VALÈNCIA. Cada palabra que desliza Berta García Faet (València, 1988) constituye un pequeño átomo de brillantez. Por ello, conversar con la joven poeta se asemeja a transitar la noche dejándose guiar por un ejército de hábiles luciérnagas. Considerada una de las voces fundamentales de la nueva poesía española, esta valenciana afincada en Boston posee un talento hipnótico, arrollador. Y aunque en su interior habita un inmenso torrente de influencias, ella reivindica sin fisuras sus orígenes creativos: “yo vengo del modernismo loco, de Rubén Darío releído constantemente”, nos dice.
Autora de seis poemarios, García Faet publica ahora Corazón tradicionalista (La Bella Varsovia, 2018), un volumen en el que se recogen sus primeros libros - originalmente editados entre 2008 y 2011- y que revisita el siempre tumultuoso paso de la adolescencia a los albores de la adultez. Si, como decía George Bernard Shaw, la juventud es una enfermedad que se cura con los años, estos versos suponen un refugio para quienes no desean estar tan sanos.
Corazón tradicionalista reúne tus trabajos más antiguos: Manojo de abominaciones, Night club para alumnas aplicadas, Introducción a todo y Fresa y herida, ¿por qué decidiste incluir precisamente estos cuatro y no, por ejemplo, el siguiente, La edad de merecer?
La edad de merecer forma parte de otro ciclo vital y de escritura. Cuatro años lo separan del cuarto libro incluido en Corazón tradicionalista, estilística y filosóficamente las diferencias son tremendas (por mucho que todo sea igual de mío). En La edad de merecer se intensifica la meditación dolorosa y crítica sobre la feminidad, así como el placer matérico. Además, las cuestiones identitarias y éticas están más a flor de piel.
Algunos escritores reniegan de sus obras de juventud, en tu caso ¿cómo te has sentido al revisar tus antiguos poemas?
He sentido empatía y hasta ternura por el tipo de performance ultrafemenina y ultraherida y ultra “en control” (todo contradictorio) que el yo poético despliega en esos textos. Hay una literaturización muy intensa según ciertos modelos: femme fatale, heroína romántica, adulta que se confiesa, alumna que toma las riendas, seductora-seducida... A la vez, esa literaturización atravesaba y moldeaba mi vida, así que no sé bien dónde trazar las diferencias. En realidad, era un poco Madame Bovary, sobre todo en los dos primeros libros.
Creo que Corazón tradicionalista es una reunión libresca muy linda porque permite avistar mis aprendizajes, resulta bastante obvio cómo va avanzando la aventura de escribir-vivir. Se puede plantear, de un lado, como una ventana a un progreso aireado, una bildungsroman -novela de formación- espiada. Pero también como un progreso en cuanto al estilo. En Manojo de abominaciones inventé personajes, había teatro y narrativa. En los otros tres libros la ficción se vuelve claramente autoficción. El irracionalismo, aunque siempre estuvo ahí, va en aumento y, de hecho, en Fresa y herida es muy fuerte. Aunque yo no sabía bien qué era eso ni por qué me sucedía.
¿Has recuperado los poemarios tal cual fueron publicados o has introducido cambios?
He introducido cambios, sobre todo en Manojo de abominaciones. Más que censurar, autoironicé, en especial en el poema Autorretrato. En Fresa y herida, a un poema dedicado “a mi enemiga”, le he añadido tres versos al final.
¿Crees que esos poemas reflejan a la persona que eras en el momento en el que fueron escritos, sientes que habéis ido evolucionando en paralelo?
Sí, antes me daba vergüenza decir esto, pero ahora ya no: la literatura es vida. No es equivalente, pues la diferencia es, justamente, la estética. Pero la literatura viene de la vida y va a la vida. Esto lo explica, no sé si bella o secamente, Ricoeur. También Kristeva, Deleuze, en fin, muchos. Parece como si admitir esto fuera caer en la literatura como confesión o diario, minusvalorar lo artístico, la artfulness, el procesamiento, la alquimia, la transposición, el oficio, la técnica, el cómo... No, no: la lógica literaria no admite este tipo de simplificaciones de exactitud biográfica. Pero, biográfica o no, los libros son vida, los míos también.
