Tiene mesas, cubiertos y menús, pero no es un restaurante. Sus paredes están cubiertas de carteles y declaraciones de principios, pero no te líes: no estamos en la sede de ningún partido político. La Mandrágora es, desde hace casi tres décadas, un espacio único en la ciudad en el que comida y militancia son conceptos indistinguibles. Una comedor popular y sin precios establecidos -no se “paga”, sino que se hacen aportaciones a voluntad- en la que no tienen cabida los servilismos hostelero-cliente ni las jerarquías jefe-trabajador, puesto que se gestiona de forma asamblearia. Desde el punto de vista exclusivamente gastronómico, aquí tienes un refugio para cualquier día del año: menús veganos sencillos pero sabrosos, con productos de proximidad y sin desperdicio alimentario.
En 1996 abría sus puertas la Associació Cultural i Gastronòmica Vegana La Mandrágora en el barrio del Carmen, que por entonces no estaba todavía asolado por la gentrificación turística. En realidad, el proyecto nacía de los rescoldos del Kasal Popular Flora, uno de los emblemas del movimiento okupa valenciano de los años noventa, cuyo comedor social llevaba también el nombre de esta planta mitológica de propiedades mágicas. Ante la amenaza de desalojo inminente, los responsables de La Mandrágora decidieron abandonar el Kasal antes de que la policía requisara el equipamiento y mobiliario que había dentro del local. En un primer momento quisieron buscar otro lugar de la ciudad para continuar con el mismo modelo de gestión, pero finalmente optaron por huir de la provisionalidad inherente a la okupación y alquilar un pequeño bajo de la calle Portal de la Valldigna que hasta aquel momento había acogido un taller de cerámica. El alquiler era asequible -y así ha permanecido a lo largo de los años-, pero el espacio estaba envejecido y “cochambroso”; muy distinto del aspecto de salita acogedora y exhuberante de vegetación que conocemos hoy en día.