Para engarzar una buena historia, tan importante es contar con un buen villano como con el héroe que se enfrente a él. Sin un buen villano, el héroe no tendrá que afrontar desafíos verdaderamente trascendentales, que le pongan a prueba, y la historia perderá fuerza e interés. De hecho, para que la historia épica transcurra por los cauces adecuados, el villano ha de ser más poderoso que el héroe, con todo a su favor para consumar sus planes. Incluso si el héroe consigue desbaratarlos, el villano tiene, como Mariano Rajoy, como Pedro Sánchez, una gran resiliencia, que le permite superar tantas adversidades o más que al propio héroe. Así, los villanos siempre vuelven, una y otra y otra vez, contra toda evidencia, aunque haya que revivirlos para reincorporarlos en la historia de manera cada vez más inverosímil (de eso, los cómics de superhéroes saben un rato).
Estas últimas semanas hemos asistido en España a la resurrección de dos de los más renombrados villanos de la izquierda española: los expresidentes (de España y de la Comunidad Valenciana, respectivamente) José María Aznar y Paco Camps. Aznar concedió una entrevista a Jordi Évole, en La Sexta, que sirvió como pretexto para volver a la primera línea de la política española y, sobre todo, para practicar su deporte favorito en los últimos años: meterle el dedo en el ojo a Rajoy y al rajoyismo, responsable de haber desunido a la derecha que él, Aznar, logró unir con sus propias manos.
Por su parte, Paco Camps se ha abierto cuenta en Twitter, y ha concedido una entrevista en Twitch en la que ha abundado en las cuestiones que está comentando en Twitter: él, Camps, con ayuda de Rita Barberá, fundó la moderna Valencia. Así, vivimos en el año 30 ab urbe condita, desde que Barberá cogió una ciudad agotada, hundida, históricamente en manos del socialismo (doce largos, larguísimos años, tras el seráfico paréntesis franquista de 40 años), y le encomendó a su concejal predilecto, Paco Camps, convertirla en la moderna smart city que es ahora, mal que le pese a Ribó. Y a juzgar por los comentarios que publica en Twitter, cualquiera diría que Camps está pensándose retomar el testigo y arrebatarle la ciudad a Ribó en 2023.
Ambos, Aznar y Camps, tienen bastantes cosas en común. Para empezar, pertenecen al mismo período histórico del Partido Popular, que comienza con su refundación en 1990, pero ambos militaban anteriormente en AP. Ambos viven el auge de la derecha en los últimos años del socialismo de Felipe González, y ambos triunfan en política. Aznar en 1996, cuando alcanza la presidencia del Gobierno, y Camps siete años después, en la recta final del aznarismo, cuando toma el testigo de la presidencia de la Generalitat de manos de Eduardo Zaplana. Ambos gobiernan durante ocho años y ambos se van por decisión propia: Aznar, porque decide no repetir candidatura tras dos legislaturas (cumpliendo así una promesa electoral, por contraposición con los catorce años de Felipe González); y Camps, porque es más o menos persuadido/obligado a dimitir en 2011, poco después de haber vencido por tercera vez en las elecciones autonómicas. Lo cual, de paso, le confiere un antagonista similar al de Aznar: Mariano Rajoy, que sucedió a Aznar y fue quien persuadió a Camps para dimitir. Puede decirse, así, que Rajoy estropeó la obra de ambos.
Finalmente, ambos se han convertido, por méritos propios, en iconos de una época del PP y de la historia de España. Pero iconos que el tiempo tiende a leer más y más en negativo, por el terrorífico balance de la burbuja inmobiliaria que uno creó y otro expandió en la Comunidad Valenciana; por la intransigencia de ambos, su incapacidad para reconocer ningún error o equivocación, que se mantiene incluso décadas después, contra viento y marea; y también por cómo, a la postre, los ciudadanos castigaron sus excesos y errores en las expectativas electorales de quienes les sucedieron: Rajoy en 2004 y Alberto Fabra en 2015.
A estas alturas, parece bastante claro que Aznar no pretende volver a las arenas de la política, y además así lo dijo en el programa de Évole. Aznar se conforma con su papel de referente para cierta esfera de la derecha, siempre regañando y criticando a los demás, que lo hacen mal, y están echando a perder sus esfuerzos en pos de cohesionar a la derecha. Y si hay que integrar a Vox y las ideas, o lo que quiera que surja de ese espacio político y que se presentan como tales, de Vox, pues se integran. Sin complejos.
Aznar, sin duda, está amortizado. Pero... ¿Camps? A diferencia de Aznar, Camps dejó la presidencia de la Generalitat contra su voluntad. Poco después de finalizar el juicio de los trajes con su absolución, concedió una entrevista a la revista Telva en la que inequívocamente manifestaba su intención de retomar su carrera política. Cosa que no sucedió por falta de apoyos en el PP.
Ahora, años después, Camps se abre una cuenta en Twitter, concede entrevistas a los medios o espacios ideológicos afines, y comienza a hablar, con total claridad, de la alcaldía de Valencia, de sus realizaciones como concejal de Rita Barberá, y de la necesidad de superar el "paréntesis" de Ribó. ¿Está postulándose para volver? Es difícil saberlo, pero más difícil aún parece que pueda volver, aunque quisiera hacerlo. Tampoco parece que el PP tenga un problema con su candidatura para la alcaldía, ocupada precisamente por una antigua consellera de Camps, María José Catalá. Pero no descartemos nada. Lo que está claro, a juzgar por el interés con el que se siguen sus intervenciones, es que tanto en la izquierda como en la derecha valencianas sus movimientos no han dejado indiferente a casi nadie.