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Antonio Ariño: “La cultura debe ser provocativa y generar inseguridad”

27/01/2019 - 

VALÈNCIA. “Hay un sitio que no conoce mucha gente”. Antonio Ariño (Teruel, 1953) nos conduce por los pasillos del histórico edificio de La Nau como si no escondieran secretos para él. El vicerrector de Cultura y Deportes de la institución (también doctor en Sociología) nos invita a pasar a una estancia que deslumbra por su aspecto: altos techos con vigas, alguna maqueta solitaria al fondo, enormes ventanales. “Queremos convertir la sala de vigas en un centro de memoria arqueológica o histórica para que toda la historia del edificio y su entorno esté aquí y pueda ser visitado”, cuenta Ariño desvelando, así, uno de los propósitos que tiene la universidad en materia de cultura para el año recién inaugurado.

Una foto aquí, otra allá. Ariño se deja retratar mientras, en las manos, sostiene el libro Culturas abiertas. Culturas Críticas (Tirant Lo Blanch, 2018); publicación que ha presentado recientemente y que sirve de excusa para hablar con él y conocer un poco mejor los planes, propósitos y retos de 2019. Paso a paso. “Estamos diseñando un proyecto, todavía en fase inicial, que seguramente se llame Imagolab. Queremos que sea un laboratorio donde combinaremos el trabajo del Aula de Cine, de Creación Literaria, de Artes Escénicas, de Cómic y el Taller Audiovisual para que los estudiantes puedan imaginar o diseñar innovaciones socioculturales que respondan a problemas sociales reales”, indica. Solo es uno de los tantos proyectos e inquietudes que bullen dentro de la institución.

Este mismo año, sin ir más lejos, se ha despedido de Igualdad, área que hasta hace poco se englobaba dentro de sus competencias. “La he llevado desde el año 2003, pero ahora hay un vicerrectorado específico, algo que resulta magnífico”, alaba. “Sin embargo, que no esté no implica que vayamos a suprimir ciclos como el de Dones Creadores o dejar de darle importancia al trabajo que hemos venido haciendo con Dones Fotògrafes. La Igualdad es uno de los ejes que vamos a seguir trabajando”. Es (o parece) una promesa.

Culturas abiertas, culturas críticas. Al ser preguntado por el título de su libro, a Ariño se le despierta la mirada. “No hay una ‘cultura’: hay una multiplicidad de expresiones culturales. En plural y con minúscula. Y no son buenas per se. Depende de qué cultura sea”, menciona. Aquella que manipula, que difunde bulos, que genera guerras y desigualdades no le provoca ninguna simpatía al vicerrector. Alejado del concepto purista (elitista) del término, apuesta por una cultura viva, completa, y no por ello menos compleja. Porque, frente a lo que se pueda pensar, “la cultura no nos hace libres, no nos salva, no nos da salud”. “Hay gente a la cual la cultura le hace pensar que las vacunas, por ejemplo, son malas. Y le genera un verdadero problema. A mucha gente la ata, la domina, la subyuga”, apunta. Bien lo sabe; mejor lo cuenta.

-Acabas de presentar Culturas abiertas. Culturas críticas, ¿qué nos cuenta este libro?
-Las culturas son expresiones de la vida de determinados seres vivos. Y, como la propia vida, cambian, mutan, se transforman. El día en que la cultura deja de cambiar, sencillamente, perece. A veces mueren formas culturales porque la sociedad para la cual tenían sentido ya no existe. Y esto significa que son “abiertas”: siempre están en transformación y cambio. Incluso en aquellas sociedades que dicen que hay que cerrarse sobre sí mismas; como en el caso de los británicos o los norteamericanos (“América primero”, que dicen). Parten de un supuesto falso: de que existe una identidad o esencia originaria y auténtica de la cultura y que todo lo demás son añadidos. Eso no existe. La cultura siempre está en cambio y todas sus manifestaciones tienen la misma legitimidad o valor desde ese punto de vista. 

Foto: ESTRELLA JOVER.

Por otro lado, en el libro abordo las culturas “críticas”. Estoy convencido de que todos los seres humanos tienen capacidades ordinarias de carácter crítico: saben criticar. De hecho, lo hacen constantemente. Somos insatisfechos por naturaleza. El problema es si esa crítica está basada en un método científico y riguroso; o es, directamente, una “criticonería”. Somos personas que nos dedicamos a poner verdes a los demás. Y eso no es. 

Vivimos en un mundo donde la producción de mentiras se ha industrializado. Cambridge Analytica es un caso clarísimo: la utilización de datos de los individuos a través de la información que obtenían de Facebook permitía dirigirles hacia mentiras frente a las cuales fueran más sensibles. La concepción crítica de la cultura que yo defiendo debe estar constantemente sometiendo a evaluación y juicio. 

