VALÈNCIA. En la era virtual, ¿está nuestra identidad reflejada en nuestras búsquedas de Google? ¿Somos un reflejo de lo que guardamos en nuestros teléfonos móviles? ¿Dónde se almacena toda nuestra información personal? ¿Está nuestra intimidad expuesta? ¿Somos capaces de encontrar el cargador correcto entre la maraña de cables que guardamos en los cajones?
Borrar el historial, la nueva película del tándem formado por Benoît Delépine y Gustave Kervern (responsables de Louis-Michel o Mammuth), abarca desde algunas de las cuestiones fundamentales de nuestra relación esclava con las nuevas tecnologías en la actualidad a otras de lo más prosaicas y ridículas que nos amargan nuestro día a día hasta sacarnos de quicio. Quizás por esa razón, nos encontramos ante una de las sátiras más brillantes del mundo en el que vivimos.
Los directores reflexionan sobre la manera en la que ha cambiado nuestra forma de comunicarnos y lo hacen, como suele ser en ellos habitual, a través de su particular humor excéntrico y afilado desde la perspectiva de algunos personajes que se encuentran de espaldas al sistema, intentando sobrevivir, tanto a nivel emocional como económico, como pueden. La precariedad y las miserias en las que casi todos estamos instalados, aunque en este caso, elevadas a la máxima expresión del patetismo cotidiano.
Marie (Blance Gardin) fue ama de casa dedicada a su marido y su hijo hasta que le abandonaron y ahora tiene que ir vendiendo los muebles de su casa en páginas Internet al mismo tiempo que las tablas de su cama eléctrica de diseño se desmoronan. No tiene ni un duro y un universitario (Vincent Lacoste), le pide 10.000 euros si no quiere que difunda por las redes sociales un vídeo de carácter sexual.
Bertrand (Denis Podalydès) quiere dar una lección a la compañera de su hija que le ha hecho bullying cibernético y al mismo tiempo se deja embaucar por una call-girl que vive en las Islas Mauricio.
Por último, Christine (Corinne Masiero) tiene una empresa de coches cuya valoración es siempre de una mísera sola estrella. Todos ellos son vecinos de un inquietante barrio residencial de aspecto fantasma y, al menos, se tienen los unos a los otros para comprenderse y ayudarse mientras beben cerveza artesanal y paté casero. Además, tienen un enemigo común contra el que iniciar una revolución: la información que se almacena en la nube. ¿Se puede realmente borrar el historial?
La película es en realidad una forma de acercarnos de manera absolutamente brillante a la ansiedad de nuestro tiempo en forma de thriller patoso y tronchante. Las redes sociales, las valoraciones, los likes, las fake news, la aprobación, la desaprobación, la información comprometedora. Todo se puede poner en nuestra contra. Y eso genera frustración, miedo, rabia. Tanto como para ponerte a gritar en medio de una rotonda.
Los directores saben explotar una fórmula que los ha convertido a lo largo de los años en una rara avis del cine francés y en la que mezclan la subversión, la extravagancia, el absurdo y la bilis. Manejan un humor que nos lleva desde Jacques Tati a los hermanos Farrelly, pasando por la extrañeza de los Coen. Su universo está poblado de perdedores a los que tratan desde el cariño y que no dejan de ser un reflejo de todos aquellos que luchan por su dignidad día a día.
Pero como buenos diseccionadores de la naturaleza humana que son desde un punto de vista negro e irónico, su carga de vitriolo es capaz de congelar cualquier carcajada. Hay chistes soeces, algunos muy sofisticados, otros tan reconocibles que dan miedo. En ese sentido no resulta casual que los personajes pasen buena parte de la película hablando por el móvil o utilizando sus dispositivos de alguna manera.
La pareja de cineastas no deja títere con cabeza. Borrar el historial se convierte en todo un catálogo de penurias cotidianas relacionadas con la era de Internet. Así, aparece reflejada desde la precariedad laboral de los repartidores a domicilio, a la adicción a las series que puede arruinar vidas, pasando por los cambios de tarifa telefónica como pesadilla diabólica y la aparición de Michel Houllebecq que recupera su personaje en Near Death Experience.
Es una película que se reinventa de manera constante siguiendo los itinerarios de estos tres personajes que nos muestran las diferentes caras del desamparo y el hastío existencial y que durante su transcurso se disfruta tanto como te ocasiona pinchazos en el hígado, para terminar revelándose como la mejor crónica de este momento histórico que bascula entre caos, el miedo y el histerismo.