Desde que se hizo público el primer informe provisional del Plan Especial del Cabanyal (PEC) las dos grandes preguntas que se hacen muchos vecinos es: ¿por qué es necesaria toda esta cantidad de fincas nuevas? ¿Se resuelven así los problemas históricos del Cabanyal?
La respuesta a la segunda cuestión es obvia: no. La de la primera es más compleja. Para responderla habría que rastrear en el alma humana y en el backstage de la política municipal. Los arquitectos y los urbanistas aspiran, en general, a operar cambios esenciales en las ciudades y a conseguir así reconocimiento profesional y una cierta inmortalidad. Es lícito y humano: como Messi con sus goles de tres en tres o Cortázar con Rayuela. Todos, de una u otra forma, aspiramos a dejar huella, a ser posible con la belleza. Gerardo Roger y Luis Casado, autores del PEC, llevan muchos años en la órbita del urbanismo socialista valenciano y español y parece que anhelan ese momento de gloria. El presente y futuro de miles de personas, vecinos del Cabanyal, sin embargo, depende del plan que ellos han diseñado.
Si esquivamos la tentación de pensar en razones especulativas que puedan ocultarse detrás del PEC, y puesto que este plan no soluciona, ni por asomo, los problemas históricos del Cabanyal, no me negaran que la opción más plausible es atribuir la desmesura e inconveniencia del plan a ese afán de de sus creadores por hacer algo memorable junto al mar. Y también por descontado, a la incapacidad de nuestros gobernantes municipales para marcarles las líneas rojas y las prioridades políticas que debían plasmar en el plan y que, en consonancia con lo expuesto durante los años en la oposición, podrían ser, básicamente: la rehabilitación integral del Cabanyal, tras décadas de degradación y decadencia, y la dignificación de la vida de sus vecinos.
Sarrià, Gómez, Ribó, Oliver... ¿Quién abandera el plan?
Vicent Sarrià, como concejal de Urbanismo, es el responsable político inmediato del plan, pero el ayuntamiento no es un reino de taifas (o no debería serlo), y por tanto todos sus socios de gobierno, con el alcalde Ribó al frente, son cómplices del plan, sin derecho a mirar hacia otra parte y quedar indemnes, como están haciendo. Si este plan pretendía ser una especie de promesa electoral de cara a los comicios, quienes lo hayan planificado se han cubierto de gloria. Son muchos los disconformes, especialmente entre los potenciales votantes de PSOE, Compromís o Podemos. Y existen muchísimas dudas de que este plan pueda ser la base de algún otro más en sintonía con las necesidades reales de los vecinos y no con las expectativas de los constructores y promotores que lo ejecutarán o con los sueños personales de sus redactores.
3.000 páginas y alegaciones, la solución
La izquierda ganó en València (y en el Cabanyal), tras 24 años, y muchos de sus votantes lo hicieron con la esperanza de que otro futuro era posible para la fachada marítima del cap i casal. Confiaban en que los nuevos representantes abanderarían sus reinvindicaciones de décadas y devolverían la dignidad a la ciudadanía. Ahora se encuentran con un plan para construir más de mil viviendas en fincas impersonales que nadie ha pedido. Y si no le gusta, señora, caballero, se lee unos miles de páginas (alrededor de 3.000) de literatura técnica y a menudo indescifrable y dedica los próximos diez años de su vida a preparar las alegaciones, aunque sólo tiene 45 días. Unas 70 páginas por día. Abandone su trabajo, si lo tenía, y dedíquese a ello en cuerpo y alma. Participación ciudadana, dicen. Un pretexto vulgar para colarnos un plan infame. La única solución viable es que el propio ayuntamiento dé marcha atrás, lo paralice, lo revise en profundidad y lo adecue a las necesidades reales del Cabanyal. Ahora o después de elecciones.