La vida sigue, aunque desde luego no diría que igual, como cantaba lánguidamente Julio Iglesias, al que todavía no he terminado de apreciar como sus legiones de fans, aunque supongo que injustamente. Se ve que soy más de pop, rock y ópera que de música melódica. El caso es que lo sucedido a lo largo de este larguísimo año y pico de pandemia está siendo tan extraordinario que ha servido para demostrarnos, entre otras muchas cosas, que a todo se acostumbra uno. Si no que alguien me explique lo de las mascarillas. Que sigamos portándolas a todas partes, incluso en calles desérticas por las que transitamos en solitario, es la demostración palpable de que nos hemos sometido a la dictadura de los burócratas del café para todos. Esos que no atienden a razones de índole sanitaria sino únicamente política. Señores, se entiende que dentro del autobús, en las tiendas, en los conciertos haya que llevarla puesta, cómo no se va a entender si es de cajón, pero tener que portarla estando a solas, o bien paseando con las personas con las que uno convive es simplemente una estupidez. Chiaro e tondo, como dirían los italianos. Así que propongo, a la vista de los últimos datos esperanzadores sobre la mortalidad del virus, que se reformen las normas para adaptarlas a la realidad actual y que podamos tratar de recuperar poco a poco nuestra vida.
Dicho esto, les cuento que mi ahijado, Nico, va a hacer su primera comunión dentro de dos semanas. El pobre mío, que es tan moreno, lleva marcada en la cara la dichosa mascarilla, porque la zona habitualmente tapada luce mucho más blanca. Los niños están siendo de los más afectados por esta situación tan atípica, aunque no solo ellos. Los mayores también. Ayer mi vecina Mª José, viuda y jubilada, me decía con tristeza lo aburrida que está, porque las cosas han cambiado para ella. Antes salía mucho con las amigas y los fines de semana no comía en casa. Ahora, sin embargo, todo es diferente, porque varias de estas amigas no acceden a reunirse, ni siquiera con medidas de precaución. Alguna pretexta que si los hijos, que si los nietos, pero se huele el pánico al virus a distancia. Esta es otra de las consecuencias de esta peste, el aislamiento de tantas personas, porque muchas han entrado en tal obsesión que no son capaces de retomar la vida normal en ningún sentido. De ahí a los problemas de salud mental hay nada más que un paso, lo sabe cualquiera que trabaje con personas de edad que socializar es fundamental para mantener el coco sano.
Así las cosas, poder recibir a la familia de Madrid en Alicante, después de tanto tiempo, es una verdadera alegría, a pesar de que me coincida con la Feria del Libro de Finestrat, a la que he sido amablemente invitada a acudir como autora de mi novela A contratiempo por su organizadora, Carmen Almarcha, a quien felicito por la iniciativa y por el entusiasmo que demuestra. La invitación me vino gracias a la intervención de Leopoldo Bernabéu, de Radio 4G Benidorm, que me entrevistó hace unas semanas.
Me llevo también unos ejemplares de la edición facsímil de mi primer libro publicado, Viaje al Infinito, poemario de juventud de cuando yo escribía a todas horas y en cualquier soporte de los tradicionales, porque entonces no existían los ordenadores. Espero que la feria sea un éxito y que otras poblaciones tomen nota, por ejemplo Alicante, que creo que se ha pasado cuatro pueblos con la nefasta organización del evento de la Feria del Libro de Alicante. Visto lo visto, me considero una verdadera privilegiada por la invitación de Almarcha y del Ayuntamiento de Finestrat. Conste mi adhesión al manifiesto en defensa de los escritores de Alicante, magistralmente escrito por Beatriz Pastor y Fernando Parra, que no llegué a tiempo de firmar. Una ciudad que organiza, tras un año de pandemia, además, un encuentro cultural de estas características se espera que lo haga de otra manera, contando también, aunque no sea exclusivamente, con los autores locales. Qué menos.
El manifiesto lo firman, entre otros, mi admirado colega de profesión y afición Enrique Botella, el laureado autor José Luis Ferris y el ex vicerrector de la UA Carles Cortés. Pero, como bien dice el manifiesto: “El escritor carga desde el inicio con el destino de los humillados. Y somos conscientes. Y ya venimos llorados de casa”. La asignación de esta feria a una empresa basada en meros criterios de precio –el más barato- es incomprensible, máxime cuando sin duda lo lógico, de cajón, y ya van dos, sería que los autores locales tuvieran un protagonismo en la misma, por más que casi nadie sea profeta en su tierra. Los escritores queremos poder seguir escribiendo, sobre todo porque la Literatura es, parafraseando de nuevo a Pastor y Parra, una pasión, y poder dar visibilidad a nuestra obra es fundamental en este empeño tan esforzado como solitario. La cultura es riqueza que ha de ser preservada, aunque no sea de la de llevarse al bolsillo.