en otros dueños de pubs. Así se extendían nuestras 'hazañas", revive el bajista, compositor y cantante.
Papel importante era también el de los carteles. En tiempos donde no podía llegar a tu Facebook, o bandeja de entrada, ninguna clase de acontecimiento social, los músicos se apañaban "recortando imágenes y textos de revistas". A partir de ahí, lo mandaban a la imprenta "o a la tienda de fotocopias" para que los reprodujeran en cadena. "El tamaño no solía exceder del Din A3, aunque normalmente era inferior. Así salían más copias al mismo precio", recalca Agramunt. "Y después claro, pasábamos horas pegando carteles por la ciudad. Era la única forma que teníamos de publicitarios". Aunque reconoce que, en tiempos en los que no existían ni los móviles, muchos amigos sabían del concierto unas semanas después del evento. También David Collado, actor y cantante, opina que su esfuerzo por repartir flyers en mano pocas horas antes del concierto "no era demasiado exitoso".
Sea como sea, así montaban las bandas locales sus shows antes de una era digital que nos brinda mayores herramientas. Con sus pros y sus contras- tanto antes como ahora- los músicos logran, casi siempre, entrar "en ese círculo proceloso de managers, discos, entrevistas y directos". Te lo dice Carlos Vargas, él, sus más de 40 años de trayectoria y su rock.