VALÈNCIA. La compañía valenciana Zapato Feroz lleva un ascenso meteórico desde que su cofundadora, Laura García, decidiera crear el primer calzado a su hijo. Diseñadora de producto para marcas internacionales como Snipe, Pikolinos o Gabor, en prácticamente siete años ha logrado facturar seis millones de euros y generar un movimiento en el que ciencia, pies y niños se unen.
Entre sus nuevos proyectos, la compañía está preparando una tienda conceptual que estará en La Cañada. "Hemos comprado una parcela que linda con el bosque. La arquitectura y el diseño es propio, como un pueblecito que busca que los niños vuelvan a estar en las calles", explica Laura. Un espacio que esperan que esté en marcha en diciembre de 2023 en una decisión aparejada al gran éxito cosechado por sus creaciones. "Empezamos vendiendo 300 pares por temporada. Un verano 150 pares, otro 200 y ahora vendemos más de 100.000 pares por temporada", explica.
Antes de empezar con el proyecto, Laura trabajaba para marcas a nivel internacional de calzado. "Era diseñadora y cogía un montón de aviones, estaba todos los días en ferias, desde Nueva York a Copenhague, Berlín o Portugal. Cogía más de 100 vuelos al año y de repente, fui madre", recuerda. Cuando su hijo empezó a caminar, surgió el hacerle sus propios zapatos. "Empezamos a compartirlos con otras madres y les gustaban", recuerda.
Con el producto validado, Laura y su marido, Héctor Nebot, decidieron dejar sus trabajos, con la tranquilidad de tener recursos para vivir durante tres años de sus ahorros y sin ingresos. Pero el proyecto despegó y empezaron a crecer con gran aceptación de clientes que ya se han convertido en comunidad.
Las creaciones de Zapato Feroz parten de la metodología "respetuosa" con la que Laura y Héctor crían a su hijo. "Se trata de no interferir, no ayudar y potenciar sus habilidades. Si el peque no puede todavía caminar, no le damos la manita. Al final, su cuerpo no está preparado para hacer cosas que los adultos a veces queremos", explica. Alineados con este concepto de movimiento libre, se daba cuenta de los bloqueos y limitaciones que suponían algunos zapatos para los niños por su peso o material.
Fue entonces cuando quiso coger sus conocimientos como zapatera y hacer un calzado con características que respetaran la libertad de los niños. "La unión entre ciencia y moda no es muy normal que exista", apunta Laura, quien ha trabajado con expertos en crianza, pedagogos y podólogos, para "no solo vender zapatos sino también salud". "Nuestra misión es difundir el respeto, empezando por los pies, y a día de hoy tenemos una comunidad muy grande que nos respalda y a la que le gusta lo que hacemos".
La clave de los materiales de sus creaciones son el no contener metales pesados, ni tóxicos y que todo impacte lo mínimo a nivel medioambiental, pero que a su vez sean resistentes. "Los zapatos de bebés tienen que ser de piel, lo más natural posible, sin cromo, sin metales y muy blandos. Cuando aumenta la edad, primamos la resistencia. Blandos, naturales, pero que los materiales sean más resistentes, lavables y que el zapato sea el mejor compañero de su peque", recalca. En este sentido, insiste en que cada etapa tiene sus características, y todo dentro de unos precios accesibles. "Es importante, porque les crece el pie y no es un zapato para siempre", recalca.
En esta aventura, también han lanzado colecciones para adultos. "Al principio, lo hicimos para que las madres y las familias pudieran sentir lo mismo que sus niños" recuerda. Unas tiradas que venden en preventa dada la gran demanda de infantil y bebé con la que cuentan. "Es algo extra que queremos ofrecer, pero que poco a poco nos gustaría tener en la colección de manera permanente", explican.
La compañía fabrica en Portugal gracias a una oportunidad surgida durante la pandemia. "Había una fabrica que pertenecía a un grupo internacional, y la quería cerrar. Fabricamos una línea allí y nos ofrecieron los trabajadores comprarla a cambio de producir con ellos, en exclusiva para nosotros. Hoy en día, para nosotros es una fortaleza debido a la escasez de algunos materiales. Además, grandes marcas que están deslocalizadas quieren volver, y hay poca capacidad productiva", apunta.
Laura tiene claro que esto fue un acierto. "Cuando se produjo la compra de la fábrica por los trabajadores, la calidad aumentó un 400%. Cada seis meses hacemos nuevas colecciones y estamos en contacto directo con los clientes. Les escuchamos, sabemos lo que les ha gustado, lo que no y lo que modificar", explica. Además, señala que la fabricación en exclusiva permite a los trabajadores ver sus creaciones en uso. "Fabrican y luego ven en Instagram a los niños disfrutarlos y eso les motiva y ponen más amor".
Los emprendedores han optado por autofinanciarse. "Antes no es mejor. Mucha gente nos ha propuesto financiar el proyecto para crecer más rápidamente, pero no solo es tener producto y venderlo, sino tener atención al cliente y capacidad de enviar, entre otras cuestiones", recalca. "Siempre nos hemos autofinanciado y actualmente somos diez trabajadores".