VALÈNCIA. Clara Schumann fue una excelente pianista y compositora. Quien tenga curiosidad por saber más sobre su vida y acuda a la Wikipedia para informarse sobre ella se llevará, sin embargo, una agridulce sorpresa. “Estuvo casada con Robert Schumman” o “su carrera fue clave en la difusión de las composiciones de su marido” son algunas de las perlas que subyacen en el breve texto de presentación de la música alemana. Fanny Mendelssohn (hermana del también compositor Felix Mendelssohn) o, yendo un poco más lejos, Hildegarda de Bingen (compositora en la Edad Media) corren la misma suerte: sus nombres aparecen siempre asociados a sus homólogos masculinos. Han sido eclipsadas e invisibilizadas a lo largo de la historia.
“Tuve la ocasión de conocer el concierto de piano en la menor de Clara Schumann y es una obra que no tiene nada que envidiar a otras”. Quien nos lo dice es Beatriz Fernández Aucejo (València, 1983), que ha protagonizado recientemente un hecho también insólito: convertirse en la primera directora de una orquesta universitaria en España, en concreto, de la Orquestra Filharmònica de la Universitat de València, en la cual se formó como clarinetista hace algunos años.
No vuelve con la frente marchita (como cantaba Gardel) pero sí con un compromiso que rebosa respeto e ilusión a partes iguales. “El objetivo de la Filarmónica es ofrecer una formación de calidad a los jóvenes, con un máximo de 23 años, que quieran dedicarse a la música”, nos cuenta. Con claves de sol en lugar de leucocitos por sus venas, Fernández Aucejo se despide de la Orquesta de Barcelona, donde desempeñaba hasta ahora la subdirección, para ponerse al frente de la agrupación que tantos momentos le regaló y con la que debutará en la dirección el próximo 17 de octubre en el Palau de la Música. Y lo hace, ojo, sin perder el ritmo.
-Eres la primera mujer en dirigir una orquesta universitaria en España, ¿cómo te sientes al respecto?
-Vamos haciendo. Si esto ayuda a dar visibilidad a la dirección en nombre femenino, estupendo. Sin embargo, creo que, de alguna manera, es una lucha individual de cada uno, hombre o mujer, por conseguir sus sueños y superarse cada día a pesar de todos los problemas personales y profesionales que puedan surgir. Dependiendo de las metas que quieras lograr, vas escogiendo uno u otro camino y tomando ciertas decisiones; a mí estas me han acabado llevando hasta aquí.
Independientemente de eso, es una enorme ilusión dirigir esta orquesta. Para mí es como volver a casa: recordar esos años de formación donde tuve la oportunidad de aprender tanto, de vivir tantas experiencias y conocer a compañeros geniales con los que todavía hoy tengo relación. Por otro lado, también es una gran responsabilidad. Me acuerdo de mi época en la formación como instrumentista bajo la dirección de Cristóbal Soler. La experiencia con él fue crucial; estaba terminando la carrera superior de clarinete y ya tenía en mente que quería estudiar dirección de orquesta. Cristóbal fue tan referente para mí que ahora, como mínimo, tengo que estar a su altura y a la de Hilari Garcia, el último director.
-Durante estos años de ejercicio de la profesión, ¿te has topado en alguna ocasión con el techo de cristal?
-Este tema siempre aparece. Y siempre llego a la conclusión de que la educación resulta muy importante para poder romper ese techo de cristal y ser una parte más de la sociedad (sin ser especial). Hay que valorar más la formación, no específica de conservatorio, sino en general: primaria, secundaria, bachillerato… Incluso del profesorado.
Tenemos que fomentar la investigación y la visibilidad de mujeres que han existido en la historia de la música y han hecho música. Y, a la vez, ser más transparentes: existen directoras de orquesta buenísimas, con muchísimos premios de dirección y al frente de agrupaciones realmente importantes. Por ejemplo, Marin Alsop, que estuvo con Bernstein, y actualmente está al frente de la Baltimore Symphony Orchestra.
Ahí juega un gran papel todo el entramado de la profesión, desde los mánagers hasta los gestores pasando por el resto de profesionales. Entre unos y otros debemos hacer bien a la música, y para eso tenemos que ocuparnos de todas las especialidades y hacerlo independientemente de la edad, el sexo o la nacionalidad.
-Se tiene la impresión de que las obras que se tocan en las orquestas son clásicas, tradicionales y antiguas. ¿Es así?
