El capitalismo ha encontrado un filón en el mundo gay. Siempre hábil para satisfacer las nuevas necesidades de la sociedad, el mercado ha lanzado una amplia cartera de servicios y bienes para los consumidores del sector LGTBI. El Día del Orgullo supone, como la Navidad y las Fallas, una considerable fuente de ingresos para el comercio y la hostelería
Según rezaban las crónicas de algunos periódicos, los más adictos a la causa, el desfile del Orgullo Gay fue todo un éxito en València. Miles de personas se sumaron a la marcha en la que se vieron los rostros de los políticos de siempre, más viejos y patéticos que en anteriores ediciones. Algunos manifestantes llegaron de fuera aprovechando las buenas temperaturas del comienzo del verano.
Los hoteles de la ciudad registraron altos niveles de ocupación. Los bares y los restaurantes hicieron caja. Los taxistas multiplicaron sus carreras. Las parafarmacias se quedaron sin existencias de preservativos de distintos sabores (especialmente el de fresa). Fue un fin de semana espléndido y hermoso, en que todo el mundo salió ganando.
Es fácil imaginar la satisfacción de Ana Patricia y don Amancio al ver las marchas. Ellos ven negocio allí donde otros sólo una fiesta
Aunque no llega a generar tanto negocio como en Madrid, que dedica más de una semana a celebrar el Orgullo, València le ha sabido sacar partido a la fiesta reivindicativa de los derechos del denominado colectivo LGTBI.
Lo gay se ha consolidado como una fuente de ingresos para las empresas del sector terciario en el inicio de la temporada estival. La elección de junio para celebrar el Orgullo no puede ser más acertada. La gente piensa ya en las vacaciones, lo que contribuye a crear un ambiente distendido en el que las preocupaciones se guardan en el cajón hasta septiembre, y mientras tanto todas y todos nos contagiamos de las falsas ilusiones del verano. Y nos vamos de rebajas.
La economía española, que parece haber superado otra de sus crisis cíclicas, necesita un revulsivo, nuevos mercados que no hayan entrado en una fase de madurez. La celebración de los derechos de los gais es miel sobre hojuelas para los hombres de negocios, siempre tan calculadores. Desde hace algunos años esos hombres sin escrúpulos han importado el Black Friday y la payasada del Halloween para que los consumidores sigan gastándose lo que no tienen. El Día del Orgullo se inscribe en esta lógica del capital de crear nuevas demandas en el consumo.
Es fácil imaginar la satisfacción de Ana Patricia y don Amancio al ver repletas las calles de las principales ciudades españolas en las manifestaciones del Orgullo. Como buenos emprendedores, ven una oportunidad de negocio allí donde otros sólo una fiesta reivindicativa. Don Amancio y Ana Patricia están muy tranquilos porque saben que mientras la gente esté entretenida en las manifestaciones del 29 de junio y del 8 de marzo, ellos no tienen nada que temer.
Lo importante es que nadie repare en que un Gobierno presuntamente socialista no ha tocado una reforma laboral que ha introducido la semiesclavitud en el mercado del trabajo, o que ese mismo Gobierno no ha aplicado el impuesto a la banca que se había comprometido a aprobar, lo cual es lógico porque esos bancos financian las campañas con las que se ganan unas elecciones de chirigota.
Homosexuales y heterosexuales, lesbianas y bisexuales, transexuales y asexuales (¿me dejo alguna categoría?), somos unidades de producción y consumo. Ana Patricia y don Amancio lo saben, pero algunos gais y heterosexuales no han caído aún en la cuenta.
Como unidades de producción estamos programados para la obsolescencia. Suele llegar a los cincuenta, con mucha suerte. Luego te dan una indemnización de mierda y a casita, a mamarla. Como unidades de consumo disfrutamos de una vida útil más larga. Así, consumimos viajes, series, alimentación cancerígena, bebidas y drogas, camisas fabricadas en Vietnam, móviles hechos en la China comunista que odiamos cordialmente, y sobre todo consumimos cuerpos de distintos tamaños y, cuando llegan elecciones, ideologías de pladur.
Nadie escapa a la lógica del mercado, ni siquiera el sueño romántico de los del arcoíris, transformado en un souvenir de los puestos de la plaza Redonda de València. De momento los promotores de este sueño siguen teniendo clientes, algunos de alto poder adquisitivo, pero les convendría renovar la mercancía porque el capitalismo siempre necesita novedades para cada temporada. Y la de otoño está al caer.
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