-De hecho, un artículo muy interesante de Yuval Noah Harari advertía de lo que hablábamos: ya se está investigando cómo piratear el cerebro para que pinchemos en determinados anuncios y enlaces; y para vendernos políticas e ideologías…
-La atención es un bien escaso. Suelo poner un ejemplo: ¿Cuántos litros de agua necesitamos ingerir al día? Pongamos que uno. ¿Qué pregunta se hace Coca-Cola o Heineken referente a esa cuestión? Pues, de ese litro, cuánto nos tomaremos de Coca-Cola o de Heineken. Es decir: qué cuota puede ocupar. ¿Qué pregunta se hace en última instancia Google o Facebook? Cuánto tiempo de nuestra atención puede retener. Por eso la aparición de anuncios en aplicaciones y webs que nunca fueron pensadas para ello. La publicidad en la sociedad digital es muy importante. 

Hoy conquistan nuestra atención, como decía Harari, de una manera personalizada. Aparece un anuncio de un libro sobre el cual yo he hecho alguna búsqueda. “¿Cómo es posible?”. Porque utilizan un excedente de información del uso que yo hago de las redes. Al mismo tiempo que estoy manteniendo una conversación con alguien mi móvil está emitiendo mensajes. Me descargo un libro de Amazon y se sabe en qué página he acabado cada vez que lo he interrumpido. Incluso en que línea he detenido más mi mirada. Y si he subrayado algo. Me dice: “Esta frase la han subrayado 15 personas antes que tú´”. Todo esto va en la línea de lo que dice Harari: nosotros les estamos proporcionando constantemente información sobre nosotros mismos que va más allá de lo que sabemos. ¿Por qué nos deja Google o Facebook acceder gratuitamente sus páginas?

-Se dice que, cuando el producto es gratis, el producto realmente eres tú…
-Además del producto, somos trabajadores gratuitos para ellos. ¿Por qué no lo llaman a eso “piratería”? Por una sencilla razón: porque cuanto más uso yo Google o Facebook, mejor funciona su algoritmo. Al utilizarlo con otros miles de “productos” (usuarios) similares a mí saben que patrones definen mis pautas de comportamiento y, en consecuencia, pueden utilizarme. Capitalismo cognitivo.

-Sin embargo, parece que, o estás dentro del sistema, o estás fuera. ¿Hay alguna manera de blindarse contra esta utilización que hacen de nosotros?
-Es muy difícil estar fuera del sistema. Y esto nos lleva a una cuestión que ya sucedió en el primer capitalismo con los movimientos de destrucción de máquinas. Las primeras luchas de los trabajadores fueron en esa línea. No obstante, descubrieron progresivamente que lo que tenían que hacer era negociar: la jornada laboral, los derechos… Ahí es cuando aparecieron los derechos (de los trabajadores, pero también, por ejemplo, de las mujeres).

Ahora creo que vamos a entrar una fase más complicada, más compleja, pero en cierto punto similar. ¿Podemos vivir al margen de la sociedad digital? Difícil. Sí, tengo algún amigo que tiene un teléfono que no es inteligente… pero ¿eso es realmente vivir al margen de esa sociedad? Él no utiliza las redes, o Facebook, pero la sociedad digital sí le tiene a él atrapado dentro. Y forma parte de un patrón que los dueños del universo digital tienen identificado. Tal vez el futuro pasa por la capacidad de la ciudadanía de (aunque no me gusta la palabra) empoderarse: de saber utilizar esas herramientas para mejorar la democracia en vez de, como está sucediendo ahora, desmontarla. Ahora mismo la democracia corre peligro por el control de la información. 

Foto: ESTRELLA JOVER.

-La cultura y su consumo, con todos los cambios propuestos por las (ya no tan “nuevas”) tecnologías, también han mutado enormemente. ¿Qué retos se plantean en este sentido? 
-Los riesgos culturales de la sociedad digital es un aspecto que no ha sido muy tratado. En La sociedad del riesgo, Ulrich Beck sí abordó los climáticos, los ecológicos; pero no estos. Hay una serie de formas de hablar de la sociedad digital en las cuales estamos cayendo y que nos están engañando: por ejemplo, cuando decimos que “se ha democratizado el conocimiento”. En cierto sentido podríamos estar de acuerdo, pero tampoco es menos cierto que la forma de funcionar de Internet hace que se estén creando nuevas jerarquías de usuarios de conocimiento: entre los señores del Big Data (que controlan los algoritmos, derechos, la propiedad intelectual) y el conjunto de la sociedad. 

El conocimiento se caracteriza porque es un bien público, pero no es menos cierto que es un bien que puede ser privatizado. En consecuencia, las enormes asimetrías que se generan en el mundo de los Internet (porque no hay solo uno, sino varios) hace que haya unas enormes desigualdades en el acceso al conocimiento. Hay conocimiento de pago, y otro que no lo es. 