-Hoy en día, tantos los gerentes de los auditorios como los propios directores, intentamos estar en contacto con la sociedad actual. Sí que es cierto que el sello o la tradición orquestal se mantiene con el repertorio de compositores de hace siglos, pero también estamos intentando abrir el campo a la música contemporánea: a compositores de hoy en día o a algunos de periodos recientes del siglo XX. A veces no estamos tan habituados a ello, pero es cuestión de aceptar que eso también forma parte de la historia y que tenemos que conocerlo.
La música sinfónica de ahora es importante porque debemos apoyar al joven emprendedor. También lo son otros campos, como, por ejemplo, las bandas sonoras. Para vender entradas no podemos ceñirnos solo a un público estándar habitual que quiere el repertorio de siglos anteriores. Hay que buscar nuevos públicos, y el director gerente debe analizar la sociedad y acercar la música a la ciudadanía, desde los más pequeños a los mayores: a todos. Y, cuantas más disciplinas creativas se mezclen, mejor: música, literatura, pintura, danza…
-Formatos como OT tienen una gran aceptación por cierta parte del público. ¿Cómo lo valoras?
-Al fin y al cabo, es música. Si las orquestas queremos tener esa parte joven, hay que reinventarse, crear y recrear nuevos formatos de conciertos, o conciertos/espectáculos mixtos con, por qué no, alguien de Operación Triunfo. Después de todo, cada uno tiene su rol; uno clásico, uno pop… Lo bueno es el equilibrio, y formatos como Operación Triunfo están bien porque respaldan a un sector determinado de profesionales, en este caso, jóvenes que les gusta ese tipo de música. Yo reconozco que soy más de música clásica, pero eso no significa que no se pueda llegar a mixtos: un rock sinfónico o un pop sinfónico.
Todo lo mediático llega más a la gente… Lo ideal sería tener un Operación Triunfo orquestal. Toda esa implicación mediática de salir en la tele y mostrarse a un público joven por el tipo de música que es a lo mejor sería muy interesante. Evidentemente no sería el mismo público que viene a vernos de normal, pero por qué no.
El trabajo de toda la formación, empezando por el director y todos los profesionales, es no estancarse. Lo de hace 50 años ya no sirve. Lo bonito es estar en contacto con la evolución musical, poder incorporar nuevas obras sinfónicas y estar en contacto con grupos que estén pegándolo fuerte en la sociedad actual, ya sea música actual pop-rok, contemporánea, orquestal de lenguaje clásico… Si queremos que la música clásica sobreviva tiene que funcionar junto a la sociedad.
-Has realizado estancias de dirección en el extranjero, ¿cómo valoras la música en España, y en concreto en València, frente a otros lugares?
-València es la cuna de los músicos. Las sociedades musicales de cada pueblo tienen sus propias formaciones, y todo ello hace que esta ciudad sea un referente en este sentido. Pero no podemos quedarnos solo con eso. Hay que hacer un análisis de la situación y debemos hacerlo desde el profesorado hasta los conservatorios pasando por los gerentes de los auditorios e incluso los políticos. Y trabajar lo de que de alguna manera nos hace únicos y apostar por ello.
Si somos una ciudad de músicos, debemos apoyarlos al máximo. No es que ahora mismo no se haga, pero al final no resulta suficiente: hay que reflexionar, pensar en nuestros objetivos, y reparar de qué manera se puede ayudar a nuestros jóvenes. Cientos de personas acabarán sus formaciones superiores y querrán vivir de la música. Es una realidad muy positiva porque significa que la música está viva, y podremos seguir diciendo que València es la cuna de los músicos, pero si todos queremos seguir trabajando en esto, hay que generar oportunidades que pueda seguir siendo una realidad.
-En el cine resulta muy claro cómo un director imprime su sello y personalidad en sus películas. ¿Es el caso también de la persona que se pone enfrente de una orquesta?
-Desde fuera quizá no se percibe, porque solo se ve la faceta sencilla, fácil y simple que parece que es mover el brazo hacia arriba o hacia abajo, pero sí que existe el estilo o la personalidad de cada director. Lo que pasa es que como la música no la podemos tocar y ver las veces que queramos (como tal), un director hace su concierto y, hasta el próximo, no lo vuelves a ver. Ahora es cierto que existen tecnologías para grabarlo, pero no podemos vivirla en ese momento: la música empieza y termina y, aunque esté grabada, no es lo mismo.
