Espacio Inestable y el Festival 10 Sentidos lanzan un certamen para creadores emergentes
VALÈNCIA. Convertir una idea en cuerpos que rasgan el aire, que atraviesan el vacío, que se encuentran y desencuentran; convertir una idea en humanos que vibran, narran y exudan emociones; convertir una idea en sudor, en piel y tendones. Y mostrar toda esa catarsis sobre las tablas. En estas coordenadas creativas se mueven los coreógrafos, alquimistas del movimiento. Ahora, el Festival 10 Sentidos pone el foco en los nuevos escultores de la danza y sus periferias a través del certamen Coreógrafos Emergentes, que tendrá lugar en el Espacio Inestable del 17 al 18 de noviembre y pondrá el foco en artistas que despuntan en estas latitudes. Este encuentro forma parte del ciclo Migrats Dansa, que se prolongará hasta el 29 de noviembre y lleva cuatro ediciones mostrando tanto las piezas de creadores locales que tuvieron que salir de nuestras fronteras para impulsar su carrera como de compañías de otras geografías que han encontrado en el mediterráneo el ecosistema adecuado para echar raíces.
Ante la duda, siempre es buena idea echar un ojo a los orígenes. ¿Coreógrafa se nace o se hace? Aprovechen antes de que nos vuelvan a confinar a todos, dense una vuelta por las clases de danza infantil y pregunten a esos humanos de tamaño reducido sobre qué quieren ser de mayores. Probablemente muchos afirmen rotundos que desean bailar. Si asumimos que a menudo ejercer de intérprete es una vocación que late desde edades tempranas, toca averiguar si las ansias coreográficas también brotan con esa urgencia o crecen de manera más sosegada, como los amores maduros. Para Mauricio Pérez Fayos ha sido “todo un recorrido y sigue siéndolo”. “Empecé en la danza con empujones de mi madre, a pesar de que no lo veía nada claro, y con la coreografía me pasó lo mismo, tuvieron que empujarme mis profesoras del conservatorio -- apunta --. Siempre me he ido encontrando en el camino la necesidad de contar mis ideas. También, a lo largo de estos cortos años que llevo creando para mí, me he dado cuenta de lo importante que es seguir los propios instintos. Sigo en ese proceso de encontrarme a mí dentro de esa figura de coreógrafo, pero el estar al otro lado como intérprete me hace reflexionar en qué me gustaría a mí recibir”.
El teatro universitario fue el senderó que transitó Javier J Hedrosa para llegar a convertirse en escritor de danza: durante su Erasmus en Portugal se integró en el colectivo de artes escénicas TEUC: “coincidí con diferentes coreógrafas que me dieron otra perspectiva. Después me formé específicamente en danza. Necesitaba poner en práctica mis ideas y la manera más natural de lograrlo es generar piezas que se exhiban”. Ahora presenta PERHAPS MANIFESTO, en la que explora cuestiones como la memoria familiar y la identidad.
“Desde muy jóvenes nos interesamos por la danza, sin embargo, la creación y la composición en lo que concierne a lo coreográfico fue apareciendo con el tiempo”, apuntan Ulrico Eguizabal y Julia Zac responsables de I-4 (Interface4), pieza que investiga la producción de danza contemporánea en relación con el universo cyborg. En su caso, más que de autores emergentes tocaría hablar de reemerger, de recomenzar: “estamos desarrollando nuestras primeras obras en España, pero ya tuvimos un recorrido profesional en Argentina, donde la dificultad ha sido parte de nuestras carreras. Sortear obstáculos no nos es ajeno”, resaltan.
Y es que, no hay que ser listo como un mono para sospechar que iniciarse en este camino profesional no es precisamente un paseo en barca. “Emprender ideas coreográficas es un poco más complicado que encontrar trabajos como intérprete -dentro de todo lo difícil que ya supone sobrevivir en el panorama de la danza-. En numerosas ocasiones piden un CV imposible de tener con 20 años”, confiesa Pérez Fayos. Como subraya Hedrosa, la precariedad es el denominador de las de las artes vivas: “estamos acostumbradas a la adaptación constante. Y no entro en estos eufemismos neoliberales como ‘resiliencia’ y demás, que utilizamos para sentirnos superheroínas de lo cotidiano, cuando en realidad somos unas pringadas y no nos queda otra que buscarnos la vida porque estructuralmente estamos en los márgenes. Nacimos en los márgenes, nos criamos en los márgenes y seguiremos en los márgenes. Además, soy millennial, he crecido con la crisis de 2008, y ahora entramos en otra y ya veremos si peor”.
El carrusel artístico, emocional y físico de las coreografías contemporáneas implica un juego entre imaginación y técnica, entre la capacidad de idear y la de llevar a la práctica esos fogonazos de creatividad. Toca buscar equilibrios factibles. “Es cierto que imaginar y soñar podemos hacerlo sin límites, y desgraciadamente nos encontramos con muchas limitaciones a la hora de crear, no por falta de ideas, sino por carencias relacionadas con la producción de estas”, reconoce Pérez Fayos. “En la investigación partimos siempre de un patrón físico o del movimiento”, resaltan los autores de I-4. Finalizado este primer apartado, llega el momento de centrarse en “la exaltación de los elementos visuales, plásticos; la ficción y el artificio”.
