Está siendo un verano de virulentos episodios climáticos. Los incendios en Grecia, Turquía y California. Las inundaciones en Alemania. Las olas de calor en Noruega y Canadá. Episodios de dramáticas consecuencias naturales y humanas. En ese contexto, el esperado informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés), vio la luz esta semana.
El veredicto del IPCC señala sin matices la responsabilidad de los gobiernos, la imposibilidad de una vuelta atrás a una normalidad sin catástrofes y la necesidad de actuar de manera inmediata para frenar una degradación planetaria que amenaza la continuidad de la vida.
La publicación del informe al mismo tiempo que se anuncia la intención de aumentar todavía más la capacidad de los aeropuertos del Prat y de Barajas —y también la del Puerto de València— está provocando una situación que sería hasta cómica si no se jugase con la salud y la seguridad de las personas. Hemos llegado a escuchar, en el caso de la defensa de la ampliación del Prat, que se construirá “el aeropuerto más verde del mundo” e incluso, que dicha ampliación es una “oportunidad para reducir las emisiones”. Es como intentar curar la obesidad comprando pantalones más grandes, para así poder comer de manera aún menos saludable.