Un reportaje del New York Times recoge la opinión de residentes y vecinos de Baltimore sobre el impacto que tuvo The Wire. Muchos de ellos se quejan de que ahora la fama de la ficción precede a la ciudad y que sus problemas se han convertido en un divertimento. No faltan visitantes voyeurs de la violencia y degradación de los barrios ni locales blancos de clase media que se enorgullecen de vivir ahí como si eso les hiciera parecer más duros, aunque no pisen las casas bajas
VALÈNCIA. En 2014 recorrí algunas ciudades de la costa este de Estados Unidos. Por supuesto, puse un pie en Baltimore motivado por The Wire. La amiga que vivía en Nueva York y nos llevaba en coche no entendía por qué nos hacía ilusión ir a semejante lugar. En realidad pronto estuvo curada de espanto, en New Jersey le hicimos conducir durante casi dos horas para llegar hasta la casa de Tony Soprano. Montamos tal número en la puerta, donde James Gandolfini recogía el periódico, que nos pegaron cuatro gritos y nos fuimos acojonados por si alguien abría fuego, que en ese país nunca sabes. Por cierto, que no vimos los famosos patos, pero sí que había un montón de corzos, o algún otro artiodáctilo local, campando por sus respetos con sus crías de jardín en jardín de aquellos casoplones.
También fuimos al Bada Bing! Momento en el que nuestra amiga nos miraba como si fuésemos genuinos cretinos. Era un puticlub de carretera. En el cartel, había una pequeña alusión al puticlub de ficción de Los Soprano, pero lo que había era un puticlub abierto y en funcionamiento. Los clientes entraban y salían, las mujeres explotadas dentro fumaban en la puerta y nosotros nos sacábamos fotos en el descampado que había enfrente emocionadísimos. Éramos unos pringaos de tomo y lomo, pero volvería a hacerlo. Lo siento mucho, pero creo que más que Los Soprano, Mad Men, Wire y A dos metros bajo tierra no me ha gustado nada en esta vida, ni siquiera ninguna película. Esas localizaciones susurraban mi nombre.
Satriale no lo encontré, había desaparecido por lo visto, y después de zascandilear en el Atlantic City de Boardwalk Empire, otro día tiramos para Baltimore. Tuvimos que rogarlo, una desviación de la ruta para ver el escenario de The Wire. Nuestra amiga estaba desconcertada, miraba desesperada qué se podía hacer ahí, había un acuario, un paseo marítimo... pero nosotros simplemente queríamos caminar a ver qué reconocíamos. La zona del puerto deportivo estaba bien, la gente hacía su jogging y tal, pero al meternos en la ciudad, en el primer 7-Eleven que entramos para comprar tabaco, hubo ambientazo.
Primero, que a nuestra amiga la rodearon cuatro para hacerle comentarios sobre sus pechos. Dentro, mientras esperábamos la cola para pagar, otros tantos saquearon parte las estanterías ante la impotencia del encargado, que parecía resignado ante ese tipo de incidentes. Dio dos voces y pasó de todo. Cuando fui a pagar, el hombre me clavó: "You come from Europe, right?", dijo con media sonrisa ante mi estupefacción y cara de corderito Nuestra amiga a continuación dejó muy claro que hasta ahí habíamos llegado, dimos unas vueltas en coche sin poner un pie en la calle y nos largamos al siguiente punto de nuestro itinerario lamentando haber hecho pasar un mal rato a nuestra cicerone.
Pese a la atmósfera que se respiraba en la ciudad, no fue ni de lejos lo peor que vi de Estados Unidos en esa ocasión. En Washington, estuvimos en casa de otros amigos, una familia en bancarrota por un accidente de tráfico. Estaban en juicios por de quién era la culpa, porque al haber estado uno en la UCI debían cientos de miles de dólares. Además, los huéspedes a los que les iba bien tampoco estaban para tirar cohetes. Echaban mucho de menos Europa. La vida individualista americana o te haces a ella, alienándote y convirtiéndote en un consumista que con nuestros estándares sería patológico, o puede acabar contigo. Es admirable que el emigrante pueda prosperar, pero vi más de una jaula de oro.