Cada director tiene su sello en cuanto a la sonoridad. A muchos se les relaciona con un sonido particular independientemente de la orquesta en la que esté (por ejemplo, a veces se habla del sonido alemán de la orquesta de Viena o de la filarmónica Berlín); a otros se les atribuye, un equilibrio o un estilo de tocar concreto en ciertas obras. Se interpretan obras en las que se reconoce 100% quien la ha dirigido o qué orquesta la ha tocado por cómo se conduce el sonido. La Quinta de Beethoven ha sido tocada por muchas orquestas e interpretada por muchísimos directores. Aun así, es diferente en cada caso: la misma orquesta, la misma obra, con directores diferentes, ya cambia. Por muy parecidas que sean las conclusiones que se extraen de una obra, nunca son iguales porque cada uno tiene un punto de vista y una interpretación. Solo por eso, ya tienen una identidad propia.
-El anuario de la SGAE anunciaba hace poco que la música en directo recauda más que nunca en España. ¿Es este el modelo de ganancia de las orquestas también en la actualidad?
-Para nosotros el directo es mucho más interesante que tener un CD. El CD graba la música pura, pero no puede captar la emoción que te ha transmitido un concierto en un momento determinado. Ahí es donde podemos transmitir esas emociones y es lo que queremos compartir con la gente. El concierto se hace para el público; sin él, no existiríamos. La grabación es interesante como complemento a la formación del profesional a la hora de trabajar intensamente una obra, y tener una visión de futuro o proyección internacional con esa pieza. Pero nuestro día a día es la música en directo. Las orquestas no podrían servir para estar solamente en los auditorios y ser grabadas; eso no tendría sentido.
-La gente también consume la música de otra manera ahora, como a través de Spotify. ¿Qué opinas de estas nuevas plataformas?
-La sociedad y la tecnología cambian tanto y tan rápidamente que no solo tenemos que adaptarnos a lo que demanda el público, sino también al formato que consume. Hay que trabajar todo ello, no solo en el repertorio de una temporada, sino que eso tiene que investigarse… Incluso en las redes sociales: ahora es Instagram, antes Facebook y Twitter. No sabemos hacia dónde van a ir. Si la gente utiliza eso, y queremos estar ahí y que nos conozcan, hay que valorar esas plataformas nuevas que existen.
-¿Qué tiene una orquesta que puede resultar valioso y que no tienen otros terrenos musicales?
-La orquesta es una parte muy importante en la formación de cualquier profesional (ya quiera ser solista o dedicarse a la música en general). Principalmente por lo social: cuando haces música con otra gente no estás solo y, por tanto, desarrollas factores como el respeto, la tolerancia, o el saber escuchar. Todo ello contribuye al desarrollo personal.
Por otro lado, escuchar un repertorio nuevo bien cada semana o mes (dependiendo de la agrupación) y estar en continuo desarrollo interpretativo de obras diferentes y conocer a distintos compositores genera un bagaje muy importante. El compendio de esas características hace que, cuando sales de una orquesta y mires hacia atrás, valores mucho todas estas cosas.
-El talento musical, ¿nace o se hace?
-Al final, lo más importante es ser perseverante. Partimos de la música como un lenguaje universal: hay que adentrarse en él, conocerlo y entenderlo. Y para eso tiene que existir una constancia: no decaer y seguir el camino soñado. Evidentemente, si una persona tiene unas aptitudes musicales o artísticos más innatas y las trabaja, logrará desarrollarlas más. Pero, aunque las tengas, si no eres constante, no vas a conseguir nada. El secreto es el día a día.
Coincidí en un hotel con dos grandes músicos, uno de los cuales era Wenzel Fuchs, el clarinete solista de la Filarmónica de Berlín. Tocaba todos los días. ¿Eso qué quiere decir? ¿Qué no tiene talento? ¿Qué no se lo sabe? ¿Qué está inseguro? No. Eso es perseverancia: amar a la música.
-¿Para ser músico hace falta necesariamente pasar por un conservatorio?
-En España, y en otras partes de Europa, vivimos imbuidos en una sociedad académica bastante fuerte. Los títulos académicos son los que dirigen oposiciones, plazas, vacantes… No tenemos otra salida que realizar estudios formales y oficiales, en este caso del conservatorio (que sería como la facultad de los músicos), si queremos dedicarnos a esto. Evidentemente existe la posibilidad de ser autodidacta, pero lo percibo más como algo amateur, quizá más personal. Si el objetivo es vivir de la música considero que sí debemos pasar por ahí, pues es lo que luego te permitirá acceder a otros sitios o espacios profesionales, incluso fuera de España.