El comediante británico dirige y protagoniza para Netflix un breve drama existencialista con tintes de comedia negra que nos muestra a un Ricky Gervais más humano y sensible
VALÈNCIA. Ricky Gervais insiste en salvarse. Según el comediante británico conocido por su humor ácido e hiriente, “puedes reírte de cosas malas sin ser mala persona”. Lo defendió en su último monólogo para Netflix, Humanity, y vuelve a lavar su conciencia en After life, su nueva serie. El hombre que disparó toda su mala baba contra medio plantel de Hollywood en diversas galas de los Globos de Oro, se empeña en convencernos del gran hombre que hay detrás de quien es capaz de destrozar al otro con un comentario cruel que, por el contrario, hace reír a los demás. Véanse sus dardos hacia el cambio de sexo de Caitlyn Jenner, fuente de múltiples bromas groseras.
No obstante, para ser justos, la miniserie de seis episodios es algo más que un ejercicio de autocomplacencia. El personaje que interpreta, Tony, es un periodista local que acaba de enviudar y está sumido en una depresión profunda. Estuvo a punto de quitarse la vida, pero su perro lo interrumpió para pedirle su menú diario. El animal, desde entonces, es su mínima conexión con la vida que merece un esfuerzo. El resto de su tiempo lo pasa vagando del trabajo a la residencia donde se encuentra su padre, enfermo de Alzheimer, y de allí a la tumba de su mujer, donde se recrea todavía más en su dolor, para acabar visitando a un psiquiatra sin empatía alguna hacia su circunstancia. Sus breves interacciones sociales son hostiles, rozando la misantropía.
A medida que avanza la serie descubrimos que no se trata solo de animadversión hacia el género humano. Como ocurre entre muchas personas deprimidas, su hostilidad funciona como un mecanismo de defensa. El primer aspecto valioso de la obra atrapa nuestro interés: por qué y cómo nos comportamos las personas deprimidas, cómo vemos el mundo. Y es exactamente como lo describe Ricky Gervais: sin esperanza alguna. Uno abre cada mañana la prensa o las redes sociales y se encuentra a Pablo Casado, Toni Cantó, Santiago Abascal, y una larga lista de seres diciendo barbaridades mayúsculas. Después se cubre la rutina laboral, sin demasiada motivación y en condiciones precarias. Socializar tampoco genera satisfacción alguna, y uno solo tiene ganas volver a dormir. Que paren el barco que me bajo.
“Puedo hacer y decir lo que quiero. Siempre puedo matarme después”, dice su personaje para justificar su rudeza hacia los demás. Tony se asemeja mucho a Phil Connors (Bill Murray) en Atrapado en el tiempo. Como él, tras deambular por la vida, un día tras otro, sin encontrarle sentido, mostrando una enorme antipatía hacia todo y hacia todos, descubre que puede valorar la existencia por los pequeños detalles, por la gente que se tiene alrededor a la que poder ayudar, aunque él continúe sintiéndose mal constantemente. Como dice el personaje de su amiga Anne (Penelope Wilton), “una sociedad madura cuando los viejos plantan árboles a la sombra de los cuales saben que no se sentarán nunca”. En conclusión, “se trata de hacer este rincón del mundo un lugar un poco mejor”.
Entre estos momentos azucarados, salpicando el drama, aparece el Ricky Gervais genial, el comediante brillante. El periodista local que debe cubrir casos patéticos y a la vez desternillantes, como la pareja que asegura tener un bebé clavado a Hitler. Con menos de media hora por episodio, saltando entre el drama existencialista y la comedia negra, los episodios se visionan en un santiamén. Es así como el Ricky Gervais introspectivo, entre chiste y chiste nos va dejando huella de forma positiva… hasta llegar al episodio sexto y último, donde la moralina empapa tal vez en exceso la factura final. Empezamos viendo Atrapado en el tiempo y terminamos viendo Qué bello es vivir.
Tony interacciona cada día con un puñado de personajes. Algunos miembros del elenco son conocidos por otras series de Gervais, como Tony Way (Extras, Juego de Tronos), Ashley Jensen (Extras), David Earl (Derek) y Kerry Godliman (Derek). Los más mediáticos sin duda son Penelope Wilton (Downton Abbey) y David Bradley (Juego de Tronos) en el papel de su padre enfermo.
Pero si hay algo que merece todo nuestro reconocimiento es la debilidad del actor por los perros, un elemento clave en la serie por tratarse del primer ser vivo que le rescata con su mirada siempre entusiasta. “Sea una persona suficientemente buena para merecer a su perro”, escribió en sus redes sociales el cómico conocido por tener la lengua más envenenada del panorama.
“Los perros son como mi heroína, me dan un chute. Si he acariciado a ocho perros por la mañana, ya estoy listo para afrontar el día”, aseguró en una entrevista de radio en la BBC. “Son lo mejor del mundo, son mágicos, es lo más cercano a la espiritualidad para mí. Son bellos, tienen alma. No hay nada tan bueno como un perro. Ni un coche, ni el dinero, ni la casa… Un perro… ¡es jodidamente increíble!”
Discrepo en cierta forma de la opinión de Gervais. Un perro no nos va a convertir en mejores personas. Eso sólo sucede en las películas o en las series edulcoradas. Pero sí nos va a ayudar a ver la vida de otra manera, a encontrar razones para que valga la pena continuar otro día más, y luego otro, y otro más… En eso sí tiene razón. Solo es necesario mirarlos a los ojos para renacer gracias a los perros.
En plena invasión de culebrones turcos, Netflix está distribuyendo una mini-serie de este país que lo que emula son las grandes producciones de HBO. Historias muy psicológicas en las que todos los personajes sufren. El añadido que presenta esta es que refleja la división que existe en Estambul entre las clases laicas y adineradas y los trabajadores, más religiosos. Sin embargo, una escena en la que un hombre se masturba oliendo un hiyab ha desencadenado reacciones pidiendo su prohibición