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Carlos Pardo: "El mundo literario de hoy en día es tan competitivo que es muy tonto"

27/11/2019 - 

No es sencilla la labor de crítico literario porque decir la verdad suele provocar ampollas. Una supone que aquellos acostumbrados a criticar a otros soportan mejor los comentarios ajenos. En el caso de Carlos Pardo, escritor y crítico literario en el diario El País, es así. Responde a las cuestiones que giran en torno a su nuevo -y complejo, denso y divertido- libro titulado Lejos de Kakania (publicado por Périferica), con sentido del humor y con un particular sentido de la autocrítica que aparta la condescencia y gravedad del hecho poético. Lejos de Kakania es un libro que Pardo dedica al editor Julián Rodríguez, fallecido hace poco, y que ejemplifica bien ese tipo de sujeto que el libro muestra: tremendamente culto. Hay otro tipo de individuos que pululan por el libro menos favorecedores: poetas envidiosos con egos revueltos. De eso conversamos precisamente en esta charla, del lugar que ocupa la poesía en estos Tiempos Modernos.

-Me gusta una de tus citas iniciales del libro, la de Judith Butler: “Siempre llego tarde a mí misma”. No sé si a ti te ha pasado y este Lejos de Kakania es un resultado de eso porque han pasado muchos años de lo que tú cuentas aquí, ¿no?
-Sí. Esa cita me gusta por varios sentido. Primero porque me siento profundamete identificado con la idea de la construcción de Butler, que es lo contrario de la identificación. La idea de Butler es que la identidad sexual o de género son construcciones a posteriori. Y después, en un sentido más de experiencia, evidentemente tiene que ver con que el libro que es un intento de búsqueda de formación de la identidad en una época aparentemente poco llamativa, porque son los años en los que más te aburres, en los que la formación está en suspenso. Son unos años de castigo de la personalidad. Y, por último, esos años de desposesión son los más bonitos que he vivido. Sí tiene que ver la cita de Butler con el intento de alcanzar una suerte de autorretrato de un sujeto que se supone que soy yo y que sólo se puede construir a partir de una ficción.

-De hecho, te he leído en varias entrevistas a propósito del libro y en todas aparece la tan manida 'autoficción' y tú recalcas que esto es una novela, que es ficción...
-Es una novela y lo que pasa es que cuando hablamos de novela muchas veces tendemos a identificarla con un género cerrado lleno de convenciones más del siglo XIX. Pero la novela ha sido un género experimental que ha coqueteado con otras fórmulas y con lo autobiográfico. La novela picaresca que luego desembocaría en la novela formación es un intento de crear pactos entre lo autobiografico y un género nuevo de ficción. La novela de hoy se alimenta y crece con su relación problemática con estos géneros autobiográficos. En ese sentido, esto es una novela pero también una autobiografía. Tendemos a empobrecer el género autobiográfico cuando pensamos que tiene un pacto con la verdad que se responde con una fidelidad a los hechos. Pero yo creo que lo autobiográfico tiene unos niveles de verdad más sutiles que lo testimonial. Y eso se ve en los libros pioneros del género, por ejemplo, las Confesiones de Rousseau. Allí el autor empieza mintiendo diciendo que tiene unos hermanos que no tiene o que su padre trabajaba en un oficio que no trabaja, pero el estilo de Rousseau un poco plebeyo es una verdad literaria. La autoficción es una fórmula muy pobre. Lo utiliza la gente que cree que hay una cosa que se llama hechos y son objetivos, y otra cosa que es ficción y es inventado. En cuanto vemos que ambos elementos son permeables, vemos que es algo mucho rico.

-En ese tipo de novelas de la que hablas hay mucha mixtura de géneros. En Lejos de Kakania, por ejemplo, hay algo de autobiografía sociológica, ensayo cultura o estético y, por supuesto, poemarios. ¿Cómo has configura esta hibridación de géneros?
-Hay momentos en los que uno se siente muy importante y se dice: “Voy a escribir una novela total”. Así, como con esa voluntad de los románticos, donde uno debe poner en marcha todos los recursos de la ficción para llegar a un objetivo. Pero para tratar lo que tenía que tratar no me valía con un apego a lo testimonial. Es decir, mi vida no es tan interesante como para que yo construya una autobiografía. Sería un libro muy plano. La única manera de dar la medida de la complejidad de distintas verdades era dar con esos diferentes tonos. También porque yo soy una persona que se aburre fácilmente con la monotonía. No soy capaz de contar una historia desde una única perspectiva, estilística incluso. Entonces para contar esta historia que es familiar, de amistad, de formación, de poesía, de farsa de mundos artísticos, un poco sociológica como dices... pues necesitaba esa mixtura. A veces apostaba más por una cosa que por la otra. Y luego la poesía me parece sustancial porque si de verdad estamos hablando de la sublimación de la realidad a través de la poesía, uno de los episodios debía ser en verso.