Si nos lanzamos en plancha a la etimología, coreografía vendría a significar escritura del baile: el folio blanco será el cuerpo y la tinta los movimientos que va articulando. Amanuense de la corporalidad, así resume Pérez Fayos su estructura creativa: “Suelo pensar en un concepto que tengo dentro. Lo estudio y dejo que mute y se transforme. Voy conectando esta primera idea con otras y que vaya creciendo desde un lado intelectual. Cuando ya hay un esqueleto conceptual, me gusta meterme en una sala de ensayo a bailar, a moverme. Ver qué posibilidades tiene y escribir mucho. Suelo investigar sobre imágenes más que sobre sensaciones”. Para TÁCTO-TÁCTIL, obra que presenta al certamen y que aborda la evolución del mundo tecnológico, se ha dejado llevar por los intérpretes: “Hemos improvisado mucho y hemos ido construyendo poco a poco, hasta llegar a la estructura de la pieza. La primera vez que bailen todos juntos será en el estreno”.
La cultura pop, especialmente el cine, ha popularizado la imagen de coreógrafos inflexibles, genios creativos brillantes, pero crueles e iracundos, exigentes hasta límites deshumanizadores. Pero como tantos otros lugares comunes del imaginario popular, quizá sea hora de rasgar estereotipos. Para el responsable de TÁCTO-TÁCTIL esos clichés se basan en artistas que “han existido y existen. Y sin justificar a nadie, creo que al final un proceso creativo puede sacar tanto lo positivo como lo negativo de un individuo. La danza está cambiando. El estereotipo de bailarinas que se sabotean entre ellas por bailar cisne negro es del siglo pasado. El ego juega muy malas pasadas. Si nos individualizamos en nuestra propia verdad absoluta, vamos a negar que podemos estar cometiendo un error”. Desde el prisma de Eguizabal y Zac, la idea del genio insufrible es algo caduco y en vías de extinción: “está vinculada a una idea conservadora y que en la actualidad se ha flexibilizado. Muchos coreógrafos contemporáneos trabajan con morfológicas y técnicas diversas, dándole lugar a la particularidad de cada intérprete”.
En este certamen, conviven artistas que interpretarán su propia pieza con otros que trasladan su proyecto a los músculos de terceros. Dos maneras de afrontar el trabajo escénico. Comencemos por la segunda opción, cristalizada aquí en la pieza de Mauricio: él ejerce de director de orquesta y es el alumnado del Conservatori Professional de Dansa de València quien pondrá sus articulaciones al servicio del espectáculo. ¿Hasta que el punto es relevante la buena conexión entre creador e intérprete para que los ensayos no acaben convertidos en el rodaje de Apocalipsis Now? “No creo en las jerarquías dentro de un ensayo. Un buen equipo donde todos estén cómodos siempre va a sumar en calidad porque será más fácil resolver los inconvenientes que puedan surgir. Con una palabra, mirada o gesto se crea una complicidad y esto no ocurriría si no hubiese un suelo común sobre el que caminar”.
Además, en su caso es la primera vez que crea un trabajo en el que no baila él mismo. Una situación ante la que confiesa sentirse “extraño”. “Me he mantenido fuera en todo momento y quiero que la pieza sea un regalo para los chicos y chicas del Conservatorio. Me he sorprendido mucho de mí mismo, de no echar de menos o necesitar bailar con ellos. Es todo un placer trabajar con los 11 intérpretes, rara vez ves a compañías con un elenco así de grande y quién sabe cuándo será la próxima vez que pueda juntar a tantas personas a la vez en un mismo espacio e idea. Supone un inicio en mi camino como creador”, señala.
Por el contrario, los responsables de I-4 son quienes surgen de entre las bambalinas para dar vida a su propia criatura y aceptan así una doble identidad como coreógrafos e intérpretes: “Es un desafío del cual no queremos escapar. Es parte del camino que consideramos necesario para llegar a lograr una estética coreográfica que nos identifique”, explican. Una opción, la de poner el cuerpo, que también emprende Hedrosa: “Así no has de ‘contentar’ a nadie, salvo a la idea de la pieza. Cuando eres intérprete para otra gente hay que hacer un constante trabajo de ‘traducción’ para poder dar aquello que te piden. A veces pienso: «en la siguiente pieza ya no bailo…», pero es que me lo paso pipa bailando”.
Una de las características de los escenarios contemporáneos es la disolución de fronteras entre disciplinas, la policromía que impera en las propuestas. Preguntado al respecto, abre fuego Mauricio Pérez: “Creo que hay danza allá donde mires, no se puede separar de nuestro día a día. Intento siempre mirar hacia otros lados, otras corrientes, disciplinas, materias…”. En el caso de la pieza que presenta en este certamen reconoce haberse dejado llevar por la escultura. “No sé por qué, me interesaba ir por ese camino. Pero lo más importante es ver, leer, conocer, observar, admirar y pensar. Todas las artes encajan siempre de alguna manera u otra”. “El trabajo en equipo con profesionales de otros campos artísticos es esencial y enriquecedor”, sostienen Eguizabal y Zac, quienes han trabajo con un equipo integrado por especialistas de distintos campos, como el artista plástico Abel Iglesias, encargado de crear las piezas escultóricas que les acompañan en escena.
Le pasamos la pelota a Hedrosa, quien considera “muy difícil” que no haya hibridación en escena. “En mi caso, que me formé primero en periodismo y comunicación audiovisual, pero en seguida me interesó el cine, es evidente que en mis trabajos hay algo de todo esto. En muchas de mis piezas utilizo la proyección como un lenguaje que da cuerpo, puede enmarcar la propuesta y me sirve para jugar”, explica el autor, al que le parece “fundamental” estar en constante contacto con otras disciplinas: “intento visitar exposiciones, pues me parece que lo plástico y lo coreográfico están íntimamente ligados”. A fin de cuentas, considera que su papel radica en “crear nuevos universos e imaginarios posibles. O sea, nuevos mundos”. Mundos que emergen y desembarcan en nuestras pupilas, sí también mientras atravesamos periodos tan confusos como el que invade nuestro calendario este año.