La Cúpula publica la primera novela gráfica de Aroha Travé, la peripecia de unos niños en un barrio periférico. El cómic tiene un estilo característico de los primeros lanzamientos de la editorial y de El Víbora de los buenos tiempos, con actitud punk y realismo sucio para narrar una aventura infantil sin moralismos, con sus drogas, violencia, sexo y, sobre todo, mucho humor negro
Muchas veces se echa de menos que los creadores en España hablen de España. Tanto en el cine como en otro tipo de medios, cuando se retrata el país en el momento actual parece que se muestra otro planeta. Hay una desconexión. Poco apego de la ficción a la realidad. Carne de cañón, de Aroha Travé, cómic editado por La Cúpula, se sitúa en un barrio de extrarradio, los protagonistas son niños y la epopeya, un tanto disparatada, no llama la atención por estar dislocada de la visión de lo que es realmente un barrio de la periferia con problemas sociales.
El cómic reúne varios clichés. Hay yonquis, hay mucha gente en chándal nerviosa y alterada, hay jevis, fumetas, jubilados más para allá que para acá y críos crueles que se acosan sin freno en el colegio. Es un mosaico en el que cada estereotipo tiene su papel, pero, en su conjunto, todo está muy bien ordenado para converger con una subtrama sobre un niño del que abusaba un cura. Y es ahí, en las escenas más duras y crueles, donde brilla Carne de cañón, porque te descojonas con el horror.
Tiene mérito arrancar una sonrisa cuando se está hablando de pederastia, de bullying, de pobreza o de drogadicción. Es el humor negro que caracterizó a la generación de dibujantes locales que puso en marcha El Víbora en su día. Un producto prototípico de La Cúpula.
El inicio de la aventura comienza con dos niños que se quedan solos. Como en una historia mil veces contada y vivida, lo que ocurre es que uno se hace una brecha terrible y ahí da comienzo la odisea en la que recorrerán su barrio, con todos sus problemas, sus personajes y su pasado, con destino a urgencias.
A dos viñetas por página, el dibujo es detallista, heredero del cómic underground. Por temática y tono tragicómico, no hubiera desentonado nada en un TMEO de los 90. Recuerda a la mala baba, pero siempre con cierta ternura, que tenían dibujantes como Jokin en aquellas páginas. La propia portada está cargada de significado. En un entorno bucólico, sobre la verde hierba, unos niños juegan inocentemente tocando con un palo a un toxicómano inconsciente.
Se trata del primer cómic de extensión de Aroha Travé, que ya había publicado en la revista Voltio de Ana Ocina y Álex Giménez. Su propuesta es valiente en tanto en cuanto tiene ese poso de irreverencia ochentera, o de los noventa, que últimamente brilla por su ausencia entre tanta concienciación y responsabilidad a las que nos estamos acostumbrando.
Otro de los lanzamientos recientes de La Cúpula ha sido El cantar de Aglaé de Anne Simon, publicado por Fantagraphics el año pasado. Un bonito cuento en una línea similar al excelente Belleza de Kerascoët, el dúo de dibujantes formado por Marie Pommepuy y Sébastien Cosset, y el guionista Hubert.
Se trata de un cuento, pero al contrario que en Belleza, donde se exponía la estupidez humana ante el encanto del atractivo físico, este no es tan moralizante, este es un auténtico y genuino delirio del que extraer conclusiones más complejas y reflexivas un tanto pesimistas. Una fantasía en la que Simon impone las normas y que no se parece a absolutamente nada.
Anaé es una oceánida, una ninfa, que tiene problemas con los hombres. No en vano, un sireno la ha dejado embarazada y se ha largado pasando de ella y si te he visto no me acuerdo. Por la deshonra, su padre, sin embargo, la expulsa de paraíso en el que vive y tiene que buscarse la vida en un circo. Ahí empieza su aventura, que la llevará a convertirse en reina.
Los problemas actuales de la sociedad relacionados con el género y el machismo tienen una presencia en esta fantasía que tiende al surrealismo. Sin embargo, la protagonista no es una heroína, tiene marcados defectos que no hacen más que aumentar la confusión del cuento. Es por ello, precisamente, que merece la pena.
Las cargas de profundidad de El cantar de Aglaé están dirigidas hacia el poder y su ejercicio. Podría ser un cuento sobre la erótica del poder y como lamina la personalidad de las personas y sus motivaciones. Aunque la protagonista tenga un papel feminista, la autora actúa sin contemplaciones sobre ella. Se narra sin piedad tanto su ascenso como su caída.
Siguiendo con la línea femenina y feminista, La Cúpula también reeditó a finales del año pasado Intimidades, de Leela Corman. Una novela gráfica de calidad exquisita. Trata la historia de dos gemelas judías en el Nueva York de principios del siglo XX. Sus infancias, sus sueños y en lo que se convierten sus vidas.
Los guiños feministas son evidentes. Una mujer que realiza abortos clandestinos, enseña a leer a una niña, lo que cambiará su vida. Mientras que su hermana entra a trabajar de limpiadora en un burdel y acabará ejerciendo la prostitución.
Al margen de otras consideraciones, lo atrayente son los ambientes que se describen del Lower East Side. Las historias de niños que alimentan a gatos recién nacidos en los descampados, los ambientes del burdel, conde adolescentes se acuestan con ancianos, o las conversaciones de alcoba de dos hermanas que tienen que dormir juntas. Es un cómic para poner al lado de Pólvora Mojada de Isabel Kreitz y que muestra sin edulcorantes, ni alivios ni protección alguna, algo que es conocido: cuáles eran los escasos destinos de la mujer en esta vida antes de la revolución feminista.