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SILLÓN OREJERO

7 Rebolling Street,  cuando Ibáñez presentó una 13 Rue del Percebe "corregida y aumentada"

En las dos páginas centrales de la revista Guai! Francisco Ibáñez fue más efusivo que nunca y presentó un mosaico con todos sus delirios. En la actualidad, hay quien critica su humor, pero en aquel edificio partido por la mitad había chistes para todos los gustos. Desde humor absurdo atemporal, a gags que era impensables que fuesen destinados a niños como los que protagonizaban los drogadictos de la azotea o el ladrón que a veces era terrorista, y otros que, efectivamente, tenían un punto homófobo o machista si se miran con los ojos de hoy

22/07/2019 - 

En una extensa entrevista en U, el hijo de Urich, de 1998, Francisco Ibáñez dio su versión del final de la editorial Bruguera: "La decadencia de Bruguera no vino por las revistas, por los colaboradores y todo eso, la decadencia de Bruguera fue administrativa (...) el cómic siempre ha tenido subidas y bajadas que nadie ha sabido nunca a qué se deben. En épocas de escasez se vendía más, los álbumes más caros que hacíamos, se vendían más. En épocas que la gente vivía mejor, se vendía menos. Nunca se ha sabido cómo se vendía el cómic. Mientras duró la decadencia de Bruguera, posiblemente las ventas subieron y bajaron varias veces".

Sin embargo, seguía, el superventas de la editorial era Mortadelo, "que producía chorros de dinero", según Ibáñez, mientras que a él se le trataba "como el último de la cola". Estos desencuentros precipitaron su salida antes de la debacle de la editorial. Durante ese tiempo de tiras y aflojas había estado en conversaciones con Grijalbo y así nació la revista Guai!

Como Bruguera tenía los derechos de sus personajes antiguos, tuvo que crear otros nuevos. Surgieron los famosos Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo. Una historieta que abordaba las culturas juveniles del momento, las tribus urbanas, y la crisis económica. En lugar de 13 Rue del Percebe, planteó lo mismo pero más a lo bestia, a doble página en 7 Rebolling Street. Fueron 175 números que aparecieron entre 1986 y 1990 y que estuvieron de maravilla, porque traían mucho cómic franco-belga -como el maravilloso Bobo- a los autores españoles del momento y tiras estadounidenses como Garfield y Snoopy.

7 Rebolling Street era, en palabras de Ibáñez, su antigua creación "corregida y aumentada". Muchas de estas páginas las dibujó Lurdes Martín Gimeno, apodada "Mortadela" por el propio Ibáñez. Se trataba de un edificio donde en cada piso ocurría un chiste con personajes que se repetían. A menudo se ha dicho que el humor de Ibáñez resiste a duras penas el paso del tiempo porque destilaba caspa. Lo cierto es que las dos páginas de 7 Rebolling Street son un buen ejemplo de lo bueno que tenía y de lo que, efectivamente, con el tiempo se ha convertido en censurable.

Lo mejor sin duda alguna fue el humor absurdo. El inclasificable. Como, por ejemplo, un tío que aparecía con una letra ene en la mano en la parada del autobús y le daba una explicación al que estaba a su lado en la cola: "Como me apeo pronto, no llevo mucho para leer". O el de un caballero al que un perro, subido a las ramas de un árbol, le meaba en la cara y le decía al dueño malhumorado: "Sí, ya sé que los perros orinan en los árboles, pero...". Igual que na madre que llevaba a su hijo cogido de un cordel, como un globo, porque tenía aerofagia. Como en un día de lluvia que un bañista subía hacia el cielo nadando y decía: "No recuerdo otro día que lloviera tan torrencialmente como hoy...".

En esta línea habría que incluir los chistes basados en la literalidad de las palabras. Como cuando la solterona aparece con un garfio dice que no esperaba lo que le ha pasado cuando fueron a pedirle la mano. También los típicos como el un caso en el Banco Estrujenbank que hay en los bajos de un experto en letras de cambio que han contratado y es una letra e con patas y sombrero. Así como otro ejemplo de, en la empresa del primero, un empleado que es un pelota y, efectivamente, se trata de un balón de fútbol con patas.

Tampoco nos resultan desfasados los chistes que ocurrían en el horizonte, donde un edificio era un personaje más del enorme mosaico. Ahí Ibáñez y sus colaboradores no solo anticiparon los atentados del 11 de septiembre en las Torres Gemelas de Nueva York, sino que también se marcaron todo un catálogo de arquitectura contemporánea. Bromeando con el aspecto que tomaba el edificio, cuando se retorcía, cuando se le movían los cimientos, adoptaba formas que hoy podemos ver construidas en España por arquitectos de relumbrón.

A los niños de entonces, se nos presentaban edificios de esas características para que nos riéramos a carcajadas, para que nos mofásemos. En la actualidad, sin embargo, de adultos, se nos exigen supuestos conocimientos de arquitectura y sensibilidad artística para apreciar la genialidad que son edificios con exactamente las mismas formas de las que se descojonaba. "Satanazos", como dicen en este foro que los analiza.

Una lectura actual tampoco puede pasar por alto a los okupas de la azotea. Eran un grupo de hippies, a veces con rasgos de punks, otras solo como melenudos, pero cuyos chistes giraban todos en torno a colocarse, a drogarse, a estar puestos, y eso lo leíamos niños de diez años. Había chistes basados en equívocos semánticos prototípicos de la escuela Bruguera, como darse con una porra en la cabeza confundiendo que eso es "darle al porro", o si les daba por la noble afición de esnifar pegamento, se les quedaban los morros pegados al bote. Cuando esnifaban coca, venían alucinaciones como hipopótamos voladores y se los comían de un mordisco. Humor con cocaína para niños.

En el terreno de lo impensable, junto a las drogas, tendríamos una gama sobre terrorismo. Algunos de los gags del personaje del segundo, que era un caco estaban basados en que en muchas ocasiones no se limitaba a robar, también es cometía acciones terroristas. Las gracias consistían en errores como haber puesto un bocadillo en la embajada y haberle dado un mordisco a una bomba, o haberle lanzado una colilla a un diplomático y haber encendido un cartucho de dinamita en la boca para darle una calada y volarse la cabeza.

Finalmente, por lo que se quejan actualmente algunos lectores, no era extraño encontrarse chistes con dosis de homofobia, racismo y machismo. Un ejemplo, a las ancianas del segundo les vendían un perro que se llamaba "moro" y se quedaban sorprendidas cuando el can se pone a rezar mirando a la Meca. En otra ocasión, la mascota que les daban, un faldero, resulta que era un perro homosexual con pluma. A Baltasar, en un número de Navidad, cuando bajaba a la azotea donde están los okupas, le entregaban un saxo para que toque jazz. En los campus de elite estadounidenses todo esto iría a la hoguera.

Con respecto a las mujeres, es obvio que Ibáñez tenía obsesión por las de cierto peso. En un ocasión, mostró al edificio de atrás cayéndose porque "la gorda del entresuelo" se había "subido a la azotea". A una que iba a consulta le decía el doctor: "qué va usted a estar gorda, ande, siéntese en la camilla, pero no me la destroce". Otro se iba con la soltera que siempre buscaba pareja y se la llevaba con una carretilla elevadora.

En definitiva, un humor que a los ojos de hoy, lógicamente, llama la atención por desafiar a la moral que se está estableciendo,  pero que no era, ni mucho menos, por lo que se caracterizaba toda esta obra completa, donde el histrionismo y el surrealismo tenían mucha más presencia, más distintiva y, sobre todo, más genuina. 

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