El siglo XX apenas había comenzado a esbozarse en los calendarios cuando Teresa Bañuls plantó una clivia de flores naranjas en su casa familiar de la Ribera Baixa. La bisabuela de quien escribe esto no lo sabía, pero justo en ese momento había comenzado una saga botánica que iría surcando generaciones, domicilios y coordenadas. Y es que, de esa planta fundacional salieron esquejes que fueron instalándose en los hogares de toda la dinastía: hijas, nietas, primos…pero también amigos de la familia y vecinos. Con cada mudanza, una clivia descendiente de ese ejemplar primigenio encontraba su rincón en el domicilio recién estrenado, como un hilo de clorofila que conectaba generaciones y cabalgaba a lomos del tiempo. Una costumbre que aún persiste entre sus descendientes y que entronca con la penúltima gran tendencia de esta centuria: la jardinería casera. No en vano, cada vez son más los conversos al mundo de la botánica doméstica, esos que en los últimos años han convertido sus balcones y salas de estar en vergeles domiciliarios. Como dicen los cómicos Manuel Burquel y Miguel Maldonado en @greenfluencers, su perfil de redes sociales dedicado al mundillo vegetal, “las plantas son el nuevo trap”.
Una de esas jardineras novatas es Maria Martínez, docente que aterrizó en este mundillo por una mezcla de casualidad y anhelo: “un día compré una orquídea en el supermercado para darle un poco de vida a un lugar tan impersonal como el comedor del piso que compartía. Desde entonces, he ido captando a todo ser verde que me entraba por los ojos porque descubrí que dedicar al menos unos minutos diarios a cuidar de las plantas disminuía los niveles de estrés cotidiano”, explica. “Siempre me ha gustado tener plantas en casa, no creo que haya un momento en el que decidí comenzar- señala Sonia Rodríguez.-. Al principio era más un laissez faire, pero he ido aprendiendo algunas cosas porque se me morían. Vivo en un sitio muy húmedo que es un reto añadido para algunas plantas. Por ejemplo, cuando me mudé me compré una pasiflora y le hice una red en una de las paredes del balcón para que se fuera enredando ahí. En teoría a la pasiflora le van bien los entornos húmedos cercanos al mar. Nada, se terminó muriendo. Eso sí, antes me regaló la apertura de dos muy efímeras flores. La concepción decorativa a veces es el camino inicial hacia la jardinería, pero para mí las plantas aportan un aprendizaje diario sobre la vida, es decir, sobre el cuidado”, resume
Álvaro Zarzuela es uno de los fundadores de Gnomo, veterana tienda del barrio de Russafa especializada en “Objetos absolutamente imprescindibles para la supervivencia contemporánea”, pero, además, es un apasionado de la galaxia vegetal. En su caso, el fervor botánico llegó por una cuestión logística: al trasladar su comercio de su antiguo local a una ubicación mucho más amplia, decidieron recurrir a las plantas como decoración. Pero mantener esos tallos en todo su esplendor para el disfrute visual de los clientes implicaba adquirir un puñado de conocimientos botánicos. “No éramos especialmente aficionados, pero nos pusimos a aprender sobre cómo cuidarlas y acabamos por querer llenar también nuestra propia casa de vegetales. Las plantas tienen algo de adictivo, muy poca gente tiene una sola, es como si la propia maceta te pidiera que le buscaras amigas con las que convivir”, apunta. Y en un último tirabuzón, convertidos ya en auténticos amantes de la clorofila, decidieron también incorporar productos de jardinería a su inventario comercial. “Hay una planta para cada persona, pero quizás no has acertado todavía con la tuya porque no controlas bien en qué espacio debes colocarla, cuánta luz y sombra le debe dar, cómo y regarla…”, subraya.