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GRAND PLACE (DESDE BRUSELAS)

Una muerte precarizada en Europa

  • Foto: KIKE TABERNER

La muerte de un repartidor de Glovo en Barcelona, arrollado por el camión de la basura, ha pasado desapercibida entre la vorágine electoral. Recordemos quién es Glovo: una de esas empresas que se llaman colaborativas y que obligan a sus trabajadores a trabajar como autónomos por una comisión en el reparto de comida a domicilio. Van en bicicleta. El trabajador atropellado mortalmente el fin de semana era un joven nepalí de 22 años que intentó cumplir su sueño europeo y se lo dejó en el asfalto. Pero lo más triste es que ni siquiera constaba como trabajador en ningún lado. Sin papeles y sin poder pagar la cuota de autónomo y el equipo de trabajo, le “subarrendaba” la bici y el servicio otro compañero.

¿Éste es el sueño europeo? No. Lo descubrí al volver a las trincheras del periodismo, después de un paréntesis forzoso. En medio de la noche electoral en Bruselas, en el centro del mundo Occidental y civilizado, vi que la explotación y la precariedad no son patrimonio de las castas más bajas, de los parias de la tierra. En una de las ruedas de prensa para dar los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, los jóvenes periodistas peleaban con los medios técnicos y sus redacciones para poder llegar a todo: a la crónica on line, al minuto a minuto, a la foto, al audio, a grabar en inglés, español y catalán tres piezas diferentes en una hora. Nunca pensé que ser periodista era una multifunción tan precarizada que se llega a perder el respeto al periodista y el amor a la profesión. Hagamonoslo ver…

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