Yo pongo en mi poesía todo, todo o casi todo está implicado ahí, todo se moviliza, entro toda. Así que, aunque esto no sea de interés para los lectores -pues mi vida biográfica no importa-, yo sí puedo rastrear los cambios, los hitos. Creo que puede pensarse una evolución como una progresiva toma de conciencia (en espiral) de la auto-figuración del yo, poético y extrapoético. Esta conciencia es muy política, tiene que ver con qué significa ser mujer y cómo ser mujer sin ser esa mujer, la obligatoria. Lo interesante es cómo se plasma, o no, todo esto estéticamente.
Planteaste tu anterior libro, Los salmos fosforitos, como “una lectura acompañada” de Trilce, el poemario de César Vallejo ¿se trata de una obra para lectores especializados?
No sé si especializados… frikis desde luego. Los lectores y lectoras posibles son los que disfrutan leyendo las cosas dos veces, palabra por palabra, los que disfrutan de lo obsesivo-compulsivo de una estructura, de los guiños… Y claro, idealmente recomiendo leerlo, al menos en algún momento para rebajarle el drama y aumentarle lo lúdico, junto a Trilce, ya que mi texto está muy muy relacionado con él, muy al detalle.
Entiendo que es un libro que requiere otra práctica y otro placer lector al que, por muchos motivos, en España no estamos acostumbrados (no digo que sea peor, pero la tradición literaria es distinta a la latinoamericana, por ejemplo). Requiere de un tipo de pasión muy muy friki por la poesía, poesía un tanto extraña, pues si bien es tremendamente emocional, no hay lugar a una lectura metafórica o alegórica o esta tiene sus límites. Aunque quizás no sea así y éste es mi prejuicio. Quizás pueda disfrutarse con otro tipo de pacto o expectativa lectora. A mí me da mucha felicidad cuando alguien lee Los salmos. Ha de causar mucho desconcierto, me imagino, ojalá que sea un desconcierto amigable, porque la exposición sentimental ahí es brutal. Mi deseo sería toparme con lectores amigos.
¿Cómo definirías tu poesía actual y cómo crees que ha ido evolucionando con los años?
Creo que desde hace años vengo investigando dos cosas distintas y que cada vez más estoy juntando: una es la de cómo hacer poesía sin tropos (o con pocos tropos) y otra es cómo disfrutar de la poesía materialmente y cómo eso afecta al significado de los poemas. También me interesa mucho, como siempre, cómo se autofigura el yo poético.
He escrito muy pocos poemas sin yo poético (por extravagante y fragmentario que éste sea). Quiero ver qué pasa si tiro por ahí, por lo contario, aunque me da apuro porque es como si sin yo poético uno se pusiera en la posición de voz universal o eterna o de ultratumba o de observador que disimula que es observador, se hace el transparente. En general he puesto un yo y una perspectiva específica localizable. Pero también hago lo contrario, el yo poético metapoético, me pongo a ver hasta dónde puedo llegar por el lado de lo ‘metametametameta’, por así llamarlo. Una pregunta que me hago es, ¿cómo no caer en el ingenio barato? Es un poco cursi, pero tiene que haber verdad sentimental. Si no, haríamos filosofía analítica, que es una cosa terrible.
¿Qué opinión te merece el panorama editorial español actual?
Me parece fantástico, hay muchas editoriales valientes y que nos hacen grandes regalos. La Bella Varsovia por supuesto, pero también Ultramarinos, Kriller, La uña rota, Fulgencio Pimentel, Pretextos…
Desde hace unos años parece que la poesía está en auge en nuestro país, al menos, se publican muchos más títulos que antes, ¿piensas que esta tendencia va a permanecer a largo plazo o se desinflará?