Decimos que vivimos en una sociedad del aprendizaje y la innovación. Es cierto. Tenemos que estar constantemente aprendiendo; y aprendiendo, además, a innovar. Pero, ¿la innovación es buena per se? No. Es lo mismo que pasaba con la cultura. Las principales innovaciones culturales que hemos visto en las últimas décadas han sido las financieras; las que han producido la gran recesión a base de enormes mentiras y vender intangibles, paquetes de bienes que no existían. Luego también están las innovaciones relativas a eso que se llama “trabajo colaborativo” y que, como estamos viendo, son unas nuevas formas de mercantilizar y explotar cosas que antes no pertenecían a la esfera del mercado…

Foto: ESTRELLA JOVER.

-Todo el tema de Airbnb y Uber…
-Que yo alquile mi vivienda, en cierto sentido, parece que está bien. O que alquile mi coche, en efecto. Podría ser una forma cooperativa, pero en realidad lo que estamos viendo es que empresas que no tienen coches ni conductores están extraordinariamente bien valoradas en bolsa y son multimillonarias. A consecuencia de tener trabajadores desregulados y desmontar áreas de trabajo regulado a base de una destrucción de las regulaciones y una explotación más profunda del trabajo. 

Hay grandes innovaciones, extraordinarias, pero estas, por sí mismas, no son buenas. Tenemos que ver si sirven a la mejora de la calidad de vida de las personas y si contribuyen a tener más derechos; o si, al contrario, contribuyen a enriquecer más a unos pocos.

-La igualdad actualmente está en el punto de mira por los ataques de la ultra derecha. También hablábamos de las mentiras que se propugnan sin ningún tipo de miramiento en las redes sociales. Frente a ello, todo parece apuntar a que necesitamos una ciudadanía más crítica. Pero, ¿cómo se consigue esto? ¿Hay alguna fórmula para lograr que la sociedad se conciencie de su papel activo en todo este escenario?
-No existen fórmulas mágicas. No podemos olvidar que la historia de la humanidad ha sido una de mitos y prejuicios. Ahora, precisamente, se cumplen 400 años de la invención del método científico. Esto no quiere decir que el ser humano fuera tonto, pero este método es de anteayer: el someter de manera sistemática las creencias o las ideas a un procedimiento tiene una historia muy corta. 

Si esto, de entrada, no es fácil, y además vivimos en un entorno en el que las redes sociales precisamente se están utilizando para linchamientos morales y difundir mentiras; para que aquellas emociones de los seres humanos más peligrosas (resentimiento, odio) puedan ser manipuladas… Hace muy difícil que podamos sacar adelante ciertos proyectos. Pero no es nuevo: mentir y jugar con la verdad son características de los seres humanos desde sus propios orígenes. Frente a ello, razón crítica y ciencia. Estos son las herramientas con las que tiene que batallar la universidad. Siempre digo que la cultura que hacemos nosotros está al servicio de ambos. 

-Precisamente, ¿qué papel juega la UV, y más específicamente La Nau, en la cultura valenciana?
-Ese es nuestro lema: razón crítica, cultura científica. Que este sea un espacio de debate y conversación para que siempre prosperen los mejores argumentos: aquellos que se basan en razones más sólidas. Por eso damos tanta importancia al debate. Creemos que las redes secuestran el debate. Sirven para que la gente se encierre en sus pequeños círculos de seguridad. La cultura debe ser provocativa y generar inseguridad. La cultura tiene que ayudar a la gente; decirles: “Las cosas no son como tú crees. Y no pasa nada: aprende a verlas de otra manera”.

-La Universitat de València acaba de crear la primera Aula de Cómic de España; una iniciativa muy singular por tratarse de la primera en toda España que nace con el apoyo de una cátedra institucional. ¿Por qué otorgar ahora este espacio a una disciplina, por norma general tan dejada de lado, como el cómic? 
-Para mí, la cultura crítica y la que ayuda a construir mejor la sociedad… ya vale. No me importa en absoluto si la han hecho personas que están en la cárcel; personas de un barrio marginal de la ciudad; o si han sido grandes artistas y actores culturales. Lo que realmente me importa es que la cultura sirva para construir una sociedad más igualitaria, sostenible, etc. Desde ese punto de vista, no tenemos ningún juicio previo de qué cultura debe pasar por aquí. 

El cómic, la narración gráfica, es un lenguaje extraordinariamente importante en el proceso de socialización. Lo considero un lenguaje propio con una estatura suficiente para que la universidad lo incorpore. Y también con otras disciplinas. De hecho, nos hemos planteado hace poco hacer una exposición sobre la historia del grafiti. 

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