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la yoyoba / OPINIÓN

45 minutos de amor

11/08/2017 - 

Cada 13 de agosto, Elche mira al cielo. Y lo hace encaramada a las azoteas en la noche en que las perseidas reclaman el interés de todas las miradas. Pero lo que se observa desde las atalayas de la ciudad no es la lluvia de estrellas que descarga surcos fugaces de luz por todo el firmamento; lo que Elche contempla es una ofrenda ancestral que eclipsa la belleza de ese otro espectáculo natural que nos regala cada verano la constelación de Perseo. La marededéu de l’Assumpció, patrona de Elche, debe de ser la única virgen del santoral que no huele a flores sino a pólvora. La única que no recibe ofrendas subida a un catafalco sino que espera plácidamente su regalo pirotécnico desde la torre de la basílica de Santa María. Dicen que la tradición se remonta al medievo cuando los ilicitanos daban gracias a la virgen por los hijos engendrados disparando un cohete por cada uno de ellos. Dicen que la costumbre se durmió hasta la década de los cuarenta del siglo pasado y que ya no se agradecen los hijos sino que se recuerda a los a los seres queridos enviándoles señuelos de fuegos artificiales directamente al cielo. No importan los motivos. La belleza no necesita razones ni disculpas.

Una, que no es creyente ni ha lanzado en su vida un petardo, se declara fascinada por la Nit de l’Albà.  No es devoción, es pasión. El ritual amoroso de Elche hacia su patrona comienza a las once y cuarto, cuando el cielo empieza a ponerse calentito. Como en una relación sensual, las caricias pirotécnicas van in crescendo a medida que se acerca la medianoche. Desde las terrazas, desde el lecho del río, desde los palacios y los jardines. Palmeras de luz y pólvora, manojos de cohetes ensordecedores que rivalizan por ocupar su espacio de cielo por encima de los huertos patrimonio de la humanidad. Faltan ojos y sobran orejas. El trueno se hace perpetuo, se adueña de todos los sentidos y cuando crees que ya no es posible sentir más adentro la pólvora desbocada, aumenta la intensidad del galope pirotécnico rozando el momento cumbre de la Alborada. Y de pronto, el silencio. Un silencio que deja un abismo en la boca del estómago. Elche contiene la respiración. La multitud se calla mientras comienzan a llover por toda la ciudad los acordes del "Gloria Patri" del Misteri como un bálsamo sonoro para los oídos aún inflamados por la tormenta de luz y pólvora.

Y justo en ese momento, con todos los sentidos excitados hasta el paroxismo, se dispara un chorro de luz blanca desde la cúpula de basílica. Ese orgasmo pirotécnico e inmaculado se derrama durante unos segundos eternos sobre los huertos de palmeras milenarias, sobre la muchedumbre rendida, sobre el Vinalopó sediento, sobre el asfalto recalentado. Una medianoche boreal ilumina las calles y los parques, las iglesias, los puentes y los palacios. Tras los últimos espasmos de la alborada, con la silueta de la virgen girando en lo más alto de Santa María, Elche rompe en aplausos. Algunos lloran mientras enlazan las manos. Otros buscan refugio bajo las palmeras y las cornisas de los balcones para escapar de la granizada de cañas que baja del cielo mientras la ciudad se impregna de “Aromas ilicitanos”. 

No les he confesado un sueño erótico. Es lo que siento cada año al contemplar de cerca la Nit de l'Albà, la ofrenda más bella a la virgen de agosto o, si lo prefieren, el coqueteo de Elche con su cielo de verano. No se pierdan esos cuarenta y cinco minutos de amor. @layoyoba

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