VALENCIA. Desde la explosión de los documentales bien es cierto que la ficción vive horas bajas. Es muy difícil que una película, por muchas emociones que transmita, pueda competir con ciertos trabajos o legajos audiovisuales, por llamarlos de alguna manera. Por ejemplo, los vídeos caseros de una familia de pederastas, los Friedman, o las cintas de un amante de los osos que termina devorado por ellos, el Grizzly Man.
A ver quién es el guapo que hace una película de superación deportiva mejor que las vidas de los jugadores de hockey soviéticos con sus declaraciones en ‘Red army’. O si de lo que se trata es de rodar una marcianada, que afine la pluma el autor del guión que pretenda mostrar una locura mayor que ‘Finders Keepers’, sobre dos estadounidenses que se pelean por un pie amputado medio momificado que uno de ellos perdió en un accidente y el otro se lo encontró dentro de una barbacoa que se compró en una tienda de segunda mano que tenía dentro el miembro apuntado porque al primero se le olvidó dentro ya que tuvo durante una etapa un problema con el alcohol y no sabía dónde estaban sus cosas. No es broma.
En fin, es complicado. Y en el caso que nos ocupa, más. Se trata de ‘Takaisin pintaan’ (Diving in to the unknown) un documental finlandés sobre buceadores de cuevas en aguas congeladas. Tras un accidente, hay que sacar los cuerpos de las víctimas una gruta. Las autoridades lo consideran arriesgado, porque uno de los cuerpos está obstruyendo la entrada, y no quieren llevar a cabo la operación. Tampoco pasa gran cosa, porque no sería la primera vez que se dejan cuerpos, por ejemplo, en la alta montaña porque no se pueden rescatar y ahí se quedan, congelados, para siempre.
Pero en este caso no iba a ser así, los amigos de las víctimas se pusieron de acuerdo y decidieron hacer ellos el trabajo. Es un caso real y filmado el valle de Plurdalen, en Noruega.
Los colegas de los muertos no podían dormir pensando lo que le había pasado a sus amigos. Tomaron esa decisión. Además, jugándosela más que las autoridades, porque en cuanto ocurrió el accidente se prohibió el buceo en la zona. Su operación sería ilegal, y por tanto secreta, con todas las consecuencias que eso supone.
Y digo que estos vídeos superan cualquier película de ficción con una temática similar, de reto, superación, suspense, redención, etcétera, porque Juan Reina, el autor del documental ha eliminado cualquier detalle técnico y se ha centrado en lo esencial, en lo que daría de sí el séptimo arte: una historia de amistad. Y también, un relato para reflexionar, puesto que es lícito analizar si merece la pena jugarse la vida para rescatar unos cadáveres. Si alguien esperaría eso de nosotros.
No es extraño en España, cuando hay que rescatar a algún deportista de riesgo, o montañeros, por ejemplo, que se quejen las gentes del gasto que supone eso. Pues en este caso la historia va más allá. Las personas a las que hay que sacar de ahí ni siquiera están vivas. Pero eran sus amigos. Y por lo que cuentan no podían dejarlos ahí.
Aunque en este caso hay un detalle importante. Rescatar los cuerpos sería útil para los familiares, para que no hubiera retrasos con el cobro de seguros y con las herencias. No todo era una cuestión de honor.
Son los propios supervivientes del accidente los que organizan esta operación de rescate furtiva para sacar los cuerpos de sus amigos de la cueva. Cariacontecidos, aparecen grabadas las reuniones que tienen previas para planificar la misión. Son conversaciones duras, lo que están calculando es el nivel de descomposición que tendrán los cuerpos en esas circunstancias.
Otro de los problemas que tienen es que nadie había buceado nunca por esa cueva a excepción del equipo que, vaya, perdió la vida haciéndolo en el mes de febrero de 2014. Había otro riesgo añadido. El hecho de conocer a las víctimas. Cualquier alteración en la respiración a esas profundidades, podría resultar un problema grave de salud.
En un reportaje en el Magazine de la BBC, el director del documental, Juan Reina, se reía al explicar que por eso los finlandeses son tan buenos buceadores, por lo fríos que son. Incapaces de alterarse ni ese tipo de circunstancias. Aunque, seguía el texto, los finlandeses tienen una gran tradición en eso de recuperar cuerpos de los amigos, como por ejemplo durante la Segunda Guerra Mundial, en la que muchos arriesgaron su vida para poder recoger a sus camaradas caídos y poder darles una sepultura digna en lugar de dejarlos tirados.
En este rescate, en la superficie, coordinando el equipo, estaba Vesa, uno de los supervivientes del primer accidente, que no puede descender porque todavía estaba convaleciente de las lesiones por la descompresión que sufrió en la fatal inmersión.
En este mundo en el que cualquiera tiene una cámara, es muy fácil de manipular unas imágenes, un relato. Las bandas sonoras que tanto mal han hecho al cine también sirven en un caso de este tipo para provocar al espectador, pero se mire por donde se mire, ver por dónde se tienen que meter para rescatar a sus amigos, por qué lugares recónditos en el norte de Noruega, por mucho que se juegue con ello, impresiona. Alguno lo confiesa antes de meterse en el agujero, dice: “¿Qué cojones estamos haciendo?”
Las escenas del rescate de los cuerpos son angustiosas. La cueva se hunde. De hecho, la salida natural al exterior que uno de ellos había descubierto era una pared colapsada. Los cuerpos al final son remolcados, pero el documental sirve también para tener en cuenta los riesgos que entrañan este tipo de actividades y si merecen la pena. Es bastante curioso que exista ese tipo de gente que, con la excusa del deporte, incluso de qué bella es la naturaleza, solo sea capaz de disfrutar de su vida poniéndola en peligro.