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Años 70, cuando el héroe solo podía ser un vagabundo; Robny, de Joan Boix

Por miedo a la censura franquista, Joan Boix esperó hasta después de 1975 para dibujar a Robny. Tras haber hecho tebeo romántico para niñas,  historias de Hazañas Bélicas, ciencia ficción, terror y aventuras, todo trabajo comercial para editoriales, Boix quería dibujar algo propio. Sin corsés. Su proyecto personal fue un personaje adinerado que lo había dejado todo para ser vagabundo. Un reflejo de la sociedad post-industrial de los 70, donde asomaba la sensación fatalista de que todas las revoluciones habían fracasado y todo se reducía a alienación en ciudades grises y sucias.

13/01/2020 - 

VALÈNCIA. En una ocasión, un compañero de trabajo informático me comentó que en un viaje a Barcelona había visto a unos indigentes al sol en la playa y le había dado la sensación de que vivían mejor que él. No era una boutade ni se estaba tirando el pisto. Lo dijo en la época de las vacas gordas, pre-2008, cuando no tenía prestigio social alguno ir de pobre o víctima por la vida; lo decía en serio, porque trabajaba en el centro de Madrid y vivía del techo de casa en la periferia, al techo del cercanías, al techo del metro, al techo del trabajo y, luego, en sentido inverso, todos los techos hasta otra vez el de casa.

Así todos los días de la semana y muchos fines de semana no debidamente remunerados. Dejarlo todo e irse a la indigencia para ser libre y escapar de la alienación y la rutina no era una idea nueva. Está explotada de múltiples maneras. En el formato que respecta a esta columna, la trató, por ejemplo, Étienne Davodeau en su magnífico cómic Lulú. Pero antes que el francés, hubo un ejemplo en España digno de ser reseñado y contado convenientemente.

En los años 70, Joan Boix, natural de Badalona, se había curtido dibujando cómic romántico para niñas, historias de guerra en Hazañas Bélicas, ciencia ficción, cuentos, personajes de aventuras, etc... Todo trabajo para editoriales, de gran calidad en muchas ocasiones, pero con fines puramente comerciales. Lo que no está reñido, pero si se ha regido habitualmente por normas severas. Como otros compañeros de generación, Boix quería quitarse los corsés, que su obra respondiera ante sí mismo, no a los dictados de un editor y lo que ahora llaman "el mercado", que es un eufemismo de "ir a la rentabilidad asegurada". 

Él rompió con Robny, un vagabundo. Aunque ya hubiese existido Carpanta, y con un espíritu claramente contestatario, no en vano su autor, Escobar, tenía orígenes combativos, antes de la muerte de Franco no se atrevió a dibujar unos guiones que ya había escrito. Tenía miedo a la censura.

Así lo explicó en una entrevista cuando Dolmen reeditó la obra completa en un solo tomo en septiembre de 2011: "En 1975, tenía escrito el primer guión y buena parte de la serie pensada; era el año en que murió Franco y no quise dibujar el primer episodio antes por temor a la censura. Lo hice un año después, cuando ya se hablaba de democracia. Robny es un hombre decepcionado de la vida, y con carácter, por eso un día abandona los lazos conyugales y su estatus social elevado, para convertirse en un vagabundo. Podría añadir que, efectivamente, es mi alter ego".

El personaje fue un éxito. Se publicó en doce países,  sirvió para relanzar profesionalmente a su autor y consagrarlo. Robny no fue su único proyecto para salir de la producción industrial, en las que llevaba una década inmerso, también se introdujo en el género de terror, pero como trabajo de autor, no de encargo, el más importante fue este vagabundo voluntario.

La premisa era la de un hombre que, en buena posición económica, había decidido renunciar a todo y deambular por la calle. Estaba inspirada, según contaba Antoni Arigita en la introducción al integral de Dolmen, en los escritores estadounidenses Willianm Kennedy y James M. Cain y sus relatos situados en los años de la Gran Depresión. De hecho, todo tenía un matiz anglosajón en las hazañas de este personaje. El lema inicial era: "comprendió que el dinero no era para quien lo sudaba, harto de despotismo lo mandó todo al diablo"

Uno de los episodios más descriptivos de Robny se titulaba Revivir el pasado. Estaba fechado en junio de 1977. El protagonista se embarcaba en un barco para trabajar en labores de limpieza y lograba regresar a su país natal, Inglaterra. Vagando por Birmingham llegaba hasta su casa, donde nació. Una mansión. Allí volvía a encontrarse  con la gente de la que creció rodeado. Un mundo de hipocresía en el que se negó a seguir viviendo.

Cuando ve a su antigua pareja, ahora eminente socióloga, esta le reconoce y le dice: "La fama, el dinero... sí, no me faltan, pero... ¿dónde está mi dignidad? Estoy inmersa en un ámbito donde solo abundan la corrupción y el fariseísmo". Sorpresivamente, ella se quería ir con él y dejarlo todo también, pero él la rechaza y replica: "Somos dos mundos opuestos... y no sería nada fácil para ti romper el vínculo que te ha llevado a la fama. Además, yo puedo vivir sin dinero. Tú, por el contrario, estás demasiado acostumbrada a él. Piensa... ¿Qué puede ofrecerte un viejo como yo? Mañana lo verás distinto...".Para luego pensar para sus adentros y reafirmarse: "Prefiero mi libertad sin un centavo que vivir en un pozo de oro consecuente de la humillación".

Había algo más que romanticismo. En un flashback, explicaba qué les había llevado a esa situación. Cuando Robny era un joven adinerado que quería ser escritor, fue rechazado sistemáticamente por las editoriales, pero su pareja, un día, probó a acostarse con uno de los editores a ver si lograba que le publicasen sus textos. Tras sorprenderla, él pidió el divorcio y ahí comenzó su huida hacia ninguna parte.

Normalmente, lo que se repetía en este tipo de historias era que Robny se metía en líos involuntariamente. Podía ser buscado por la policía por crímenes que no había cometido, llegaba a estar condenado a muerte, etc... y siempre acababa deambulando por ahí, vagando por el mundo, hasta que el desenlace de lo que hizo su ex por él finiquitaba el relato general de manera un tanto abrupta.

El dibujo de Boix en esta creación se podía encuadrar en la línea oscura de Luis García, también de finales de los 70. De hecho, era lo más valioso de este singular personaje, que ya presumía de contar con un dibujo a la altura del guión, no como en otras novelas gráficas, decía Arigita. Ahora esos relatos dejan un poso ciertamente naif, sin embargo, tienen su encanto de época. Pertenecen a los años post-hippismo, en los que ya asomaba el espíritu de que todas las revoluciones habían fracasado, la sociedad post-industrial se reducía a un conjunto de ciudades grises y alienantes, donde solo mandaba el dinero y la corrupción en todos los órdenes de la vida. Pese a las grandes diferencias y todo lo que se ha avanzado desde entonces, de algún modo, hoy no resulta difícil entender los anhelos que expresó aquí su autor.

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