Transitamos por escenarios de aplausos enlatados. Inducidos, programados, ególatras, disciplinados. Propaganda y táctica en el peor momento. Contrastan con la autenticidad de los que, durante un tiempo, se lanzaban desde los balcones cada día a las 8, para agradecer la entrega de los trabajadores esenciales, empezando por los sanitarios, en su lucha desigual contra la enfermedad. Desinformados y ‘desuniformados’. Sin verdad en los datos, ni elementos de protección en su cuerpo.
Cesaron los aplausos, ellos mismos lo pidieron: no querían palmas sino aciertos, responsabilidad, información, prevención, sinceridad y medios. Y explicaciones por estar (así seguimos aún, en la segunda ola, y no será porque no fue advertida), entre los países con más sanitarios contagiados, a la cabeza de la UE en el número de casos (cerca de 900.000, eso los contabilizados) y con los peores registros tanto económicos como de empleo.
Ahora hemos sabido que entre enero y la primera semana de marzo, Seguridad Nacional alertó, 12 veces, sobre la gravedad de la pandemia. Como lo hizo la OMS. Pero hubo ocultación y ostensible retraso en la toma de decisiones. Y víctimas a cuyos familiares no hay que esconder, sino atender en sus reclamaciones de memoria y justicia. Y comprender que no quepa en su dolor la fórmula ‘responsables 0’, que intenta imponerse con la cooperación necesaria de la Fiscalía General del Estado. Controvertida y devaluada por demasiadas razones.
Así hemos seguido, desde que el presidente Pedro Sánchez dio oficialmente por vencido el virus, asegurando falsamente que “salimos más fuertes”, ausentándose por vacaciones y exhortando aplausos para sí mismo, aún no sabemos bien por qué. Luego ha venido lo de los Ministros puestos en pie, vitoreándole jubilosamente, en tiempos tan difíciles para tantos españoles. Y días atrás la presentación, con montaje exhibicionista, del Plan de Recuperación, Transformación y ‘Resiliencia’ (palabra de la que, por cierto, abusan políticos del ‘hacer poco’, como Joan Ribó).
Un ‘plan’ sin plan: con mucha alharaca y poca profundidad. Prometiendo (en déjà vu Felipe-1982) 800.000 puestos de trabajo, que son, por cierto, menos de los que se han perdido ya. Unos fondos que pueden no llegar hasta finales de 2021, y que esperemos no queden afectados por la desconfianza de Europa en la gestión española, con previsiones disparadas de déficit, deuda y gasto público. Y por las alarmas de inestabilidad institucional y merma democrática en valores esenciales como la independencia de la Justicia, que se perciben ya también fuera. Eso sí, con manifiesta desidia en la tarea de revisar leyes, como la de Medidas sobre Salud Publica, que habría permitido más margen de actuación tanto al Gobierno de España como a las CCAA. Meses diciéndolo y pasividad absoluta. Basta de aplausos.
¿Y aquí? Pues el president Ximo Puig en búsqueda también de aprobación, cuando el 9 d’octubre, con dialéctica vacua, ha revelado que el problema está en determinar “¿Qué es España?”. Confundiendo su rica diversidad, con la discutible asimetría en los derechos. Sin mencionar, en cínica amnesia, la reclamación de financiación justa para la Comunidad Valenciana. Y obviando que cuando no gobernaban en Moncloa, instaban salir a la calle a “montar el pollo”. Ahora, aunque Sánchez lleva dos años a los mandos y prometió presentar las bases en septiembre, ha pasado el tiempo y Puig calla. A Compromís apenas se le oye. No esperen aplausos a la sobredosis de autocomplacencia.
Decía Albert Camus que “el éxito es fácil de obtener”. Que “lo difícil es merecerlo”. Así que, dejemos a un lado adulaciones estratégicas y queden las ovaciones para quienes las merecen. Estos días, si me lo permiten, para un grande que ya es leyenda: Rafael Nadal. El mallorquín que, sin digresiones ni concesiones, sí sabe qué es España. Y lo demuestra, frisando el 12 de octubre, con el esfuerzo de sus piernas o brazos, el talento mental y la emoción en sus ojos. Sin pedir perdón, ni repensar indefinidamente ‘en bucle’ lo que somos, Sr. Puig, y menos rectificarlo a golpe de chantaje, precisamente de quienes lo que no quieren -y lo dicen- es ser España. Así que, los aplausos para quien se los gana. Y hoy lo tengo claro: Gracias Rafa.