Lunes de Pascua, segundo día de celebraciones y encuentros de Resurrección. En Gavarda nos preparamos para vivir este nuevo día pascuero, con la mona de Alberic, la lechuga, el huevo duro, un saquito de sal y la longaniza de pascua que bordaba aquel bien querido tío Daniel, El Colegial, uno de los carniceros del pueblo, con sus hijas Inma y la añorada Geni. La Pascua en el pueblo materno de la Ribera Alta era pura felicidad. Estrenábamos aquellas ‘bambas’ blancas, inmaculadas, que regresaban bien sucias a casa. Galopábamos sin freno en la Montanyeta, merendábamos y, en una ocasión, con mi rol de cabra montesa a cuestas, estallé el lanzamiento de una piña en el tabique nasal de mi amigo Miguel Ángel. La xiqueta de Madrid, que era yo, bien merecía el apelativo de loca , estridente y desmadrada.
Aquellas pascuas infantiles y adolescentes no se han repetido. La pantanada de Tous interrumpió esa fuerte atracción que me ancló a Gavarda para toda la vida. Hoy los recuerdos son cada vez más intensos, aquellos años felices que no han regresado. Con mis dos hijos he intentado siempre que la pascua fuera valenciana, además de morellana. Revivir las tradiciones, la mona, la longaniza pascuera, el huevo duro… el estreno de unas ‘bambas’… Mi tío Paco, que vive en Gavarda, ha vuelto a enviarme longaniza de Pascua. Con cada bocado, cada lagrima se convierte en alegría.
Morella, y mis hijos, reemplazaron mis recuerdos con otra pascua de encuentros y resurrecciones, con unas exquisitas roscas tapadas, con els cocotes de Elodia y Aure, con su lomo de orza, jamón, pimiento, huevo duro… La memoria que bulle trae, asimismo, aquellas roscas de Pilar, la madre del querido Juan Bellvis, las de Toña, las de Palmira y Africa. Era la puesta en común y de estima de un manjar diferente de este pequeño gran país mediterráneo. Porque no todo es la mona de Pascua.