La cuestión es que el penoso momento Baltimore no fue exclusivo nuestro. Según leo en el New York Times la semana pasada, los locales están hasta las pelotas de este tipo de visitas, tanto de los visitantes como de aquellos residentes a los que se les ha subido a la cabeza la personalidad de la ciudad. Benjamin Warner, escritor y profesor de la Universidad de Towson, declaró: "Para la gente de fuera de la ciudad, se ha convertido en una especie de lugar para voyeurs del peligro. Particularmente, para la gente educada, de clase media y blanca, es un extraño motivo de orgullo, en cierto modo de forma negativa. Es una forma de decir que vienes de un lugar duro o peligroso sin tener que relacionarte con esa comunidad".
El reportaje de Gioncarlo Valentin no estaba exento de comentarios negativos, no se limitaba a hacerle genuflexiones a David Simon, como de costumbre. Por ejemplo, Rob Ferrell, un estudiante de arte, decía: "Fue una gran serie de televisión, pero no se puede separar del hecho de que está retratando a una ciudad y la vida real de personas reales. Ese es el problema para mí (...) el impacto es lamentable (...) Porque el crimen existe en todo el país. La venta de drogas existe en todo el país. La corrupción existe en todo el país. La policía corrupta existe en todo el país ¿Por qué esa es la narrativa dominante sobre Baltimore y la comunidad negra en esta ciudad? Esto no pasa en Seattle ¿verdad? O en ciudades mayoritariamente blancas..."
Otro vecino, Maurice Braxton, se quejaba de que nadie piense que Chicago es necesariamente lo que se ve en Chicago PD, pero todo el mundo asocie Baltimore a The Wire: "No importa dónde vaya, cuando le digo a la gente que soy de Baltimore, inmediatamente piensan en The Wire". Otra, Leslie Davis, dijo que durante la emisión se negó a ver la serie: "Porque soy de aquí, todo lo que retratan en la televisión lo veo literalmente todos los días, no quería ver cómo se lo ofrecían a las masas". En un sentido más amplio, Wendell Blaylock decía "mucha gente la vio como una representación no solo de Baltimore, sino de la América urbana en general, como si eso fuera todo lo que hacemos. Y no es el caso".
Desde nuestra óptica, lo cierto es que The Wire no estaba años luz de nuestra historia. De drogas adictivas podíamos hablar aquí, de su penetración en barrios sin servicios castigados por el paro también y de violencia cotidiana por ambos factores, más de lo mismo. La famosa trama de Hamsterdam, de la temporada 3, se ha prolongado hasta nuestros días, pregunten en su ciudad dónde está el hipermercado de la droga, como los llaman los medios, y es exactamente lo mismo, con sus oenegés repartiendo jeringuillas y agua destilada. Pensemos en lo que han sido La Rosilla, La Celsa, El Vertedero... en Madrid y un sinfín más que siguen activos por toda la geografía.
Sin embargo, nunca hemos tenido ningún producto audiovisual de esa envergadura sobre lo que ocurre aquí. Quizá la última rompeaudiencias fue El Príncipe. A la hora de comparar las reacciones, tenemos que no fue ningún New York Times de aquí, sino la Revista Pronto la que se acercó al barrio ceutí a hablar con los vecinos, que tenían un 65% de paro y la mayor concentración de policías por habitante de España. Se declaraban "seguidores absolutos de la serie", aunque matizaban que "el barrio no es tan problemático como parece". Decían que era acogedor y tranquilo.
Lo mismo ocurrió con el CNI, que no reconocieron la sede de calidad que le pusieron en la serie a los servicios de inteligencia, "Los edificios del complejo están rodeados de zonas con hierba muy bien cuidada, pero en el interior no existen esos espacios amplios, llenos de plantas, que aparecen en la televisión, más propios de una multinacional moderna que de un centro de espías". Aquí sí que hay una diferencia, porque si por algo destacó The Wire es porque su unidad especial tenía que trabajar en un sótano mohoso lleno de trastos y gracias. Ahí sí que se ve una línea sobre qué se atreven a mostrar unos y otros y qué no. Quizá sean esos matices los que nos hacen acudir a la ficción anglosajona como polillas a las farolas.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos