El fotoperiodista expone una selección de fotografías tomadas en las fiestas de su pueblo que narran "la cara B de la versión oficial". Su muestra se integra en el ciclo 'Fragments' de la Unió de Periodistes, y se podrá ver en el MuVIM desde el 24 de marzo
VALÈNCIA. El fotoperiodismo como una manera de llegar al fondo de las cosas. Así es como lo concibe Carlos Aguilera. No le interesa lo aparentemente ‘bonito’, lo superficial, más bien lo contrario. Su pasión radica en capturar el proceso que hay detrás de la versión oficial, que siempre pone en evidencia una realidad mucho más cercana y casera a lo que se pretende mostrar. Desde su percepción, ahí está lo realmente bello de la fotografía.
Muestra de esto es el trabajo por el que fue becado en 2019 por el proyecto cultural Fragments de la Unió de Periodistes. Se trata de Educandos de Benejúzar 2, un recopilatorio fotográfico de las fiestas de su pueblo en la Vega Baja. Aguilera define su fotografía como una manera de “dar la espalda al fotógrafo que siempre trabaja en las fiestas del pueblo y captar el lado contrario”. Esa cara B se basa en capturar “lo que pasa antes”. Desde el proceso de confección de los disfraces que visten en los desfiles, hasta un camión lleno hasta los topes de carritos de bebé o incluso un señor tomando la fresca en la plaza del pueblo junto a un ventilador con los cables cortados. Aguilera, dicho de manera informal, busca extraer la esencia de lo cutre.
A raíz de la beca concedida por Fragments, el fotoperiodista lleva meses trabajando en su proyecto (que de hecho no pudo presentarse el año pasado a causa de la pandemia), con una exposición que abrirá sus puertas el próximo 24 de marzo en la sala Parpalló del MuVIM. El proyecto, además, se completa con la publicación de un libro y una serie de conferencias telemáticas a cargo del propio Carlos Aguilera así como de los fotógrafos Lua Ribeira, Cristina de Middel y Juan de la Cruz Megías con el objetivo de reflexionar sobre el periodismo gráfico y la relación entre el lenguaje visual y la información.
Aguilera busca los espacios no oficiales, los recovecos que no se muestran con orgullo. De hecho, explica, la clave de los lugares y personas que fotografía se encuentra en “aquello con lo que un concejal no se haría una foto para subirla al Facebook del partido”. Tiene interés en esos sitios donde, durante las fiestas patronales, “se llevan a cabo tareas que no suelen estar representadas”. Habla de cocheras, personas fabricando disfraces sobre una improvisada mesa en medio de la calle, gente pintando tapones de Coca-Cola para decorar la calle… “Llegar al centro de algo, en este caso la fiesta, a través de lo que queda fuera. Intentar mejorar la iluminación del todo mediante pequeños focos laterales”, apunta.
De hecho, su proyecto nace de una pieza de música clásica que le sirve de metáfora para el relato que ha construido. Se trata de Educandos de Benejúzar (su proyecto, en este sentido, sería como una secuela) del músico José Aparicio Peiró. El símil está en que “es un pasodoble tan conocido que se puede tocar hasta haciendo malabares. Un músico desfila vestido con un traje cutre de Caperucita Roja, de Zeus o de quien sea, copa de tubo en mano, con el ritmo cambiado, desacompasado”.
En general, lo que le gusta captar son “las cosas banales, tonterías, momentos sin relevancia aparente, pero de los que en realidad se puede extraer el todo”. El fotógrafo subraya que muchas veces “se menosprecia el cachondeo, lo cutre, lo divertido”, pero para él ahí está precisamente la esencia de todo. “Es la materia prima para crear fiesta y alegría de la forma más fácil. Salir a desfilar después de pegar un ojo de plástico a un reno de corcho”, resume.
Cada una de las fotografías que Carlos Aguilera captura tiene una historia detrás que siempre va íntimamente ligada a ese principio de narrar la cara B de las cosas. De entre las seleccionadas para Educandos de Benejúzar 2, destaca algunas en concreto: “Hay una que me gusta mucho. En ella aparece Lucía -quien fue reina de las fiestas de su pueblo hace dos años, cuando arrancó el proyecto-. El último día de las fiestas iba vestida muy arreglada, con una mantilla. Su primo aparcó la moto frente al muro rojo de un supermercado Día. Ella subió a la moto y empecé a hacerle fotos. Quedaron chulísimas. Poco a poco fue llegando gente y, al final, se hizo la foto todo el pueblo”.
También le tiene especial cariño a una fotografía en la que aparece una pila de flores recién volcadas de un contenedor. “Cuando se hacen los mantos florales para las fiestas, las floristerías del pueblo regalan las flores que están un poco deterioradas. Estaban húmedas y brillaban. Me pareció precioso”, explica. En ese sentido, apunta que con sus fotos “no busca contarlo todo porque tiene cuidado en no aburrir al espectador. Lo que me gusta es captar lo raro, la extrañeza, aquello que no sabes muy bien cómo ha llegado allí. Toda esa rareza, si explicas exactamente lo que hay detrás, puede perder su esencia. La gracia es preguntarse qué coño hace ese tío ahí con una peluca incrustada. Darle a una historia sus capas, su subtexto”, ríe.
Además de la exposición, Aguilera impartirá en el ciclo Fragments una conferencia el día 21 de abril bajo el título Especialidad en tapas variadas. Recibe este nombre por una de las fotografías: “En la inauguración de un pabellón de taekwondo pusieron un piscolabis de tapas sobre una mesa a la que le daba el aire. El mantel se volaba, me pareció que esa mesa tiene un peso muy gordo en el proyecto. La mesa, en general, tiene un papel clave en la socialización de la fiesta. Se planta en medio de la calle y es el centro de todo. Quería plasmar esa idea”. En la conferencia, el fotógrafo hará una especie de anecdotario de su proyecto. “Contaré cosas curiosas del proceso. Aquello que me influenció para hacer las fotos, frases que escuchaba mientras las tomaba…”.
Por otro lado, su beca incluye la creación de un libro que integre su proyecto expositivo. En él, el pasodoble del que nace su iniciativa tiene más de una interpretación. Además de ser metáfora de la concepto que narra, el pasodoble “también da forma física al libro”. De esta manera, las fotografías aparecen de forma parecida a los cambios de tonalidad del pasodoble. “Tiene la misma estructura, hemos intentado que todo tenga sentido. Es un libro muy mecánico, musical y partituresco”, cuenta.
De no ser por la pandemia, este proyecto se habría presentado el año pasado, algo que ha afectado directamente al desarrollo del mismo. Aguilera resalta que de haber sido otro tipo de fotografía podría haber profundizado más durante este tiempo, pero pandemia y fiesta son dos conceptos contradictorios. Sin embargo, explica, ese hecho hasta le ha venido bien, puesto que “sus fotografías respiran un espíritu casi extinto”.