Lo cierto es que no tengo una opinión formada al respecto, la cambio a cada rato…
En cualquier caso, todavía hay muchos lectores de prosa que no parecen sentir atracción por la poesía, no conectan con este género. ¿A qué crees que se debe?
Pienso que probablemente tenga que ver con que el lector de prosa suele tener la expectativa de una trama más o menos delimitada, una escritura que funciona como striptease (me encanta esa imagen), suspense, delimitación, una cosa racional y más o menos razonable. En la poesía (o también en la prosa cuando esta es poética; no es que no haya coexistencia entre narratividad y lo poético, pero pienso que son distintos), el placer es otro. No necesariamente es un discurso decodificable. Así que el entendimiento racional, la investigación tipo detectivesca de qué es lo que se dice, por qué, hasta qué punto, cómo funciona una metáfora, etc., no cuaja bien. Es otro tipo de imaginación la que juega. Quiero pensar que es ensueño.
¿Qué autores recomendarías para vencer ese recelo?
A mí de joven me gustó mucho Poesía para los que leen prosa, que lo arma Jesús Munárriz. Recomiendo empezar por la Generación del 50, muchos son maravillosos en sí y, además, maravillosos también si de lo que se trata es de facilitar la aventura lectora desde lo narrativo a lo poético.
Actualmente estás realizando un doctorado en Estados Unidos sobre “asuntos misteriosos de poesía española y latinoamericana”. En alguna entrevista anterior, has comentado que el hecho de residir en el extranjero te hace “llevar dos vidas”, ¿cómo afecta eso a tu forma de crear?
Influye en que mezclo los dos idiomas porque como leo y vivo en los dos, mi vida sucede en los dos. Dado que la literatura está atravesada por todo (también por las lecturas que hago, que como es a lo que me dedico va a un ritmo bastante loco), se ve movida por ahí.
Publicas con La Bella Varsovia, editorial a cargo de Elena Medel, ¿cómo influye en la relación editora-autora el hecho de que ella también sea una joven poeta?
Elena Medel es un portento de escritura y de lectura, por tanto, tiene mucha sensibilidad para elegir qué publica, con la generosidad de saber y querer distinguir entre lo que ella produce como poeta y sus apuestas editoriales (lo digo porque otro podría haberse dedicado a publicar sólo poesía “de su rollo”, ella no). En Introducción a todo y en La edad merecer me hizo sugerencias que resultaron capitales y que mejoraron mucho el resultado final. Es una poeta que admiro y de la que aprendo muchísimo. También es psicóloga, claro, pues soporta y ayuda en nuestras dudas, inseguridades... Por poco tiro a la basura Los salmos fosforitos.
¿Puedes avanzarnos algo sobre tus próximos proyectos?
Desde que acabé Los salmos estoy escribiendo siempre el mismo poema, haga lo que haga vuelven esos “razonamientos” y esas imágenes, debo de tener dentro de mí ahora mismo un paisaje terco de ciervos, caballos y arcoíris y teorías autoteorizantes. Hasta que no se me pase esto y cribe no publicaré nada más. Además, después de Los salmos no me meto de lleno en la emoción y en la vida verdadera (sea lo que sea esto), son poemas trampositos, burocráticos, quizás efectistas y, cuando no son efectistas, sencillamente no funcionan por otras razones.
¿A qué crees que se debe esta situación?
Me imagino que es porque Los salmos fueron, a ese nivel, demasiado, y no puedo permitirse ahora mismo someterme a ese tipo de circunstancia mental, es un lugar al que no quiero volver en mucho tiempo. Traducciones sí, que son aventuras paralelas pero que me enriquecen muchísimo. Sale ahora una traducción de Blanca Llum Vidal, recientemente salió una de Alt Lit y bueno, vienen otras un poco secretas.