CASTELLÓ. Cuando Silvia Roldán habla con pasión de sus inicios como artista de juguetes de madera, imaginas el taller de Gepetto cuando dio forma a un muñeco, hecho con madera, que tuvo como nombre Pinocho. Un títere al que un hada azul dio vida en el mundo de la fantasía. Su primera creación fue un caballito que tenía un claro destinatario: su sobrino. No encontraba ninguno que le gustara y decidió fabricarlo ella. No tenía vida propia, pero el cariño y la dedicación con la que Silvia lo fabricó contagió al niño cuando lo recibió que respondió con una sonrisa enorme y una mirada llena de felicidad. Hechizada por su alegre expresión pensó: “Quiero ver la misma alegría en los rostros de otros niños”.
Así fue cómo nació El Taller Aserrín Aserrán, bautizado así por ser una de las canciones que Silvia escuchaba de voz de su abuela cuando era una niña. “Nunca había trabajado la madera de forma profesional, venía de estar trabajando en establecimientos comerciales durante más de 20 años, pero decidí dedicarme a ello, darme una oportunidad”. Después de mucho trabajo y tiempo aprendiendo abrió su propio taller de juguetes de madera ecológicos y diseñados por ella. Con la ayuda de su marido hizo un primer lanzamiento de caballitos al mercado. Participó en las ferias de Cabanes, Atzeneta del Maestrat i Benlloc, pero nadie le compró.
Pero un día aparecieron por Cabanes unas personas que preguntaban dónde vivía la persona que fabricaba esos caballitos de madera. Y así fue cómo empezó a vender hace ahora alrededor de siete años. En 2014 ganó el premio Weekend Emprende en la categoría de emprendimiento tradicional. Todo ello, sin haber hecho promoción ni estar presente en ninguna plataforma digital. Se dedicaba a fabricar caballitos de forma artesanal y con mucho amor, tanto que cuando los vendía “tenía una sensación de que me quitaban un hijo”, asegura Silvia.
Ahora, tiene diversas tiendas on line, cinco de ellas en Amazon desde donde vende a casi todo el mundo. Estados Unidos, Australia, Corea, Japón, México, Chile, Alemania, Italia y, por supuesto, España, son los países donde más vende. Silvia cuenta que en un pueblo de Estados Unidos “casi todas las casas tienen una cocinita hecha en Cabanes, no sé si es por el boca a boca, pero tengo muchos pedidos de allí. Son cosas que no me hubiese imaginado antes de empezar. Incluso una mujer me envío una muestra de tela para que le hiciera la cocina a su hija a juego con las cortinas”.
Ha consolidado su negocio y explica que “trabajo a mi aire en mi pueblo y puedo vivir con lo que gano sin tener que desplazarme a otro lugar. Eso sí, si hay que estar media hora más trabajando, muchos días, lo hago”. De esta forma, da valor a las iniciativas que surgen en el mundo rural y que, en su caso, gracias a las nuevas tecnologías las pueden disfrutar todo el mundo. “El envío de un juguete a Tokio tarda dos días y medio”, dice.
Cocinas, rodaris, coches, bloques de construcción, calendarios Montessori o el cesto de los tesoros. Son algunas de las piezas que fabrica Silvia en su taller de Cabanes. “Me ha costado muchas horas aprender, producir e innovar, pero quiero ser la mejor en este trabajo. En las cocinas he logrado que los tornillos que se utilizan para ensamblar no se vean y así son más seguros para los niños y niñas”, explica.
Su iniciativa también conlleva toda una filosofía. Utiliza madera ecológica y pintura especial. Todos los productos son de proximidad. El haya o el pino son las maderas más utilizadas por Silvia quien explica que “los juguetes son un material sensorial, además los de madera tienen propiedades como la sostenibilidad y la duración y es bueno que los pequeños los toquen para que desarrollen la imaginación. Todo lo contrario que pasa con los juguetes actuales que están llenos de estímulos como luces y música que hacen que sea el producto el que guía al pequeño en el juego.
Las cocinas o el cesto de los tesoros son productos muy demandados pero hay otro como es el calendario Montessori, “que también se vende y cuyo potencial cliente son docentes o psicólogos, es decir gente que sabe lo que está comprando y valora su uso. Se suele utilizar en colegios”, asegura. Al respecto Silvia cuenta la anécdota de que una niña que pasaba la vida de casa en casa, para quedarse a dormir, debido a la situación familiar que tenía, estaba desorientada lo que le provocaba rabietas y enfados y cuando empezó a utilizar el calendario Montessori para aprender los días de la semana y saber en qué lugar dormía cada día, pasó a un estado mucho más tranquilizador y estaba más contenta.