Dark Horse, con una miniserie, regresa a los orígenes de Alien, un monstruo del que no se sabía nada, pero que resultaba letal, en atmósferas frías y tensas; una vuelta al clásico 'octavo pasajero'
VALÈNCIA. ¿Recuerdan aquellos monólogos que hacía Antonio Ozores? Pues cualquiera de ellos escogido al azar explicaría mejor el origen de Alien que las dos precuelas que ha rodado Ridley Scott. Dos obras maestras en el género de la comedia involuntaria. En la primera de ellas, Damon Lindelof, el guionista, famoso por su trabajo en el ¿argumento? de la serie Perdidos, se merecía que directamente alguien con pelo en las palmas de la manos le arrojase al pilón. Sin miramientos. Y en la segunda, estrenada este año, Alien Covenant, también se mantiene la vis cómica, pero después de Prometheus, ya nada le sorprende a uno, por muy incongruente que sea. La verdad es que si algo se ha ganado por derecho Ridley Scott es que no va a haber dios capaz de parodiarle estas últimas películas.
Lo cierto es que a Alien ni siquiera le hacía falta una segunda parte en el cine. Pocas sagas habrá habido más hipertrofiadas que esta. El regreso era una película muy buena en cuanto a acción y a estética, los diseños eran del gran Syd Mead, pero volvía al más de lo mismo sin ningún pudor, solo con más músculo y monstruitos.
El relato elegante, preciso, terrorífico y sorprendente de la primera película partía de lo mínimo, de una situación trivial en una nave, y sin salir de ella prácticamente redondeaba una película magnífica. Todos los aditivos que se le han añadido a las grandes ideas que tuvieron lugar en la cinta de 1979, más que impulsar la saga, han parecido más bien prótesis para que no se caiga a cachos tras repetir lo mismo de siempre, situaciones que ya recogía Alien, el octavo pasajero.
Pero bueno, mal que bien, si te gustaba el bicho, tenías derecho a tus secuelas y hasta en Resurrection, de Jean-Pierre Jeunet, director de Delicatessen antes y Amelie después, tenía algo. Cada uno ponía su granito de arena. James Cameron, David Fincher, merece la pena ver qué tenían que aportar a la saga cineastas que después han podido presumir de tener una gran personalidad. Sin embargo, tras los crossover con Predator y las Muchachada Nuis de las precuelas, el espíritu del verdadero Alien está como lo dejó Ripley en la primera, hecho un higo chungo a la deriva en el espacio.
Se están preguntando las tertulias de periodistas, falazmente como de costumbre, si es ético que Neymar cueste doscientos y pico millones, la pregunta también podría ser si lo es lo que han costado las nuevas películas de Ridley Scott, que han sido más caras que el traspaso del jugador y no van a sentar a millones de espectadores cada semana hora y media delante de una pantalla.
En viñetas, sin embargo, coger una saga y retorcerla hasta la hilaridad es mucho más agradecido. No me pregunten por qué. Desde los 80, Dark Horse ha publicado cómics de Alien. Los primeros, los clásicos, continuaban donde lo habían dejado las películas. Los bichos llegaban a La Tierra, los militares querían militarizarlos, por supuesto, como arma letal. En otra serie se llegó a comercializar con la jalea real de las Alien "ponedoras", resulta que era la droga más cara del espacio. Y hubo también entregas autoconclusivas que reflexionaban sobre biotecnología, asunto que fascinaba en los 90, aunque estuviese en los albores de lo que se puede ver ahora, cuando no fascina tanto. En fin, en viñetas, haber, ha habido de todo.
Y ahora ha llegado Alien Dead Orbit, a la venta desde abril, que se puede comprar en inglés por el Kindle de Amazon. La dibuja y guioniza James Stokoe, también en Dark Horse, y si algo tiene de particular por lo que merece la pena señalarlo es porque vuelve a los clásicos. Nos sitúa, estéticamente, en algún punto de la historia antes de Alien 3.
Uno vuelve a experimentar algo que creía completamente olvidado con los derroteros que han tomado las precuelas -que también han tenido sus cómics, la saga Vida y muerte en la misma editorial- el suspense. El silencio y el suspense. El Alien de Stokoe es el de las naves que vagan por el espacio con la tripulación muerta. Naves donde no se oye nada. Ese era el archirrepetido tópico sobre Alien: En el espacio nadie oirá tus gritos.
El planteamiento es el mismo de siempre. Esta vez, a modo de Ripley, un ingeniero informático, Wascylewski, alias Wassy, se las tiene que arreglar para sobrevivir en una estación espacial infectada hasta arriba. La primera escena que protagoniza este hombre es espectacular. Cuando se encuentra a la tripulación hibernada de la nave que visitan, a la hora de despertarles algo sale mal y lo que hacen es hervirlos. A los tíos, con el 90% de su cuerpo quemado, si no se los llevan a su nave palmarán. Y por su culpa... Ya saben cómo sigue el rollo. Pero parecido no es lo mismo y Stokoe, a través de flashbacks, logra salirse del arquetipo. Poco a poco vamos descubriendo cómo ha llegado este sujeto a quedarse él solo en el espacio.
En realidad, que esta miniserie se pareciera a las atmósferas de tensión de la primera película fue un encargo de Dark Horse. El dibujante, de su parte, puso la idea de que el protagonista, Wassy, estuviera inspirado en Charles Bronson. Es un tipo duro que se enciende los cigarros con un soplete. Para Stokoe sería el típico sujeto que se embarcaría en un viaje interestelar de años a cambio de un buen sueldo.
No obstante, el verdadero protagonista es el bicho. Y en ese aspecto, Stokoe entiende los valores que tenía el clásico. El dibujante se atiene a lo que manifestó en su día Ridley Scott, Alien no era más que un salvaje arrancado de su cultura e identidad reducido a defenderse con sus instintos más primarios. Todo lo que ha venido después tratando de racionalizar al monstruo, explicar su origen y lo peor, conectarlo con hipótesis religiosas, ha desmitificado mucho al bueno del xenomorfo. En estas páginas, cuya cuarta entrega está por llegar, ocurre justamente lo contrario: lo que hay es misterio.