Criada a las faldas de la Escuela de Arquitectura de València, Colomina es el gran referente mundial en el vínculo teórico entre arquitectura y salud
VALÈNCIA. Beatriz Colomina es hoy la gran referente en el mundo por su teorización del contacto entre arquitectura y salud, en una vía interconectada: cómo la salud cambió las costuras de la arquitectura, cómo la arquitectura propulsó la prevención sanitaria. Colomina, primero en Columbia, luego en Princeton, localizó como pocos los puntos de conexión que hacen que habitemos como lo hacemos. Desprovista de obsesión por lo estético o figurativo, ha volcado su mirada en lo más revolucionario: la vida real de aquellos lugares donde pretendemos vivir.
Pero -inciso va- antes de Beatriz estuvo Miguel, su padre. Miguel Colomina definió gran parte de la arquitectura en València en la segunda mitad del siglo XX. Fue director de la Escuela de Arquitectura de València. Fue premio extraordinario a su trayectoria por el Colegio de Arquitectos. Influido por Coderch, Khan, Wright o Le Corbusier, algunos de los mayores elogios le vinieron por su vivienda unifamiliar en Xàbia, en 1963, edificios de viviendas en Cirilo Amorós, 1966, y en la calle Doctor Albiñana de València, 1972.
Justo el abrumador reconocimiento a su padre colaboró a que Beatriz Colomina rastreara su espacio más allá de València. “Todo el mundo allí sabía quién era. Y también quién era yo”, comentó Colomina para El País. “Siempre se gana saliendo. Ha habido dos momentos cruciales en mi vida: cuando decidí estudiar en Barcelona en lugar de en Valencia, donde vivía, y cuando me fui a Nueva York. Esos cambios me hicieron ver la vida de otra manera. No me puedo entender a mí misma sin pensar en esas dos transformaciones”.
Ahora los textos de Beatriz Colomina se revisitan, forman parte de esa gran vela de conocimiento que se iza en busca de la certidumbre. Fundadora y directora del programa Medios y Modernidad en la Escuela de Arquitectura de Princeton, ella, de alguna manera, lo vio primero. Vio como la salud, y por tanto la enfermedad, siempre habían estado ahí, propulsando los cambios principales, colándose entre nuestros principios, influyendo desde el principio de los días. Solo el deslumbramiento que provoca el avance desmemoriado hace que la enfermedad se extravíe de nuestros planes. Al entrar en contacto con Susan Sontag entendió la relevancia de su mensaje en el libro La enfermedad y sus metáforas -seguido por El sida y sus metáforas-. Despertó en Colomina todo un horizonte nuevo. “El modo más sano de estar enfermo es huyendo de la metáfora”, señala Sontag, incidiendo en la romantización literaria de la tuberculosis frente a la oscuridad y la habladuría soterrada en torno al cáncer.
Fue la tuberculosis la que infringió, sostiene Colomina, uno de los mayores cambios en las reglas de la arquitectura moderna. “No se puede entender sin la tuberculosis. La hemos estudiado desde todos los puntos de vista: el industrial, el estético… Y nos hemos olvidado de lo más obvio: la vida real. Lo que los arquitectos modernos ofrecían era casi como una receta de salud igual a la que proponían los manuales médicos para tratar la tuberculosis: el aire libre, las terrazas, el sol, la blancura, la higiene… La tuberculosis dominó la primera mitad del siglo XX. Es normal que no solo estuviera en la literatura, sino también en la arquitectura. No hablo de la arquitectura sanitaria. Es la arquitectura moderna la que internaliza este trauma inmenso que era la tuberculosis y trata de ayudar. Se vuelve curativa”, adelantaba Colomina en El País Semanal en 2013.
Si en el siglo XIX los hospitales eran lugares abyectos -indica Colomina-, la realidad comenzó a cambiar cuando las mayores rentas se pusieron a frecuentar los sanatorios con los que calmar sus nervios. El sanatorium de Purkersdorf, en Viena, fue uno de los primeros. Fue entonces cuando esos destinos de salud se convertían en “espacios de deseo”. En X-Ray Architecture, Beatriz Colomina corrobora cómo los centros sanitarios se convirtieron en el modelo para la vida cotidiana.
Y si la tuberculosis agitó las normas, su técnica de diagnóstico, los rayos X, ejemplifican el impacto de la enfermedad en los edificios: los rayos X permitían ver el interior del cuerpo mientras que la arquitectura moderna, como respuesta, buscaba mostrar el interior de los edificios a través de las fachadas de cristal.
El afán médico por la higiene, la ventilación, la cercanía a la naturaleza, definiría la formación arquitectónica de los hoteles y del turismo de masas, primero en un entorno alpino y más tarde cerca del sol y playa. La aparición de la estreptomicina se demostró mucho más provechosa, pero la influencia en la manera de habitar ya no tenía vuelta atrás.
El sanatorio antituberculoso Paimio, de Alvar Aalto, entre los bosques de pinos finlandeses, suele ser buena muestra de aquel momento. La enfermedad del propio arquitecto Aalto fue determinante para que concibiera sus edificios desde otra perspectiva. Beatriz Colomina se refiere a ello estos días. “Dijo que la arquitectura siempre se concibe para personas sanas, que están en pie, y sin embargo debemos diseñar para las personas en posición más débil. Esto fue revelador para mí”, comenta Colomina para la publicación arquitectónica Pin-Up. “Hoy, con nuestra creciente conciencia de la cuestión de la discapacidad, se agregan rampas y otros dispositivos como una ocurrencia tardía, pero a menudo los edificios no funcionan para todos. Pero lo que Aalto estaba diciendo es el camino que no se tomó en arquitectura: que si siempre diseñamos para aquellos en la posición más débil, todos los demás estarán bien”.
Beatriz Colomina, preguntada por lo inevitable -los efectos transformadores de la nueva crisis sanitaria- apunta: “se parece más a las epidemias de cólera del siglo XIX que asolaron ciudades de todo el mundo oleada tras oleada y provocaron enormes cambios en la infraestructura y el diseño urbano. La pregunta para nosotros es cómo el coronavirus cambiará la arquitectura y la ciudad (...) los arquitectos estaban muy involucrados en el diseño de la salud, colaborando activamente con médicos y científicos. ¡Tenemos que despertar y hacerlo de nuevo!”.
X-Ray Architecture o La domesticidad en guerra son dos de los libros que acompañan bien la lectura de este tiempo. Escritos por quien se marchó de València para encontrarse.