-La novela está llena de gustos estéticos. Y hay una reflexión que hace el personaje a propósito de la autenticidad y la originalidad que me gusta mucho: “En el mundo, y hablo restrospectivamente desde el siglo XXI, lo común es forjarse una identidad a través de la apropiación de unos gestos pretendidamente originales”. ¿Somos esclavos de esa supuesta originalidad?
-Desde luego. Esa generación a la que yo pertenezco -los 70 y 80- sí que ha vivido una especie de locura de la creatividad. Ha habido algunos clichés de las vanguardias estéticas, del surrealismo de la contracultura que se han instalado casi como eslógans del capitalismo, del mercado. Y uno de ellos es la distinción a través de gustos originales y de esa figura un poco vulnerale en la que nos hemos convertidos todos: creativos. Es esa especie de negación de las cualidades del artesano o del trabajo comunitario y la apuesta por toda la mística del artista-genio, pero ya devaluada y convertida en marca de consumo. Y eso es así en la competición loca en la que nos metemos cuando somos jóvenes con los gustos pero también es así ahora. El mundo literario de hoy en día, por ejemplo, es tan competitivo que es muy tonto. En vez de haber un espítu comunitario por el trabajo bien hecho, parece que los egos salen y uno no puede soportar el éxito del compañero. Una parte de mi libro trata de las ambiciones de esos escritores.

-Hablas de las vanidades de los poetas pero en la actualidad con esos poetas influencers que llenan estadios y teatros se agrava todavía más, ¿no? Porque los egos, potenciados por las redes sociales, deben ser ya gigantescos, ¿no?
-No conozco demasiado este mundo. Pero creo que los egos son enormes en cualquier disciplina. El que todos nos estemos convertiendo en artistas de nuestra propia vida, todo se vive con lógica de competición, del “sólo puede quedar uno”, como si esto fuera Got Talent. Y esa lógica del casting está ya en todas las disciplinas artísticas con una idea del comercio un poco retorcida, en la que las figuras que más éxito tienen son las que menos pueden disfrutarlos. En el mundo de los poetas instagramers pues, no sé, si de repente hubiera buenos poetas en ese ámbito sería maravilloso. El problema no es tanto ese modelo de cultura del espectáculo en la que se inscriben, sino que son muy cursis... Es que tienen, para mí, lo peor de la poesía: una impostura sentimental, en la que tienen que demostrar lo sensibles que son.

-Has dicho que este libro es refactario a esta cultura de la polémica en la que vivimos.
-Sí, es un libro anticuado y anacrónico. Todos los libros que son deudores de la polémica de la actualidad nacen muertos. A mí me interesa cómo hay temporalidades que son refractarias a la actualidad, que son anacrónicas y, por tanto, políticas. Y este es un libro que trata de un momento previo al auge de Internert. Los dos protagonistas trabajan, de hecho, en una de las empresas de comercio electrónico, pero su manera de aburrirse no tiene nada que ver con el acceso tan rápido que da Internet a los deseos, a la cultura, por ejemplo. En una época en la que todas las guerras más interesantes se dan en cómo construimos nuestra identidad, pues un proyecto autobiográfico con esta voluntad anacrónica se opone completamente a la lógica de la construcción de la imegen en las redes sociales.

-Por último, ¿qué significa para ti la Kakania de Musil que mencionas en el título?
-Los dos protagonistas están fascinados con una idea de la cultura que no tiene ningún arraigo en su vida cotidiana: no tienen aventuras interesantes, no tienen dinero, no follan... entonces, en ese ambiente, ellos viven en el mundo de sus referentes culturales. Y ese viaje que hacen por el centro de Europa, ese mundo cultural aspiracional es el imprio austrohúngaro y el de la alta cultura vienesa: Robert Musil o Karl Krauss, entre otros. Kakania es el nombre que Musil da al imperio austrohúngaro para parodiarlo en El hombre sin atributos y me parecía que ese nombre hacía resonar todas las cuerdas de la novela. Incluso porque esos protagonistas son también hombres sin atributos, hombres prometedores pero sin cualidades. Y hay otra cosa curiosa de Kakania, quizás más trascendental, y es que Kakania es la poesía. Quizás decirlo así es muy grandicluente, pero la novela es como una despedida de la poesía como género, con la intención de acercarla más a la capacidad que tiene la poesía para explicar la realidad. Por eso, el viaje al centro de Europa debía ser en verso. Y en ese camino a Kakania ellos se encuentran con la autenticidad de la vida que se consigue con la poesía... cuando no es cursi.

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