CRÍTICA DE CINE

'Carmen y Lola': diversidad, amor y libertad

7/09/2018 - 

VALÈNCIA. Después de pasar por la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, se estrena una de las películas más importantes del año, la ópera prima de Arantxa Echevarría, Carmen y Lola, la historia de amor entre dos chicas adolescentes que se atreven a desafiar los tabúes de la comunidad gitana a la que pertenecen para poder vivir libremente su sexualidad.

La directora estuvo durante años investigando. Convivió con una familia gitana que la introdujo dentro de su mundo, de sus costumbres y su folclore para poder captar desde un punto de vista poliédrico todas las luces y sombras de una cultura tan rica como plagada de controversias. Echevarría quería ser respetuosa, pero también poner de manifiesto de qué manera la estructura patriarcal sobre la que se asienta genera una enorme vulnerabilidad para la mujer dentro de ese entorno profundamente represivo y machista. 

Echevarría quería proponer una mirada inmersiva, como si de verdad el espectador se sumergiera en el espacio privado de sus protagonistas. Por eso adoptó un tono documental, porque quería que el material fuera lo más cercano a la realidad posible, y por eso también resultaba imprescindible que todos los actores fueran no profesionales. Fue uno de sus mayores hándicaps, tenía que captar la naturalidad de los gestos, que no hubiera en ellos el más mínimo atisbo de impostura. Quería frescura, pero también verdad. Por eso, la mayor parte de las escenas solo se rodaron una vez. Había mucho trabajo previo, pero cuando aparecía la cámara, ésta se quedaba siempre con una única toma.

La película, que ha sido definida como La vida de Adèle al otro lado de la M.30, nos introduce en la cotidianeidad de dos jóvenes gitanas: Carmen (Rosy Rodríguez) que está a punto de ser pedida en matrimonio y sueña con tener una peluquería, aunque no haya estudiado para eso. Y Lola (Zaira Morales), que tiene otras inquietudes además de casarse y cuidar de los niños. Quiere ir a la universidad, quiere ser independiente, pero al mismo tiempo se encuentra obligada por su padre a seguir los pasos de las demás mocitas de su edad.

El encuentro entre ambas servirá para evidenciar todos esos deseos que habían permanecido en estado latente y reprimidos en el caso de Lola y en el de Carmen, se abrirá un mundo nuevo, lleno de posibilidades, diferente y excitante alejado por completo de la vida prestablecida que parecía obligada a vivir.

Arantxa Echevarría quería filmar el primer amor. Torpe y, sobre todo, muy inocente. No hay sexo en la película, todo parece empapado de un aura naíf, pero al mismo tiempo, aunque sus encuentros sean tiernos y luminosos, el relato también está impregnado de una violencia interna que poco a poco irá dejándose entrever hasta que explote en el último acto final, no de forma explícita, sino a través del dolor y el desencanto que provoca una ruptura familiar.

Dice la directora que la historia se le ocurrió cuando vio en el periódico la noticia de una boda entre dos gitanas lesbianas. Había una foto de ellas de espaldas, para que no se supiera su identidad, y estaban solas. ¿Cuál sería su historia? ¿Cuántas penurias habrán tenido que atravesar para llegar hasta ahí? Todo ese viaje fue el que Echevarría trató de trazar.

No ha sido un camino fácil. Desde el primer momento se ha tenido que enfrentar a innumerables obstáculos. Sabía que siento paya, las críticas le lloverían de un lado y de otro por intentar documentar un universo que le es ajeno. Su película ha llegado justo en el momento de máximo apogeo de la denominación “apropiación cultural”, que han sufrido artistas como Rosalía en el flamenco y ahora ella en el terreno del cine. Pero lo que no se esperaba es que una asociación como la de Gitanas Feministas por la Diversidad, arremetiera contra ella, creando una polémica tendenciosa y poco razonable.

La cineasta defiende sus derechos como creadora y está dispuesta a apoyar su trabajo con toda la pasión que siempre ha caracterizado. Su película es además un canto a la libertad de expresión, que se atreve a abordar tabúes, que rebosa frescura y encanto sin artificios, algo no demasiado frecuente dentro de un cine español acomodaticio que parece abocado a la repetición sistemática de clichés. En ese sentido, la libertad que respira Carmen y Lola, es pura magia.


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