VALÈNCIA. Recuerdo perfectamente, y de esto hace al menos quince años la fuerte impresión que me causaron unos grandes lienzos llenos de fuerza, de marcada impronta impresionista, de pincelada ágil, valiente, pero precisa, que mostraban casi en exclusividad montañas nevadas, alejadas de cualquier idealización, en un entorno de nubes amenazadoras, y que colgaban de las paredes de una galería en la calle de la nave. Un paisajismo dentro de la tradición, pero a su vez novedoso y de gran modernidad, que hacía tiempo no veía. Una paleta reducida en la que los blancos y grises predominaban por encima de todo, lo cual no es muy habitual en los paisajes coloristas a los que estamos acostumbrados. Hasta tal punto me atrajeron aquellos lienzos que entré, pregunté el nombre del pintor y el precio de las obras. Su nombre, Calo Carratalá (Torrent 1959) y con el tiempo he tenido la oportunidad de conocerlo personalmente y recibo su visita periódicamente cuando Calo va a comprar material o a enmarcar a un establecimiento cercano. Muchos años después pude hacerme con un pequeño cuadro pintado sobre tabla perteneciente a esta serie bautizada con el nombre de Noruega. En el año 2014 en la prestigiosa Exposición Internacional de Artes Plásticas de Valdepeñas cuyo jurado estuvo presidido por el célebre maestro Antonio López. En el panorama pictórico español no recuerdo un artista que le haya dedicado toda una serie (luego vinieron las selvas, marinas, paisajes manchegos…), a los paisajes nevados casi en exclusividad puesto que en ocasiones Calo también introduce pequeñas y anecdóticas poblaciones nórdicas o lagos semihelados.
Así como en otras escuelas pictóricas europeas la nieve aparece como un elemento más retratado, en la española más bien escasea esta temática porque, ciertamente, no son los paisajes de este tipo aquellos con los que convivimos con habitualidad. Sin embargo, todos recordamos escenas de multitudes de patinadores muy populares en la escuela holandesa del siglo XVII o ya en el XIX los bucólicos, aunque un tanto adormecedores paisajes alpinos que, como no podía ser de otra forma, suelen ser habituales en la escuela de paisajistas del sur de Alemania o austriaca. En nuestra tradición pictórica las obras de esta temática son más bien momentos estelares pero muy singulares como cartón para tapiz de Francisco de Goya “La nevada” (Museo Del Prado), pintado en el año 1786 y que transmite magistralmente una gélida travesía bajo una inclemente ventisca. El viento helador parece traspasar el lienzo. También vio el genio aragonés en una multitudinaria y alegre batalla de bolas de nieve una excusa para realizar un dibujo al natural que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Boston. Coetáneo de Goya es el valenciano Mariano Salvador Maella que entre los años 1805 y 1806 pinta cuatro hermosos lienzos sobre las estaciones. Como no, uno de ellos se refiere al invierno describiéndolo a través del interior de una casa, expuesta parcialmente al frío y a la nieva en la que una pareja de campesinos se calienta ante el fuego.
Sorprende en nuestros tiempos relacionar nuestras montañas, más allá de esporádicos y sorprendentes episodios, con la nieve, como si su aparición puntual cada invierno fuera algo natural. Sin embargo, si hablamos de patrimonio arquitectónico rural valenciano es obligatorio hacerlo de las llamadas “cavas” o “neveros”. Hasta tal punto fue importante el comercio del hielo desde el siglo XVII que en su día llegaron a existir una cuarentena de estas grandes construcciones mimetizadas con la montaña, cuya función era almacenar y ante todo conservar durante meses en sus gruesos y pétreos muros en penumbra permanente, la nieve caída en el invierno y proveer de hielo a las poblaciones de las comarcas limítrofes. Testigos en piedra de unos tiempos en que eran más frecuentes estos episodios de nieve en la montaña del interior de las comarcas centrales, y más concretamente el entorno de la Sierra de Mariola. La bella localidad de Bocairent presume de la Cava de Sant Blai, un gran depósito de planta circular con más de siete metros de diámetro y once de profundidad cubierto con una gran esfera de mampostería en parte y también en una parte excavada en la propia roca. En la parte de arriba existe una puerta para acceder a su interior e introducir la nieve e incluso posee una especie de acequia por donde es aguar la nieve conforme se va fundiendo. La espectacular Cava de Don Miguel de la primera mitad del siglo XVII, está situada entre Bocairent y Alfafara. Su aspecto actual es el de una ruina italianizante propia del Grand Tour, de corte romántico al estar invadida por la vegetación, que de nuestras tierras. Su nombre viene muy posiblemente de alguno de sus propietarios y es una de las llamadas en su momento como “Caves de Xàtiva”. Cierto, en Xátiva no hay cavas pero esta importante ciudad, o San Felipe, tal como se la conocía en el siglo XVIII, promovió la construcción de una serie de neveros montañas arriba, en la Serra Mariola para recibir puntualmente el hielo conservado. En este caso, a diferencia de la anterior que está excavada, se trata de una cava que está por encima del nivel del terreno, debido a la dureza de un suelo que impidió su excavación. Para aguantar los empujes del gran muro exterior se levantaron ocho potentes contrafuertes que caracterizan una construcción de más de 14 metros de diámetro y 10 de profundidad. Según documentación sobre la misma un tal Jerónimo Ferré Tormo, arriero de Bocairent, salía a las 11 de la noche para cargar nieve del nevero y descendía hasta Xátiva a la que llegaba al amanecer del día siguiente.
En la localidad de Agres está el nevero más fotogénico, hoy dirían algunos “instagrameable”, cuyo funcionamiento se prolongó entre el siglo XVII y la primera década del siglo XX. Tiene forma exterior hexagonal y son especialmente llamativos sus seis arcos apuntados fabricados en piedra que en realidad no se apreciaban originariamente desde el exterior puesto que su función era sustentar una gran cúpula que hoy, desgraciadamente, ha desaparecido. En un lateral una obertura permitía la extracción del hielo a demanda de los clientes, mientras que las aportaciones de nieve se hacía por diferentes bocas en cada lado del hexágono. La ruta de las cavas valencianas constituye una simbiosis perfecta entre patrimonio rural histórico y naturaleza.